Los argentinos sabían
Cuando la vida va tan rápido como en la última década argentina, a veces, a la gente se le escapa que vive en un remolino de mentiras. El entusiasmo por los discursos falsos y la aparente sensación de que un ciudadano es alguien, cegó a muchos jóvenes que, con el corazón en la mano, creyeron que su Gobierno estaba construyendo un país mejor. Otros, con la mano en otro lugar, vieron la oportunidad de llenarse los bolsillos mientras cantaban la marchita peronista y se colocaban lo más cerca posible de las cajas recaudadoras.
El plan sistemático de vaciamiento de un país estuvo acompañado por otro de adoctrinamiento. El lavado y centrifugado de los cerebros fue una operación incluyente. Niños, jóvenes, adultos, con y sin estudios, pasaron a formar parte de ese proyecto que se vendía como “Nacional y Popular”. La resistencia a la conquista de voluntades maleables y de aquellas nacidas para el saqueo, la ofreció la prensa crítica. El precio a pagar por empresas y periodistas fue alto: el descrédito permanente, el atropello constante y una burla hecha escarnio hasta de la enfermedad ajena (recordar la serie contra Magneto, con cáncer de garganta y el personaje que lo interpretaba).
El Poder Judicial, como principal cuerpo para sostener la democracia, volvió a fallar en esta década. Los periodistas suplantaron a los jueces y asumieron, forzados por el contexto, atribuciones que no le son propias. La desvergüenza de fiscales y magistrados (hay excepciones, por supuesto) no sacudía las conciencias dormidas de los argentinos que apuntalaban el proyecto kirchnerista. Por el contrario, ese enorme batallón se organizaba en las redes sociales y defendía, por las buenas o por las malas, el delito flagrante que presentaban como una gesta.
Los “intelectuales” (salvo unos pocos) fueron parte consciente de ese engranaje. Ellos, desde la Biblioteca Nacional y el aparato del Estado, actuaron deliberadamente para hacer su guerra con un fin claro: imponer su discurso, su militancia y su forma de pensar. Hasta se creo una Secretaría del Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, el único tolerable y… no pasó nada. La presidió Ricardo Foster, el amigo de Pablo Iglesias (junior). Antes de ocupar su puesto los escándalos del latrocinio del Estado eran conocidos, incluido el saqueo de Lázaro Báez, presunto testaferro de Kirchner, sobre el que Foster, al ser preguntado se excusó airado. “ Soy un humilde profesor, a mi qué carajo…”.
En este escenario los artistas argentinos también hicieron su aporte a la causa y algunos negocio. El poder necesita de rostros amables, lindos, famosos y simpáticos. También aquí hubo importantes excepciones. Dos casos las ilustran: Juan José Campanella y Ricardo Darín, ambos recibieron el castigo público, el acoso y en el caso de Darín, -por preguntar el origen de la fortuna de Cristina Fernández- hasta una carta de la ex Presidenta en su FB cuando en Argentina no se movía una hoja sin que ella lo ordenara.
Resumo el panorama porque esto no sucedió hace un siglo, esto pasaba hasta el 10 de diciembre y aquí no pasaba nada. Los argentinos sabían y hasta los que no querían saber se enteraban porque su “ídola”, enamorada del micrófono y del atril, dedicaba horas a atacar al “enemigo”. En mi propio Facebook se vivieron discusiones ardientes por personajes que ahora callan y en alguna ocasión, hasta insultos y ataques de grueso calibre. La fiebre de la doctrina kirchnerista alcanzó a colegas de la prensa internacional que, también ahora, se hacen los distraído y no recuerdan que olvidaron su obligación a tener una mirada crítica y más con lo que estaba pasando. En este blog hubo quien, siempre bajo el anonimato, llegó a amenazarme desde las oficinas de un banco, por cierto, español.
En la Argentina de ayer, la de hace siete meses, pasaban estas cosas de otro siglo. Hoy, con los jueces despabilados y los arrepentidos hablando y enviando vídeos, los argentinos no pueden, como hacían antes, negar la evidencia. Pueden sorprenderse de la falta de límites al ver, junto al botín de un monasterio, a unas monjas que lo son a medias y hasta una resulta guerrillera. Puede resultarles impúdico comprobar cómo Florencia Kirchner, que jamás trabajó en su vida, guardaba millones en cajas de seguridad y pueden hasta repetir las estupideces que dice Victor Hugo Morales pero, esta vez, ninguno puede decir eso de: Yo no sabía.
Carmen De Carlos: Periodista al servicio de usted. Corresponsal de ABC. Responsable de@SudAmericaHoy http://www.sudamericahoy.com Lo que digo y escribo es cosa mía.