Paliza de Rajoy a los tres chicos
Miguel Delibes escribió en los albores de la democracia, 1978, la novela El disputado voto del señor Cayo en la que tres jóvenes socialistas de ciudad llegaban a un pueblo a pedir el voto y se encontraban con el señor Cayo. Creyéndose más cultos y listos, los tres acababan cayendo deslumbrados ante la sabiduría natural del hombre del campo castellano y renunciaban a pedirle su voto. Cayo venció dialécticamente a los tres espabilados urbanitas, de la misma forma que Mariano Rajoy ha pegado una buena paliza en las urnas a sus tres oponentes, jóvenes, modernos y digitales. Rajoy se convirtió en un señor Cayo en la campaña, a base de emocionarse con una alcachofa, con la ceremonia de ordeño de las vacas o ante los pimientos de los invernaderos. La vieja política ha vencido a la nueva política. El gran superviviente se ha impuesto a los jóvenes dinámicos. Y, sí, también a muchos periodistas y a las encuestas. Dispongámonos todos a hacer autocrítica.
En los días posteriores al 20-D, cuando supo que el PSOE no iba a facilitar su investidura como presidente, Rajoy hizo una apuesta arriesgada. Apostó todo su capital político a la repetición de las elecciones. El candidato del PP ha ganado la apuesta, contra el viento del cambio y la marea mediática que le caricaturizó como un cadáver político. La España alejada de la burbuja político-mediática, de los cenáculos del Ibex -en el caso de que exista tal cosa-, del uso masivo de las redes sociales, de la agitación política, de los expertos y de los think tank más exitosos es de Mariano Rajoy. Es la España que no quiere cambios, que nunca votará a un muchacho que lleve coleta y que, a pesar de los pesares, está satisfecha con elstatu quo.
La semana pasada, el candidato del PP visitó un plató de televisión y allí comentó los sorprendentes resultados de las elecciones municipales italianas, en las que ganaron en Roma y Turín las alcaldesas del Movimiento 5 Estrellas. En todos los países pasan cosas, le dijo su interlocutor. «Fíjate si pasan cosas que en España hasta yo puedo ganar las elecciones». Le faltó decir, a pesar de todo lo que he tenido que soportar durante estos seis meses. Rajoy, un sano defensor del bipartidismo, se ha convertido en el líder del unipartidismo. La distancia entre el primer y segundo partido -52 escaños- es histórica. En la España de 2016 hay un partido grande, que es el PP, y tres medianos.
Su victoria ha superado los cálculos más optimistas de los colaboradores más entusiastas del presidente del PP. Rajoy tiene el Gobierno a su alcance porque los españoles han desempatado a favor del centro derecha, que ha superado a la izquierda de lejos. PP y Ciudadanos consiguen 169 escaños, mientras que PSOE y Unidos Podemos suman 156. Para la investidura tendrá que arañar algunas abstenciones de otros partidos.
La estrategia del PP de recuperar los votos que le quitó Ciudadanos el 20-D a base de sacudir a Rivera por haber pactado con el PSOE ha dado un buen resultado. Miles de hijos pródigos han regresado a casa, sin importarles ni la corrupción ni el quietismo político de Rajoy. Rivera, cuyo partido pierde escaños aunque no se desmorona, ha perdido argumentos para pedir la cabeza de Rajoy a cambio del apoyo de los 32 diputados de Ciudadanos a un hipotético Gobierno popular. El presidente del PP tendrá que remangarse porque necesita los votos de Rivera, cosa que se negó a hacer después del 20-D. De momento, el líder de Ciudadanos ya ha puesto su primera exigencia para el PP: la reforma de la Ley Electoral.
Rajoy ha modelado al PP a su imagen y semejanza, por lo que en el próximo Congreso, sea cuando sea, él seguirá siendo presidente y decidirá hasta dónde llega la renovación -si es que llega- y quiénes la encarnarán. No es en absoluto descartable que el líder popular, puesto que carece y carecerá de sucesor natural, se presente a las próximas elecciones generales.