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Alberto Barrera Tyszka: Un grito

La mujer se asomó a la ventana. Tenía puesta una bata sencilla, sin mangas. Aunque no se le veían, podían adivinarse unas chancletas de plástico medio desencajadas debajo de sus pies. Su cabello se desordenaba apenas hasta el cuello. Su rostro estaba cruzado por una mueca que, con dificultad, contenía un alarido. Lo aguantó durante pocos segundos. La mujer se asomó a la ventana y lanzó un grito: ¡que se vayan todos a la mierda!  Y sin que le faltara el aire prosiguió: ¡que se vayan todos al mismísimo carajo! ¡Son unos farsantes, unos sinvergüenzas, unos grandes coño e madres!  Sus palabras se colaron entre las casas y las veredas, retumbaron en los escalones, siguieron sonando más allá, a lo lejos. Luego hubo un silencio tenso, irritado. Una rabia muda.

El desespero ya no necesitan nombres. Hay muchos destinos para la indignación en este tiempo, en este mapa ¿Cómo puede sentirse cualquier venezolano cuando ve cómo Maduro nombra a sus candidatos derrotados como “protectores” de los Estados donde fueron, democráticamente, rechazados? ¿Qué siente el ciudadano común cuando escucha a Henry Ramos Allup tratando de disfrazar sus maniobras, mintiendo, pretendiendo salirse por la tangente con juegos de palabras?  Cualquiera siente exasperación. Siente dolor, humillación. Siente impotencia. La política se ha convertido en una ficción muy violenta.

¿Qué puede representar Tibisay Lucena para la mayoría de los habitantes de este país? La misma figura que obstaculizó e impidió cualquier evento electoral el año pasado es ahora quien, con idéntica serenidad y armonía, facilita y organiza de manera express unos comicios para el próximo mes de diciembre. En su actitud no solo hay engaño,  la voluntad de intervenir a favor del poder los procesos electorales, sino también hay cinismo. El cinismo del fariseo que, cuando comete un delito, actúa como si estuviera ejecutando una virtud.  El CNE no representa ni protege a la ciudadanía. El CNE ni siquiera ya se representa a sí mismo. Ha perdido cualquier majestad institucional. Es absurdo que, después de todo lo ocurrido, la oposición se plantee –tan siquiera- participar o no en una nueva elección. El fraude ya ha quedado expuesto, de manera evidente. El fraude ya es un modo de producción. Es la única suma que tiene el gobierno, la manera de contarnos y de someternos.

Hasta ahora, el principal elemento de la ANC ha sido, en la práctica, proponer la eliminación de la democracia protagónica y participativa de nuestra Constitución. El nuevo modelo del oficialismo es otro. Más opaco, más chantajista, más extorsionador. La acción contra Guanipa en Zulia es zarpazo salvaje en contra del poder del pueblo. En el fondo, el oficialismo, por iniciativa propia, se está encargando de decirle al mundo que este gobierno no es democrático porque –precisamente- suprime o pervierte los mecanismo democráticos para poder cambiarlo. Y, mientras esto sucede, mienten. Todo el tiempo. Siguen hundiéndose, y hundiendo al país, en un engaño sin límites, en una estafa suicida. Elvis Amoroso, hace pocos días, aseguró que si no existiera Dólar Today “los venezolanos comeríamos lomito todos los días”.

Esta semana leí dos artículos extraordinarios sobre este mismo tema. Un magnífico y puntual recuento del historial de mentiras oficialistas escrito por Sebastiana Barráez y un agudo texto donde José Rafael Herrera nos recuerda que, en la política, “decir la verdad es una cuestión absolutamente necesaria”. Es inevitable. La versión oficialista de la vida, además, se empeña en producir fantasías enloquecidas. Nunca antes un gobierno estuvo tan separado de las necesidades reales de la gente. La oposición está obligada a deslindarse. La oposición tiene el desafío de la transparencia. ¿Cuánto niños mueren por desnutrición este domingo en Venezuela?

Una mujer se asoma a la ventana y lanza un grito.

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