Venezuela: dos relatos
Campaña de donación de medicinas y pañales para Venezuela el pasado jueves en Bogotá. GUILLERMO LEGARIA AFP
Venezuela es hoy una ruina. Sobre el papel se vive un enfrentamiento entre presidencialismo y parlamentarismo, el primero, el poder chavista que encarna Nicolás Maduro, y el segundo, un Parlamento votado democráticamente en diciembre, en el que la oposición obtuvo dos tercios de los escaños. Pero, como si el chavismo hubiera previsto la posibilidad de perder el control de la legislatura, ocurre que la Constitución otorga todos los poderes reales al Ejecutivo, y una legalidad de servicio permite al presidente rechazar y anular todas las decisiones de la Asamblea Nacional hasta hacerla completamente inoperante.
La presidencia decreta el estado de excepción, asume plenos poderes económicos, saca a maniobrar al Ejército y sus milicias de voluntarios, nombra un tribunal constitucional de adláteres para que le den sistemáticamente la razón, culpa del desabastecimiento, incompetencia y corrupción al imperialismo universal, las multinacionales, la alta burguesía desafecta, el expresidente colombiano Álvaro Uribe, el Gobierno de Madrid, Miami, y Washington, para no reconocerse nunca responsable de nada.
El relato de una oposición hecha de retales, desde los que no quieren abandonar la legalidad hasta los que miran al Ejército soñando con el golpe, fajada por el señuelo de un poder que jamás obtendría en orden disperso, es muy simple: ganamos legítimamente las elecciones y nos toca gobernar sacando al chavismo del poder, si es necesario, con un referéndum revocatorio de la presidencia de Maduro. Y el del Ejecutivo, siempre elemental, muestra igualmente alguna grieta. Están los leales, entre ellos la cúpula militar, frente a los que temen que Maduro esté destruyendo lo que llaman la siembra del comandante, la obra del fallecido Hugo Chávez, y donde tampoco faltan militares, aunque sin mando en plaza. Como dice el segundo personaje del poder, capitán Diosdado Cabello, la oposición tiene la comida, que en un morse político local significa que las insoportables estrecheces que sufre la población son culpa de la oposición que maneja los hilos del abastecimiento general para que la catástrofe obligue a una intervención externa que ponga fin a la revolución bolivariana. Pero si esa es la letra, hay una música de fondo en la que es perfectamente verosímil que crean los jerarcas del chavismo, porque nadie puede vivir sin acorazarse de algún tipo de fe en lo que hace.
El vicepresidente Aristóbulo Istúriz, en un momento de desprevenida claridad, ha afirmado que «toda arbitrariedad con el fin de alcanzar los objetivos supremos de la revolución es deber ineludible del buen revolucionario», y, como remate, para desentenderse del desastre económico reinante, que «el socialismo no ha fracasado porque no lo hemos construido».
El relato de la oposición no tiene más fuerza que la movilización popular y un apoyo internacional que no pasará de las palabras, y ya se ha visto lo que le impresiona eso a Maduro. Al relato del poder, en cambio, fuerza es lo que le sobra, tanto que hay quien sostiene que las maniobras militares contra un enemigo inexistente, eran, en realidad, un aviso a su propia disidencia. El cul de sac es hoy por ello absoluto. Y solo el chavismo puede salir del berenjenal en que se ha metido.