Venezuela, Cuba y la gran traición
Creer que un simple proceso electoral y el eventual desalojo del gobernante —si siquiera eso fuera posible— lavará las manchas y humillaciones de nuestra malherida nacionalidad demuestra necedad, superficialidad e incompetencia. Un gravísimo desconocimiento de la gravedad del mal que sufrimos. Será necesario un profundo proceso de autocrítica y reconversión histórica. Una auténtica revolución de los espíritus. Va siendo hora de comprenderlo.
“Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso”. Jorge Luis Borges
A la inolvidable memoria de Rómulo Betancourt
¿Qué fue lo que apagó en su pecho ese límpido fuego misterioso que es la patria? ¿Qué lo llevó a darle la espalda a Venezuela y a entregarse de rodillas al mismo tirano que sus ancestros combatieran, sus mayores le hicieran pagar caro el atrevimiento de pretender apropiarse de nuestra historia y nuestras riquezas, y los soldados, sus predecesores, a combatirlo al precio de sus vidas hasta expulsarlo, humillado, de nuestras costas? ¿Por qué Rómulo lo sacó de un portazo y él corrió a humillársele con desconcertante entusiasmo?
Es la gran interrogante que la historia nos plantea. Y a la que no encontramos respuesta. ¿Por qué el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, convertido por veleidad del pueblo y mortal decadencia de las élites en primer magistrado de la República y Comandante Supremo de nuestras Fuerzas Armadas, decidió entregarse en cuerpo y alma a Fidel Castro y ofrendarle la disposición plena sobre nuestra soberanía? Pues constituye un caso único en la historia de América Latina: ¿por qué insólita razón un oficial de nuestros ejércitos, los mismos que lucharan con ardor y sin tregua por obtener la libertad de cinco naciones, le cedió los derechos sobre el control de nuestros ejércitos y nuestros bienes al gobierno de una tiranía de una isla incomparablemente menor en dimensión, estatura y grandeza, como la Cuba que transitara sin hiatos ni traumas históricos del regazo de España a los brazos de Estados Unidos y de Estados Unidos, que obtuviera para ella la independencia de España, a la interesada caridad de la Unión Soviética? ¿Cuándo había sucedido que una gran nación libre y democrática, plenamente consciente de su valía y grandeza, al cabo de medio siglo de democracia plena, se rebajara a convertirse en satrapía de una nación pequeña, decadente, hambrienta y tiránica, arruinada económica y moralmente, que ni siquiera sintiera los anhelos de libertad e independencia que sintieran los pueblos hispanoamericanos a lo largo del siglo XIX, aislada en el mundo, desprestigiada ante sus pares?
Es un enigma de muy difícil resolución. No encontramos otra explicación que la veleidad y el capricho de un ser huérfano de sentimientos patrióticos, pero ahogado en insólitas ambiciones de poder que solo podían ser satisfechas mediante el respaldo de un caudillo mayor —Fidel Castro— capaz de dirigir mediante su auxilio la conquista de la región, imponer sobre las naciones hermanas gobiernos dominados abierta o veladamente por la ideología marxista leninista, imponer los intereses del castrocomunismo en sus diversas variantes desde el Foro de Sao Paulo sobre toda Latinoamérica y, aliado a fuerzas antidemocráticas y dictatoriales emergentes, pertenecientes a otros bloques de poder, como el talibanismo islámico y la yihad, golpear a los dos centros nodales de poder: Estados Unidos y Europa. Estamos ante un proyecto geoestratégico orientado hacia el cambio de raíz de las coordenadas de poder y la instauración de una nueva forma de dominio planetario. Un proyecto solo comparable al que alimentara la afiebrada imaginación de Lenin y Stalin, por parte del socialismo, y de Adolfo Hitler, por parte del nacionalsocialismo. Hoy se le esgrime desde el llamado Estado Islámico. En alianza con sus serviles vasallos venezolanos.
La entrega de Venezuela a Cuba constituye una traición sin nombre. De todos los innumerables crímenes cometidos por Hugo Chávez y el chavismo, del cual Nicolás Maduro y sus pandillas son la última y degradada expresión, el peor y de más graves consecuencias. Le ha asestado un golpe inconmensurable al corazón del Estado nacional, nuestras fuerzas armadas. Cuya dimensión aún no puede ser valorada. Ha ofendido y humillado a una de las más nobles tradiciones, fundada por el Libertador de Hispanoamérica, también escarnecido y convertido en carroña de la intrusión delictiva de la superchería afrocubana en otro de sus crímenes: hacer a Simón Bolívar despojo de santeros, paleros y babalaos. ¿Cómo entenderlo? ¿Cómo aceptarlo?
Pero sobre todo: ¿cómo repararlo? La Alemania de Hitler, de Auschwitz, del Holocausto y la conflagración mundial se vio obligada, luego de sufrir una derrota descomunal que la dejó en ruinas, a hacer un profundo esfuerzo de autocrítica y reconversión, enfrentada a los espantosos demonios de sus delirios. Y a demostrar su inmensa valía logrando la reconstrucción de su devastado territorio. El nazismo fue condenado, expurgado y combatido no solo en Alemania, sino en el mundo entero. ¿Dónde sobrevive, qué instancia de coordinación multinacional, como el Foro de Sao Paulo, lo hace con el castrocomunismo —una herencia directa del nazismo hitleriano y el estalinismo soviético—, continúa manteniéndolo con vida? Fue reconocido como un grave crimen de lesa humanidad. ¿Quiénes y cómo, de entre nosotros, los venezolanos, saldaremos esa grave deuda con quienes construyeran nuestra nacionalidad? ¿Es asunto de expulsar a los invasores y lograr el regreso a la plenitud de nuestra soberanía? ¿Bastará con exigir la cancelación de la pesada deuda contraída por sus gobernantes con quienes, ajenos al más elemental amor patrio, les entregaran gratuitamente decenas de miles de millones de dólares? Y lo que es inmensamente más grave: el control de lo que quedaba de Estado nacional y a través de uno de sus agentes, del mando del gobierno.
Creer que un simple proceso electoral y el eventual desalojo del gobernante —si siquiera eso fuera posible— lavará las manchas y humillaciones de nuestra malherida nacionalidad demuestra necedad, superficialidad e incompetencia. Un gravísimo desconocimiento de la gravedad del mal que sufrimos. Será necesario un profundo proceso de autocrítica y reconversión histórica. Una auténtica revolución de los espíritus. Va siendo hora de comprenderlo.