ELECCIONES EN EEUU: La política exterior y el partido Demócrata
En varios aspectos, la campaña presidencial 2016 recuerda la de 2008, la primera victoriosa para Barack Obama. Veamos:
La candidata favorita para representar al partido Demócrata, Hillary Clinton, busca de alguna manera diferenciarse de las políticas del presidente en funciones, de su propio partido, mientras que los Republicanos insisten en que el país va hacia el abismo por culpa de las políticas de la actual administración (cosa que decían los Demócratas, hace 8 años, de Bush II).
Un dato que merece mención es que, al igual que en 2008, nadie que logre la candidatura y la presidencia ha prometido seguir los lineamientos de Obama en política exterior (al igual que en 2008, cuando a nadie se le hubiera ocurrido hacerlo con las políticas que había diseñado el trío siniestro de Dick Cheney, Karl Rove y Donald Rumsfeld, que Bush, en una mezcla de ignorancia, incompetencia y dejadez seguía a pie juntillas).
El reciente éxito de la gira de Obama por Cuba y Argentina, dos extremos del espectro ideológico y político en la América Latina de hoy, resalta ante la controversia generada por los resultados de las decisiones tomadas en otras zonas del planeta. De esa manera, el presidente buscaría sembrar un legado promisorio en la única región donde las controversias con el vecino norteño han disminuido.
No obstante, en un duro editorial, el Washington Post critica la actitud del gobierno norteamericano frente a la crisis venezolana, por estar preocupado “por sus compromisos con Cuba”; “mientras la Casa Blanca corteja a los Castro, estos usan su control sobre la inteligencia y fuerzas de seguridad venezolanas, y su acólito Maduro, para fomentar sus tácticas kamikazes. Probablemente no tardará en llegar una explosión”, concluye el editorial.
Algunos comentaristas republicanos en materia de relaciones exteriores apuntan a que la administración Obama deja la presidencia habiendo agravado los problemas y obstáculos que ya se tenían en 2008: la incapacidad de entender la posición de una Rusia más autoritaria y agresiva en un mundo post Guerra Fría; el problema de cómo lograr la estabilidad y la paz en Afganistán e Irak; la agresividad china en Asia, donde el gobierno comunista desea convertirse en un nuevo hegemón; las posturas irracionales de una Corea del Norte que no acepta controles de nadie; la inestabilidad creciente en Europa, con la inmigración y los ataques terroristas como problemas fundamentales; el problema de Daesh y el radicalismo islámico, presentes no solo en Oriente Medio. Algunos demócratas han señalado como culpables a un congreso nacional y un liderazgo internacional absolutamente intransigentes. Pero ¿es que acaso no sabían lo que se iban a encontrar cuando recuperaran a la presidencia?
Otro dato cierto: los problemas fundamentales que hoy enfrenta la pre-candidata Hillary Clinton se han originado en el área internacional, específicamente durante sus labores como Secretaria de Estado.
Obama llegó a la Casa Blanca prometiendo reparar los desastres de la administración republicana previa; bajo su liderazgo, el partido Demócrata deseaba demostrar que poseía mayores capacidades y un mejor terreno ético que los republicanos para manejar las complicaciones del mundo en el siglo XXI.
Dicho objetivo, muy ambicioso, finalmente se codificó en un documento adoptado en 2011, llamado “Defense Strategic Guidance” (Guía estratégica para la defensa”). Cinco años después los resultados dejan mucho que desear. La razón fundamental es que en materia de política exterior, Obama y su equipo de asesores produjo una discordancia entre objetivos excesivamente ambiciosos y medios muy limitados.
Obama, además, incapaz de decidir entre sus asesores con posturas agresivas y quienes recomendaban políticas más cautas, hizo de la vacilación una especie de signo característico a la hora de tomar algunas decisiones fundamentales, lo cual ha causado bien sea la ira de China o Rusia (caso de Libia y Ucrania), o el creciente estupor de sus aliados tradicionales (Europa, Japón). Si Bush se dejó controlar por el ya mencionado trío, creyéndose un auténtico cruzado medieval a la reconquista de la Tierra Santa, Obama a ratos ha lucido como un Cid Campeador con tensiones hamletianas.
De acuerdo con un ensayo de Michael Crowley publicado en la revista “Politico” el pasado mes de octubre, un funcionario de la Casa Blanca que no quiso que se publicara su nombre afirmó tajantemente que “la política de seguridad nacional al final del día solo es decidida por una persona: Barack Obama”.
Se ha logrado un acuerdo bastante discutido con Irán en materia nuclear. Pero un aliado fundamental, Europa, está sumida en una crisis que, originariamente pensada como de carácter económico, es realmente de vuelta a sus orígenes, a su concepción de la unidad esencial, de la democracia extra-nacional, y de los esfuerzos regionales desintegradores, en países como España, Reino Unido o Bélgica; junto a la irrupción de unas extremas derechas que renuevan el fantasma nacionalista, que tantos daños y tanta muerte ha causado en el pasado de ese continente.
Pero el dato a resaltar, que debe preocupar a los Demócratas en la campaña, es que las encuestas indican que los norteamericanos se sienten más inseguros que en 2008, y piensan que las políticas de Obama no brindan seguridad en lo que perciben como un mundo cada más inseguro e inestable.
Todo ello conduce a la matriz de opinión que explica la aparición como peligrosa alternativa, no de halcones, sino de auténticos zopilotes y zamuros, o sea, aves carroñeras, con los nombres de Trump y Cruz.
Qué tiempos aquellos cuando nos quejábamos de los neocons. No sabíamos lo que se nos podía venir encima.
Robert Gates, quien fuera secretario de defensa con Bush II y con Obama, escribió una nota en el Washington Post, el pasado mes de diciembre. Titulada “El tipo de presidente que necesitamos”, en ella se destacaba cuáles son las características personales que un presidente norteamericano debe poseer hoy en día si quiere gobernar con alguna posibilidad de éxito.
El problema, sin embargo, está en creer que los errores son exclusiva o fundamentalmente de un presidente particular y su administración, y no una suma de equivocaciones endémicas propias de un sistema complejo.
Los tropiezos de la política exterior norteamericana son resultado de fallas de diagnóstico, una programación rutinaria -por no decir esclerótica- de políticas, un diseño estratégico anticuado, y una ejecución del mismo en medio de un mundo complejo, que requiere una visión no solo multidisciplinaria, sino incluso multicultural.
Se trata, en suma, de errores fundamentales en la percepción que se tiene del mundo, de las prioridades estratégicas, de cómo tratar a aliados y rivales, de cómo lograr la difícil vinculación entre valores y realidades, del lugar que se ocupa en el escenario geopolítico. Y una potencia como los Estados Unidos no se puede dar el lujo de semejantes fallas.