A los jóvenes votantes
La democracia mexicana tiene la edad de muchos jóvenes. Deben cuidarla. El instrumento es el voto.
Yo sé muy bien que a los jóvenes no les gusta que les digan lo que deben hacer. Son independientes por naturaleza y eso está muy bien. Hace muchos años, cuando participé en el Movimiento Estudiantil de 1968 y fui testigo de la matanza del 10 de junio de 1971, algunos de mis mayores se opusieron, pero yo publiqué mi testimonio por decisión propia y nunca lo lamenté. Gracias a esa experiencia atesoré el valor de la libertad y comprendí algo que la terrible historia mundial del siglo XX había probado con creces. Me refiero al gigantesco daño que causa el poder absoluto en manos de una sola persona.
Estudiando la historia de México he comprobado que los breves períodos de libertad y democracia que ensayamos en nuestra vida independiente (la época de Benito Juárez y la breve presidencia de Francisco I. Madero) fueron ahogados por la soberbia de los caudillos y la ambición de los presidentes, que gobernaban al país como si fueran monarcas, eligiendo a su sucesor. Creían que el país era suyo. Pero el país no era suyo. El país era y es de todos.
Para enfrentar esa realidad indigna del pueblo mexicano, mi generación, guiada por grandes maestros, luchó para que México transitara a la democracia. Alcanzarla costó muchos años y muchas vidas. Pero valió la pena.
Era el año 2000. Un nuevo siglo, un nuevo milenio. Por primera vez contábamos con un Instituto Electoral independiente en el que la ciudadanía y no el gobierno contaba los votos. Por primera vez tendríamos un Instituto de Transparencia al que podíamos acudir para identificar a los funcionarios corruptos. Por primera vez la Suprema Corte de Justicia fue autónoma. Por primera vez gozábamos de una libertad desconocida para mi generación, que hasta para manifestarse en las calles había corrido el riesgo de perder la vida. Por décadas vivimos sin las libertades que nos merecíamos y sin la democracia que necesitábamos. Creo que no hay que olvidar que nos tomó muchos años conquistarlas.
Yo quiero pedirles que reflexionen en esto. Y pienso sobre todo en aquellos de ustedes que van a votar por primera o segunda vez el 2 de junio.
Nuestra democracia tiene la edad de ustedes. Igual que ustedes, nuestra democracia merece llegar al futuro. Pero ¿qué futuro? No es difícil imaginarlo. Un país que podamos volver a recorrer sin miedo al crimen, al secuestro, la extorsión, el robo. Un país en el que vuelva a funcionar el sistema de salud, las campañas de vacunación, el abasto de medicinas, los tratamientos contra el cáncer. Un país que acabe con la pobreza y reconozca el trabajo honesto. Un país cuyo gobierno cuide el aire que respiramos y el medio natural que nos rodea. Un país cuyos libros de texto sirvan al saber científico y humanístico y no al adoctrinamiento. Un país en el que se respeten las diferencias de opinión. Un país de leyes. Un país de instituciones. Un país sin mentiras. Un país sin odio.
¿Es mucho pedir? No, no es mucho pedir.
Pero una cosa es clara: si ese futuro que merecen ustedes ha de llegar, México no puede ser, México no debe ser, la propiedad de un solo hombre ni de un solo partido.
Por eso los invito a votar a conciencia el próximo 2 de junio.
No dejen su futuro a la suerte ni lo dejen en otras manos. Su futuro está en el voto, porque el voto es el instrumento primero y fundamental para orientar, vigilar y sancionar al poder. Sin voto no hay democracia, sin democracia no hay libertad; sin voto ni libertad ni democracia no hay México.
He invocado el nombre de México. México es nuestra casa común, es nuestro hogar. Votar a conciencia es votar por México.
Voten a conciencia. Voten. Es por México.
Publicado en Reforma el 26/V/24.