Nooteboom: “Alemania ha superado su pasado. España no”
-El autor holandés creció bajo la sombra de la ocupación alemana y se convirtió en referente europeo sobre Berlín, su pasado y sus misterios.
-Viajero, poeta y novelista incansable a sus 81 años, cuenta a Babelia por qué un escritor debe aprender a convivir con su silencio.
Podíamos haber abordado esta historia como se aborda la historia: con método, con ciencia, con especialistas. Habría sido interesante, académico, irrebatible y digno de alguna irreprochable tesis doctoral más, por qué no. Pero había otra opción: hacerlo de la mano de un poeta que jamás se graduó, que no pudo con las matemáticas y que, por no entenderlas, se inventó sus propias reglas, su lógica. Cees Nooteboom (La Haya, 1933) se bebió el mundo viajando, aprendió idiomas escuchando a camioneros que poco sabían de gramática mientras se licenciaba en baches haciendo autoestop y se convirtió en autor sin darse cuenta. Sin planes.
Por eso, y porque escribió dos obras necesarias sobre Berlín y las cicatrices europeas (El día de todas las almas y Noticias de Berlín, ambas en Siruela), elegimos abordarlo a su manera.
Cuenta Nooteboom que él vive la historia como una gran poesía de rimas que regresan y regresan, de acontecimientos que reflejan otros acontecimientos del pasado. La primera rima de su vida fue la guerra, cuando el niño Cees contempló de la mano de su padre la llegada de los alemanes a Holanda. «Los primeros alemanes vinieron del cielo; los siguientes, del agua, con el desaliño que es típico de la muerte. Solamente después vinieron por tierra, en largas filas grises». Eso y el bombardeo inglés que en 1945 mató a su padre fue el inicio de todo, de su perplejidad, de la incomprensión que le empujó a buscar explicaciones. Su siguiente rima fue Budapest, la represión soviética de 1956, que vivió in situ. Y la siguiente, la caída del Muro, que le sorprendió sin sorprenderle demasiado viviendo precisamente en Berlín. Y esa no fue sencilla.
— Escribe que se complicó porque Alemania tenía que vérselas con dos pasados a la vez. ¿Ha logrado superar ambos pasados, digerirlos?
— En cierta manera sí, pero hay mucha gente con pasados diferentes. Cuando cayó el Muro no solo había dos, sino tres y hasta cuatro pasados a la vez.
Nooteboom habla cerca del Retiro, en Madrid, en un sábado fresco de pleno sol, y lo hace sin prisa, riendo cada dos por tres y en español, la lengua que practica en los meses de verano que pasa en su casa de Menorca, donde disfruta luchando por domesticar el jardín y, si pudiera, una cultura mediterránea a la que le encantaría inyectar un poquito más de seriedad.
— Imagina que sales de casa y puedes andar solo hasta el Retiro porque hay un muro en todas partes. Imagina que tu familia vive al otro lado de Atocha y allí hay una vida totalmente diferente, con colas, con policías que te ponen espejos bajo el coche para pasar a verlos. Era muy, muy extraño.
En el Berlín dividido vivió en 1989, en un territorio en el que un superviviente del imperio coexistía con el revolucionario que lo derribó; o un don nadie del nazismo se había convertido en héroe del comunismo.
— Había cuatro pasados a la vez. Y al otro lado, además, democracia. Es imposible que quien ha vivido todo eso lo digiera con normalidad. Recuerdo que yo estaba en pro de la unificación mientras mis amigos de Berlín estaban acostumbrados a una posición claustrofóbica de lujo. En una situación así, las culpabilizaciones son cruzadas, además hay divisiones regionales y más neonazismo en el Este. Es un país complicado, pero en general lo han hecho muy bien.
Tras la caída del Muro se sintió forastero en Berlín y cuando va aún busca involuntariamente las marcas de esa Atocha que se han ido borrando de la ciudad. Le sorprendió el ansia de lavadoras y coches que se escondía tras la búsqueda de libertad. Pero también la fortaleza, la entereza para asimilar el pasado.
—¿Le ha decepcionado la naturaleza humana?
— El materialismo se veía en todo el Este, eso existe, es la condición general. Pero también estaban obsesionados consigo mismos. Después de una etapa de imposibilidad del duelo, ha habido un momento en que los hijos han dicho a sus padres: «¿Qué has hecho tú en la guerra?». Y ha habido un cambio muy profundo, de cierta manera al otro extremo, muy protestante, lo que los japoneses nunca han hecho. En Japón los criminales de guerra eran héroes; en Alemania es diferente, siempre hay otro desaparecido, otra historia que investigar. En Alemania el tema siempre vuelve.
— Habla de esa Alemania escondida que necesita restituirse. ¿Cree que se ha restituido Alemania? ¿Lo ha hecho bien?
— Creo que sí y han encontrado muy buenas personas para hacerlo, gente como Angela Merkel o Joachim Gauck; gente que no tiene ninguna sospecha como aquí, donde son unos corruptos en cierta manera. El gran misterio es por qué pasó todo eso, porque también ellos deben reconocer que eran alemanes los que han hecho todo eso, no lo comprenden y se sienten culpables. Pero por otro lado han trabajado, han ganado la guerra en cierta manera. Para los ingleses es muy difícil digerirlo porque Alemania es un país completamente destruido que empieza de nuevo con nada y ¡arriba!
— Su libro critica a Alemania por intentar mirar al Sur con esa superioridad de quien necesita imponerles unas reglas.
— Han tenido siempre una idea muy nostálgica del Sur, se ve en Holderlin o en Goethe con su viaje italiano… El Sur era un ideal, pero en cierta manera esta Europa ha sido decepcionada en la práctica por los griegos, los españoles e italianos.
—¿Con razón?
—Sí, creo que con razón también, sí. La clave está en la ética protestante nórdica y una manera de vivir en el Sur que es diferente, y esto es como el carácter de los hijos que salen diferentes, no lo puedes evitar. Creo que los alemanes deberían adoptar un poco del carácter sureño, y los sureños, un poco del carácter estricto alemán.
En su discurso, como en su obra, vuelven las rimas de la historia. Nooteboom tenía 22 o 23 años cuando dos amigos fotógrafos le llamaron una noche: «Hay revolución en Budapest, vamos». Y se fue con ellos. Allí revivió las imágenes de asesinatos y guerra que recordaba de niño. “La gente nos preguntaba: ‘¿Cuándo vienen ustedes a ayudarnos?’. Pero yo sabía que nunca. Y esta ha sido una experiencia fundamental para mí, absolutamente. He visto el horror del comunismo y lo que puede hacer este sistema al final. Y 30 años después he visto también el fin del sistema, he cerrado el círculo. Ves un extremo y el otro. Y fuera de ese espíritu hay una idea europea, pero ahora la idea de Europa en este momento está en peligro».
— ¿Y qué la ha puesto en peligro?
— No los alemanes. Lo que la ha puesto en peligro primero es la gente estúpida que hay en todas partes, también en Holanda. Pero también los problemas económicos, y los problemas económicos del Norte vienen parcialmente del Sur, esto es innegable, por eso algunos prefieren seguir el camino solos.
— Ha hablado de 1939, 1956, 1989. ¿En qué rima estamos ahora de la historia? ¿Estamos en medio de un tsunami?
—Estamos en medio de muchos tsunamis: el del idealismo, el del proceso económico, pero creo que no debo abrir la boca porque no soy economista.
Y ríe o sonríe, como muchas veces a lo largo de un encuentro en que insiste en que él no es un especialista, en que elabora mejor escribiendo que hablando, y en que salta de un idioma a otro como ese ciudadano europeo que se ha esforzado por acercarse a todos y entender.
—¿Tsunami de idealismo?
— Sí, sí, eso existe, pero también están las cifras. Yo no soy economista y uno puede decir todos los ideales que tiene, pero hay problemas verdaderos que alguien tiene que solucionar, ellos o nosotros. Si los políticos no tienen el coraje de decir a la gente que debe sufrir, como los franceses, Francia no cambiará. Los alemanes lo han hecho, los holandeses lo hemos hecho, y los italianos dicen que quieren prorrogar todo eso. ¿Son los sacrificios necesarios o no? En Alemania y Holanda han decidido que sí y tengo muchos amigos sufriendo recortes, pero si otros países no pueden porque tienen miedo de las elecciones próximas o no hay coraje… estos son los problemas verdaderos de Europa. Y por otro lado, si lo hacen y la gente está descontenta, elegirá Gobiernos mucho peores que querrán seguir adelante sin el Sur o sin el Este.
— Dice en uno de los libros que si Europa se lo hubiera pensado tanto en la era del descubrimiento, no habría descubierto tanto.
— Exacto, es esto.
— ¿Cuál es el pecado de Europa entonces?, ¿pensar demasiado?
— Demasiadas opiniones, también nos hemos acostumbrado a un cierto lujo, nadie quiere ser pobre, antes había mucha gente pobre… Soluciones no hay tantas, pero yo he viajado mucho por Asia y los japoneses no tienen estas posiciones ideológicas: actúan y trabajan. Para mí es patético ver a Rajoy en China, Cameron en China, Hollande en China… todos van allí en busca de contratos, los obtienen y vuelven a casa diciendo: «¡Tengo un contrato de tantos millones…!». Si Europa quiere ser algo debe ser unida. Los ingleses no conocen ni comprenden nada de los alemanes, los aragoneses son diferentes de los asturianos, y aquí las azafatas de Iberia no pueden pronunciar un inglés un poco correcto, nunca comprendo lo que dicen. Y cuando veo en Menorca huelgas contra el trilingüismo, qué tendrá de malo que los jóvenes aprendan un poco el inglés.
— ¿Cómo aprendió español?
— En la calle, como se puede ver por mi gramática [ríe]. Pero viajando, con camioneros, haciendo autoestop, esto se aprende así cuando uno quiere. Ahora pueden elegir, muchos eligen español… o chino. Son más pragmáticos… Con el catalán no se va muy lejos, pero esto no se puede decir en Cataluña [y ríe otra vez].
Cierto que esta entrevista se celebra a propósito de la caída del Muro, pero el riesgo de perderse al escritor es más grave que el pecado de romper la coherencia de este suplemento dedicado al 25º aniversario, así que no teman, intentaremos no dejarle escapar.
— ¿Cuál es el gran motor de su obra? ¿La perplejidad, la conexión con los demás?
—Todo eso ha venido después. Yo empecé con completa inocencia, ¡puf!, me he sentado a la mesa y me ha salido un libro.
— ¿Y por qué se sentó a la mesa entonces?
— No hay nada sobre lo que mientan los escritores tanto como de la génesis. «Yo siempre quise ser un escritor…» [ríe y ridiculiza con el tono]. Yo no puedo recordar que quisiera ser escritor, por qué me senté a una mesa para escribir. Pero cuando acabé el primer capítulo de lo que fue Philip y los otros, fui a casa de un escritor que vivía en mi pueblo, llamé a la puerta y le pregunté: “¿Quiere usted leer esto?«. Diez años más tarde nunca me habría atrevido, pero lo hice, lo leyó y me dijo: «Voy a pasar esto a una editorial». Lo hizo y me llamaron dos señoras: «Si sigue escribiendo este libro, le pagaremos 300 florines”. Así que terminé. Luego aparece el libro con tu nombre y ¡ya eres escritor! Un gran problema [ríe]. Es verdad. Después ya no sabía qué hacer.
Por eso se embarcó hacia América Latina, eran los años cincuenta, y escribió historias de marineros y libros de viajes. También una novela en la que el protagonista, un escritor, no puede terminar su libro y se suicida. Antes le deja su manuscrito a otro escritor que no la logra terminar. “Nunca fue un éxito y no me extraña. Era patética, histérica, extraña [ríe], lo que quieras, pero importantísima en mi obra”.
— Después, con una inteligencia posterior, yo he dicho: “A lo mejor le he matado para no matarme yo” [y vuelve a reír]. El caso es que después, durante 17 años, no he escrito ficción.
— ¿Por qué 17 años sin ficción?
— De nuevo: solamente se pueden decir cosas después.
— Ahora, por ejemplo.
— Hay que soportar el propio silencio. No estaba listo para hacerlo, tal vez había sido demasiado pronto para el primero, hay que saber esperar. De vez en cuando uno piensa: “Si mañana tengo un accidente de tráfico, no habrá más”. Pero eso no ocurrió y llegó Rituales. De alguna forma he sabido que no tenía suficiente conocimiento del mundo, y eso se adquiere viajando. Y Berlín ha sido también una experiencia fundamental.
— ¿Cuál es el motor entonces: la perplejidad, el asombro, el amor a la naturaleza humana, la búsqueda de comprensión? ¿Puede explicarlo el Cees de 81 años cuando mira atrás?
En lugar de responder, Nooteboom cuenta divertido que pronto tendrá que hablar en la catedral de Aquisgrán y que está escribiendo las preguntas que dirigirá «a un dios griego desde la casa de otro dios», siguiendo así con Cartas a Poseidón (Siruela), su libro de reflexiones y dudas dirigidas a ese mito de los océanos que ha tenido que ver los pies de Jesucristo andando sobre el agua, sobre él. «Y le voy a preguntar, tuteándole: ‘¿Qué has sentido cuando has visto los pies del otro dios sobre el agua?’. ¡Y esto voy a leer en la catedral de Aquisgrán!». Además, cuenta, escribe sobre su jardín menorquín. «Voltaire dijo: ‘Hay que cultivar tu jardín’. Y al final de mi vida es lo que hago, pero yo le he dado la vuelta y he dicho: ‘Ahora es mi jardín el que me cultiva a mí».
Le insinúo que no sé si me ha contestado. ¿Es la perplejidad, el asombro, la conexión?
— Yo tengo un problema con las abstracciones.
— En sus libros no.
— No, por eso es mucho mejor escribir que hablar, todo eso es secundario, y solo puedo formular las cosas cuando escribo. La idea borgesiana de perplejidad ha sido muy importante para mí, sí. Pero hay dos maneras de ser perplejo: con agresión o con autenticidad.
Todo está claro, pues.
— Hay un momento en que Arthur Daane, el protagonista de El día de todas las almas, entra en monólogos de pensamiento libre cargados de angustia y él mismo se tiene que interrumpir y decir: «Tranquilo, Daane».
— ¡Sí, sí! Es verdad.
— Como es su alter ego…
— Sí, siempre lo son.
— Entiendo que también sufre esos monólogos de pensamiento que tiene que parar para parar la angustia.
— Sí [parece que va a elaborar un poco la respuesta, pero se ríe, enigmático, y solo repite]. Sí. Ese es un libro importante que por ejemplo en EE UU ha caído como una piedra, esos no quieren saber, no. Es un libro europeo. Recuerdo una cita en una universidad de California que había comprado, trasladado y exhibido pedazos de muro y lo hacía en una ceremonia de colores ajena al significado trágico del Muro. No han comprendido nada, era tan ridículo. Esta divergencia fue para mí un símbolo de que los pueblos muchas veces no pueden comprenderse.
— También a Arthur Daane le gustan las personas que llevan varias personas dentro. A los 81 años, ¿uno logra conciliar a todas las personas que lleva dentro?
— Un poco más sí, sobre todo en mi jardín en Menorca, trabajando. Hemos estado cuatro meses y tenía un cierto miedo de entrar de nuevo en el mundo verdadero, en Menorca vivo aislado.
— ¿Y qué tal va el jardín?
— Me da problemas, porque un conde croata me plantó un árbol hace años y durante mucho tiempo yo estaba encantado, pero ahora tiene elefantiasis y me va a elevar el jardín, y caen frutos enormes que otros años no he visto, las raíces están encima de la tierra y son enormes, como patas de elefante, y amenaza una de las paredes de piedra. Este árbol lo va a reventar todo. ¡Eso son problemas que nunca tienes en Ámsterdam!
— En Lluvia roja cuenta también sus problemas para domesticar su jardín. ¿Cees Nooteboom no ha logrado domesticarlo?
— No, no. El año pasado teníamos una mariposa tan bella que parecía diseñada por Gucci, era fantástica, y resultó que nos llegó una alerta sobre ella. Ese ser tan bello es letal y ahora amenaza las palmeras que yo planté ahí hace 35 años y hay que inyectar un producto para matarla. Viene de Uruguay, es una inmigrante [ríe].
— ¿Es una metáfora?
— Se puede decir, sí.
— En su infancia le costaban tanto las matemáticas, no las comprendía, y sustituyó la realidad que no comprendía por su propia realidad. ¿Cree que si hubiera comprendido las matemáticas y el orden lógico de las cosas no tendríamos escritor?
— Es posible. Un día, al recibir un doctorado honoris causa en Bruselas, conté que la pesadilla recurrente que a mí me ha quitado el sueño toda la vida era el examen de matemáticas. Y he dicho: «Veo este día de doctorado como mi último día de escuela, nunca he visto una universidad ni nada, espero que este sea mi último día de escuela y se acaben por fin las pesadillas». Y se han acabado, nunca han vuelto. Pero me faltan las matemáticas.
— ¿Para qué?
— Claridad. Esas son cosas que uno descubre solamente después. Yo creo que tengo una inteligencia suficiente para haber comprendido las matemáticas que se ofrecen en el colegio, pero me he cerrado, era una resistencia, y con un profesor más inteligente habría sido posible, creo. Pero me han dejado en mi pequeña estupidez
— A cambio, tenemos un escritor.
— Pero he sufrido mucho con la matemática.
— ¿Le importa el reconocimiento, es importante para usted?
— Sí, sí, sería imbécil si dijera que no me importa.
— ¿Se puede convertir en algo enfermizo para un escritor? ¿Hasta qué punto ha sabido manejar el peligro del ego, la vanidad?
— Un librero holandés me dijo ayer hablando sobre esto: la combinación de sentirse víctima y al mismo tiempo agredir es fatal. Hay ejemplos: el diario de Gombrowicz, que siempre buscaba el reconocimiento y estaba obsesionado por lo que los demás no habían visto o comprendido en él. Yo esa obsesión no la tengo.
— España: usted ha visto la situación y recuerda cómo el paro de seis millones de trabajadores en Alemania desembocó en el nazismo. Los partidos grandes pierden apoyos mientras surgen movimientos como Podemos.
— También pasa en Holanda. Los socialdemócratas holandeses caen, la izquierda que no es izquierda-izquierda gobierna con la derecha que no es derecha-derecha. La derecha se mantiene, pero la izquierda socialdemócrata que ha tenido el coraje de hacer las reformas necesarias va a sufrir. Pero no habrá una revolución.
— ¿En España ve peligro?
— No lo creo. Es cierto que aquí hay cosas muy viejas, resentimientos que no se ven en la vida cotidiana, pero que existen; aquí no pueden con la ley de la memoria, no lo quieren ni ver. También puede ser el carácter. Pero no hay la pobreza de antes de la Guerra Civil, la gente está distraída por el deporte, la televisión. Todo eso antes no existía. Y desempeña un papel.
— Ha dicho que Alemania ha sabido digerir su pasado. ¿España ha sabido?
— No.
— ¿Y es necesario?
— La psiquiatría nos enseña que hay que volver al pasado para descubrir lo que ha pasado. Hay muchas cosas pendientes, creo.
— Usted vive entre el Norte y el Sur. ¿Qué le aporta el Norte y qué le aporta el Sur?
— Nunca podría ser tan partidario como aquí, Holanda es un país de consensos, tengo un partido liberal que me interesa, pero no por ello creo que los demás son el diablo.
— ¿Hay un muro norte-sur?
— No, no. Los medios desempeñan un papel porque tienen que llenarse cada día y exageran. Y cuando hablo es también porque he leído mucha prensa, nunca somos completamente originales, pero hay algo diferente, y es que en Holanda cuando dicen mañana, es mañana. Y cuando llego a Menorca dicen: «La semana que viene, sí, sí…», y no llega. Existe también en el Norte, no hay respuestas sencillas, hay muchos lados de todo.
Sencillas o no, son las suyas, las de un hombre de 81 años que sigue de aeropuerto en aeropuerto buscando dónde mirar. Tras acabar la sesión de fotos en el interior del Retiro y despedirnos, mira despistado alrededor y nos retiene con su pregunta final: «Un momento: ¿dónde estamos?«. Tras explicárselo, muy animoso, escoge un rumbo decidido y dice: «Muy bien, adiós«. Parece que hubiera activado una imaginaria brújula mental.
ENTREVISTA PUBLICADA EN ELPAIS, el 31 de octubre de 2014.