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El nuevo hito en idioma inglés de Svetlana Alexievich, Premio Nobel que recrea la miseria en Rusia

21SVETLANA-master768 (1)Svetlana Alexievich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, cuyo libro «El fin del «homo sovieticus«, una historia oral de la Rusia post-soviética, acaba de aparecer en inglés. Crédito Erik Refner para The New York Times.

GOTEMBURGO, Suecia – La escritora bielorrusa Svetlana Alexievich afirmó que ha pasado su vida haciéndose una gran – y muy rusa – pregunta: ¿Por qué el sufrimiento de las personas no se traduce en libertad? Es una pregunta que yace en el corazón de sus cinco volúmenes enciclopédicos de historia oral de la Rusia de posguerra. Cuando ganó el Premio Nobel de Literatura del año pasado, sus libros apenas se conocían en el mundo de habla inglesa.

Eso ahora está empezando a cambiar. La próxima semana, Random House lanza en inglés “Secondhand Time: The Last of the Soviets,” su historia oral escrita en 2013 de la Rusia post-soviética, lo cual continuará con dos de sus libros en 2018 (N.del T.: en español tiene este título: El fin del «homo sovieticus»; Acantilado, Barcelona, 2015).) Ya aclamada como una obra maestra en toda Europa, «El fin del «homo sovieticus»» es un retrato íntimo de un país que anhela sentido después de que el repentino salto del comunismo al capitalismo en la década de 1990 lo hundiera en una crisis existencial.

Una serie de monólogos de personas de todo el antiguo imperio soviético, tolstoyana en su alcance, e impulsada por la idea de que la historia está hecha no sólo por los actores principales, sino también por gente común que conversa en sus cocinas. Con cada página, el libro pone de manifiesto cómo el presidente Vladimir V. Putin se las arregla para mantener controlado un país de 143 millones de personas en 11 zonas horarias.

«En Occidente, todos demonizan a Putin,» Alexievich, que cumplirá 68 a finales de este mes, aseveró en una entrevista reciente aquí, hablando ruso a través de un traductor, después de una conferencia sobre su obra en la Universidad de Gotemburgo. «Ellos no entienden que hay un Putin que consiste de varios millones de personas que no quieren ser humillados por Occidente», agregó. «Hay un pequeño pedazo de Putin en todos.»

No es que ella sea una hincha. Por el contrario, después de ganar el Premio Nobel en octubre, dijo en una audaz conferencia de prensa en Minsk, Bielorrusia, que amaba el mundo ruso de las humanidades, pero no el mundo ruso «de Stalin o Putin

Una mujer diminuta con un rostro amable, cara redonda y ojos que muestran empatía y humor,  Alexievich regresó a vivir en Minsk en 2011 para estar cerca de su hija y su nieta después de una década peripatética de exilio en Europa. Había partido en protesta contra el régimen del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, que ha estado en el poder desde 1994, restringiendo la libertad de prensa. Planea permanecer en Minsk y espera que el Nobel le otorgue cierta protección y la libertad de decir lo que piensa.

Su libro de 2006, «Voces de Chernóbil», sobre la catástrofe nuclear de 1986 en Ucrania, fue prohibido durante años en Bielorrusia, país que absorbió el mayor impacto de la radiación. El gobierno de Lukashenko, sin embargo, nunca ha permitido que la magnitud de los daños salga a la luz. «Un poder totalitario está principalmente ocupado en mantenerse con vida«, destaca la escritora. El libro ahora se importa a Bielorrusia desde Rusia, manifestó, pero a un precio elevado que pocos pueden permitirse.

Al igual que todas sus obras, «Voces de Chernóbil» no es un trabajo de ficción, y está basado en años de entrevistas, pero tiene cualidades literarias sofisticadas. Las personas con las que ella habla tratan de darle sentido a la radiación – invisible y poderosa, casi como Dios – así como a la desintegración de sus cuerpos y el envenenamiento de su tierra. La catástrofe se convierte en una metáfora de la implosión de todo el proyecto soviético.

Alexievich discutió su enfoque en su conferencia de recepción del Premio Nobel. «Colecciono la vida cotidiana de los sentimientos, pensamientos y palabras», dijo. «Colecciono la vida de mi tiempo. Estoy interesada en la historia del alma. La vida cotidiana del alma, las cosas que el panorama general de la historia por lo general omite, o desdeña».

Ella vuelve a reunirse con sus interlocutores una y otra vez, a menudo durante años, para llegar a la esencia de sus historias. «Uno siente repentinamente cuándo la temperatura se eleva, cuándo alcanzas algo con más profundidad». Ella edita mucho las conversaciones, hasta que la narración fluye. Ella cita, como una influencia concreta, «Shoah», el documental realizado por Claude Lanzmann en 1985, sobre el Holocausto.

«El fin del «homo sovieticus»» incluye testimonios de los amigos y familiares de un adolescente suicida, un funcionario del Kremlin ocasional, sobrevivientes del Gulag, testigos de la violencia étnica sectaria en el Cáucaso, manifestantes antigubernamentales en Moscú y Bielorrusia, un trabajador de Tayikistán. «Los rusos no sólo quieren vivir,» una persona dice en el libro. «Quieren vivir por algo.» Hay abundante miseria, pero hay también hay espacio para el humor.

Bela Shayevich, la traductora del libro al inglés, dijo que  «El fin del «homo sovieticus»» era «una actualización de la literatura rusa del siglo 19 para el siglo 21». La gente lee novelas rusas no por los finales felices, agregó, sino «porque en un gran dolor hay una gran catarsis, y luego algo que es sublime «.

«El fin del «homo sovieticus» es el quinto libro de Alexievich. Su primero fue La guerra no tiene rostro de mujer » (1985, con una edición ampliada en 2002), en la cual la autora muestra a mujeres rusas que ejercieron funciones de combate en la Segunda Guerra Mundial, sólo para volver a casa para ser rechazadas. Random House espera publicarlo el año que viene en una traducción hecha por Richard Pevear y Larissa Volokhonsky , cuyo trabajo ha dado nueva vida a los clásicos rusos. (En 2018, Random House lanzará la traducción por la pareja de «Los últimos testigos,» un libro de 1985  sobre los recuerdos de ciudadanos rusos que eran niños durante la Segunda Guerra Mundial.)

Cuando apareció por primera vez en la década de 1980, «La guerra no tiene rostro de mujer » llamó la atención y el elogio de Gorbachov, el líder soviético. Hace algunos años, Alexievich se entrevistó con Gorbachov por primera vez. «Me dijo: ‘Es tan pequeña, ¿cómo puede escribir libros  tan grandes?'», Recuerda con una sonrisa. Ella ripostó: «Usted tampoco es un gigante, pero podría destruir un imperio.«

Ella fue llevada a juicio, acusada de difamar al ejército soviético con su tercer libro, «Los chicos de zinc» (1992), acerca de los soldados soviéticos en Afganistán, de los cuales algunos miles fueron enviados de vuelta a casa en ataúdes de zinc. Los testimonios disminuían las posibles nociones de heroísmo militar. Fue absuelta.

Svetlana Alexievich nació en Ivano-Frankivsk, Ucrania,  de padre bielorruso que nunca renunció a su creencia en el socialismo (pero quien pensaba que Stalin lo había arruinado) y una madre de Ucrania. Ambos eran docentes. Uno de cada cuatro bielorrusos murió en la Segunda Guerra Mundial. Las cicatrices de la historia moldearon a la escritora. Estudió periodismo en la Universidad de Minsk en un momento en que los estudiantes tenían que pedir permiso para leer a Nietzsche y Freud – su petición fue rechazada – y también estuvo influenciada por historias de guerra contadas por su abuela.

De las miles de historias que ella ha oído, recuerda, algunas pocas la han afectado profundamente. Una de ellos es el relato de una mujer que aparece en «La guerra no tiene rostro de mujer«, y que afirmó que no tenía miedo al combate, pero odiaba tener que llevar ropa interior masculina como parte de su uniforme. «Estábamos preparadas para morir por la Patria, pero no en calzoncillos,»  le insistió a Alexievich.

Otra es el de una mujer de «Voces de Chernóbil«, cuyo marido murió de enfermedad por radiación después de limpiar escombros. Al final, cuando él está gritando de dolor, la mujer dice que tiene dos estrategias posibles : verter vodka en su tubo de alimentación, o hacer el amor a su cuerpo destrozado. Cuando  Alexievich publicó por primera vez esta historia, dejó fuera el nombre de la mujer, con el fin de proteger su privacidad, pero entonces recibió una airada llamada telefónica de ella, que le dijo : ‘No. He sufrido tanto. él sufrió tanto. Quiero que mi apellido y su nombre aparezcan en el libro».

Estos testimonios ejercen un impacto emocional indeleble en los lectores, así como sobre el escritor. «A veces tengo pausas, y no escucho nada», recuerda Alexievich. «Sobre todo ahora, porque lo que la gente está diciendo ahora es realmente horrible.»

Cansada de historias de guerra, está trabajando en dos nuevas colecciones – cuyos temas son el envejecimiento y el amor – y se prepara a viajar por la antigua Unión Soviética para recoger el material. Ella nunca ha considerado escribir ficción. «No», destacó con decisión. «La vida es mucho más interesante.»

Traducción: Marcos Villasmil

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LA NOTA ORIGINAL:

Svetlana Alexievich, Nobel Laureate of Russian Misery, Has an English-Language Milestone 

Rachel Donadio – New York Times

GOTHENBURG, Sweden — The Belarussian writer Svetlana Alexievich said she had spent her life asking one big — and very Russian — question: Why doesn’t people’s suffering translate into freedom? It’s a question that lies at the heart of her five encyclopedic volumes of oral history of postwar Russia. When she won the Nobel Prize in Literature last year, those books were barely known in the English-speaking world.

That is now starting to change. Next week, Random House is releasing “Secondhand Time: The Last of the Soviets,” her 2013 oral history of post-Soviet Russia, in English translation for the first time, to be followed by two more of her books by 2018. Already hailed as a masterpiece across Europe, “Secondhand Time” is an intimate portrait of a country yearning for meaning after the sudden lurch from Communism to capitalism in the 1990s plunged it into existential crisis.

A series of monologues by people across the former Soviet empire, it is Tolstoyan in scope, driven by the idea that history is made not only by major players but also by ordinary people talking in their kitchens. With every page, the book makes clear how President Vladimir V. Putin manages to hold his grip on a country of 143 million people across 11 time zones.

“In the West, people demonize Putin,” Ms. Alexievich, who turns 68 later this month, said in a recent interview here, speaking Russian through a translator after a conference on her work at the University of Gothenburg. “They do not understand that there is a collective Putin, consisting of some millions of people who do not want to be humiliated by the West, ” she added. “There is a little piece of Putin in everyone.”

Not that Ms. Alexievich is a fan. On the contrary, after winning the Nobel Prize in October, she said in a daring news conference in Minsk, Belarus, that she loved the Russian world of the humanities but not the Russian world “of Stalin or Putin.”

A diminutive woman with a kind, round face and eyes that show empathy and humor, Ms. Alexievich returned to live in Minsk in 2011 to be near her daughter and granddaughter after a peripatetic decade in exile in Europe. She had left to protest the regime of the Belarussian president Alexander Lukashenko, who has been in power since 1994 and curtailed press freedom. She said she planned to remain in Minsk and hoped the Nobel would give her some protection and freedom to speak her mind.

Her 2006 book, “Voices From Chernobyl,” about the 1986 nuclear disaster in Ukraine, was banned for years in Belarus, which absorbed the brunt of the radiation. Mr. Lukashenko’s government, though, has never allowed the extent of the damage to come to light. “A totalitarian power is mainly busy in keeping itself alive,” Ms. Alexievich said. The book is now imported to Belarus from Russia, she said, but at high prices that few can afford.

Like all her works, “Voices From Chernobyl” is nonfiction, based on years of interviews, but it has sophisticated literary qualities. The people with whom she speaks try to make sense of radiation — invisible and powerful, almost like God — and of the disintegration of their bodies and the poisoning of their land. The catastrophe becomes a metaphor for the implosion of the entire Soviet project.

Ms. Alexievich discussed her approach in her Nobel Prize lecture. “I collect the everyday life of feelings, thoughts and words,” she said. “I collect the life of my time. I’m interested in the history of the soul. The everyday life of the soul, the things that the big picture of history usually omits, or disdains.”

She returns to her interlocutors again and again, often for years, to get to the essence of their stories. “You suddenly feel when the temperature gets higher, when you get deeper into something,” she said. She edits the conversations heavily, until the narrative flows. She cites “Shoah,” Claude Lanzmann’s 1985 Holocaust documentary, as an influence.

“Secondhand Time” includes testimonies by the friends and family of a teenage suicide, a onetime Kremlin official, Gulag survivors, witnesses to ethnic sectarian violence in the Caucasus, anti-government demonstrators in Moscow and Belarus, a Tajik laborer. “Russians don’t just want to live,” one person says in the book. “They want to live for something.” There is plenty of misery, but there are also jokes.

Bela Shayevich, the book’s English translator, said “Secondhand Time” was “an update of 19th-century Russian literature for the 21st century.” People read Russian novels not for the happy endings, she added, but “because there is great catharsis in great pain and then something that is sublime.”

“Secondhand Time” is Ms. Alexievich’s fifth book. Her first, “War’s Unwomanly Face” (1985, with an expanded edition in 2002), was about Russian women who had combat roles in World War II, only to return home to be shunned. Random House is to release it next year in a translation by Richard Pevear and Larissa Volokhonsky, whose work has breathed new life into Russian classics. (In 2018, Random House will release the couple’s translation of “The Last Witnesses,” Ms. Alexievich’s 1985 book on memories of Russians who were children during World War II.)

When it first appeared in the 1980s, “War’s Unwomanly Face” caught the attention and the praise of Mikhail Gorbachev, then the Soviet leader. A few years ago, Ms. Alexievich met Mr. Gorbachev for the first time. “He said, ‘You’re so small, how can you write such big books?’” she recalled with a smile. “You are not a giant either,” she said she told him. “But you could destroy an empire.”

She was put on trial on charges of defaming the Soviet Army with her third book, “Zinky Boys” (1992), about Soviet soldiers in Afghanistan, some thousands of whom were sent back home in zinc coffins. The testimonies eroded notions of military heroism. She was acquitted.

Ms. Alexievich was born in Ivano-Frankivsk, Ukraine, to a Belarussian father who never gave up his belief in Socialism (but thought Stalin had ruined it) and a Ukrainian mother. Both were teachers. One in four Belarussians died in World War II. The scars of history shaped her. She studied journalism at the University of Minsk at a time when students had to ask permission to read Nietzsche and Freud — her request was denied — but she was also influenced by war stories told by her grandmother.

Of the thousands of stories she’s heard, she said, a few have affected her deeply. One is that of a woman she talked to for “War’s Unwomanly Face” who said she wasn’t afraid of combat but hated having to wear men’s underwear as part of her uniform. “We were prepared to die for the Motherland, but not in those underpants,” Ms. Alexievich recalled the woman telling her.

Another is that of a woman in “Voices from Chernobyl” whose husband died of radiation sickness after clearing debris. By the end, when he is screaming in pain, the woman says she has two strategies: to pour vodka into his feeding tube or to make love to his ravaged body. When Ms. Alexievich first published this account, she left out the woman’s name, to protect her privacy, only to get an angry phone call from her. “And she said: ‘No. I suffered so much. He suffered so much. I want my last name and his name in the book,’” she said.

These testimonies have an indelible emotional impact on readers, as well as on the writer. “Sometimes I have pauses, and I don’t listen to anything,” Ms. Alexievich said. “Especially now, because what people are telling now is really horrible.”

Weary of war stories, Ms. Alexievich is working on two new collections — on aging and on love — and is preparing to travel across the former Soviet Union to gather material. She has never considered writing fiction. “No,” she said decisively. “Life is much more interesting.”

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