América Latina en la crisis de Ucrania: un convidado de piedra dentro de la estrategia de la Rusia de Putin
Tema
La crisis de Ucrania ha tenido un alcance global y sus efectos comienzan a afectar a América Latina, que para Rusia es sólo un peón más dentro de una estrategia mayor destinada a debilitar la influencia internacional de EEUU.
Resumen
La crisis de Ucrania, básicamente entre Rusia y lo que esta denomina Occidente (EEUU, la OTAN y la UE), está mostrando que el escenario internacional ha mutado profundamente y es una amenaza para la influencia occidental. En América Latina está muy presente el desafío de varias potencias extra regionales, como China, Rusia e Irán. En esta coyuntura los países latinoamericanos tienen ante sí el difícil dilema de ratificar su vinculación a Occidente, el espacio político y cultural del que teóricamente forman parte, o bien acercarse a los ya mencionados actores extra regionales, que portan bajo el brazo nuevas oportunidades comerciales y alternativas de financiación vitales para sus intereses. Estas últimas son muy valoradas por algunos países, especialmente en momentos como los actuales de estrecheces económicas. También están los que, una vez más, intentarán nadar entre dos aguas en medio de este último conflicto geopolítico. Estas circunstancias, junto a las fracturas y la división regional, imposibilitan una respuesta unificada y coordinada ante los desafíos internacionales y condenan a la región a un papel secundario, seguidista de las grandes potencias y muy similar al que tenían durante la Guerra Fría.
Análisis
En plena escalada de la crisis entre Rusia y lo que esta denomina Occidente (EEUU, la OTAN y la UE) por Ucrania, desde Moscú se insinuó que podría estar entre sus planes desplegar fuerzas militares en América Latina y más concretamente en países como Cuba, Venezuela y Nicaragua. “No quiero confirmar nada… ni lo descarto”, apuntó el vicecanciller Serguéi Ryabkov. Esta velada amenaza de enviar tropas (o incluso algo más) obliga a reflexionar sobre el papel de América Latina en la estrategia del Kremlin.
Estas declaraciones pueden verse como una manera de marcar límites a Washington, un claro mensaje sobre la necesidad del mutuo respeto y no injerencia en sus respectivas áreas de influencia. Si EEUU insiste en avanzar en las exrepúblicas soviéticas, Rusia incrementará su presencia en el “patio trasero estadounidense”. El gobierno ruso, en plena tensión con EEUU y la UE, anunció en enero que reforzaría la cooperación estratégica con Cuba, Venezuela y Nicaragua en “todos los ámbitos”. El canciller Serguéi Lavrov desveló que Vladimir Putin, durante unas recientes conversaciones con los líderes de esos tres países, acordó reforzar los lazos bilaterales. Con ellos “tenemos unas relaciones muy estrechas y una cooperación estratégica en todos los ámbitos: en la economía, la cultura, la educación y la cooperación técnico-militar”.
Esta rivalidad entre Rusia y EEUU en áreas geográficas cercanas a cada uno de ellos es una dinámica con ingredientes comunes: ambos han elegido la estrategia de “apoyo a la resiliencia”. Desde el final de la Guerra Fría, Washington articuló su relación con los países del espacio post soviético apoyando su soberanía e independencia respecto a Rusia. Por su parte, Moscú ha intentado conservar y aumentar su influencia entre los aliados históricos de la URSS (Cuba y Nicaragua), convirtiéndose en un apoyo fundamental a expensas de EEUU para el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y de Daniel Ortega en Nicaragua.
Si bien la Administración Biden no creyó que Rusia poseyera suficiente capacidad militar (Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional, lo calificó de “fanfarronada”), hay precedentes tanto históricos como recientes que respaldan amenazas semejantes. En 2008, durante el conflicto de Georgia, Moscú envió por primera vez bombarderos con capacidad nuclear Tu-160 a Venezuela, así como cuatro buques de guerra, incluyendo el crucero nuclear “Pedro el Grande”. En 2013 y 2018 se repitieron estos movimientos y en esa última fecha el gobierno ruso declaró su intención de establecer una base aérea en la isla venezolana de La Orchila.
En este mundo cada vez más globalizado e interconectado no es ajeno nada de lo que ocurre en el otro extremo del planeta. Más aún si uno de los actores implicados, Rusia en este caso, amenaza desplegar tropas en Cuba y Venezuela, junto a otras “medidas técnico-militares”. Según la tradición rusa, estas medidas podrían ir desde desplegar técnicos y especialistas militares, como en Venezuela, hasta apostar por las nuevas guerras híbridas –incluyendo ciberataques–, llegando incluso a instalar en Cuba, Venezuela y eventualmente Nicaragua misiles nucleares, como en Kaliningrado y otras zonas fronterizas. La crisis de los misiles de 1962 mostró que esa no es una amenaza descabellada. Como consecuencia de ello se firmó en 1967 el Tratado de Tlatelolco, que permitió que América Latina se convirtiera en zona desnuclearizada. No es la única opción nuclear de Moscú: otra posibilidad, con menos costes financieros que el despliegue de misiles nucleares, sería desplegar sus misiles hipersónicos Zirkon en submarinos que navegarían cerca de la costa de EEUU.
La posibilidad de un despliegue de misiles nucleares en territorio latinoamericano pondría fin a más de medio siglo de consenso regional en torno a la necesidad de permanecer al margen de las armas atómicas. Si algo mostró la crisis cubana de 1962 fue que cuando dos potencias negocian para evitar entrar en guerra, los aliados coyunturales –convidados de piedra como la Cuba de Castro– no tiene voz ni voto en el acuerdo final. El malestar de Castro fue mayúsculo cuando supo que la URSS había acordado a sus espaldas retirar los misiles de la isla a cambio de que EEUU hiciera lo propio en Turquía.
Aun cuando no se concretara esta amenaza nuclear, los gobiernos de la región deberían intervenir y tener voz en la actual coyuntura internacional por cuestiones más inmediatas, como el encarecimiento de los precios energéticos que, salvo para los países productores, suponen un gasto mayor para las familias e incluso obligan a los gobiernos a realizar un mayor gasto fiscal vía subsidios. Ahora bien, una respuesta regional coordinada es actualmente inviable. No sólo porque no hay precedentes al respecto, sino también porque lo imposibilitan tanto la fragmentación y la heterogeneidad existentes como las muy variadas posturas evidenciadas ante la crisis y las preferencias en relación a los actores implicados.
Viejas potencias y potencias emergentes: China, Rusia, Irán, la India y Turquía en el tablero latinoamericano
América Latina juega un papel secundario en el tablero internacional. Y si bien no es totalmente ajena a la crisis ucraniana, su papel está a la altura de su posición periférica. Esto obedece, en primer lugar, a la parálisis del proceso de integración, que ha llevado a la región a tener una presencia limitada en la escena internacional y a no expresarse con una sola voz en los foros multilaterales. No se olvide que la mayoría de países, salvo raras excepciones (Brasil, Chile y México), carece de una política exterior sólida y coherente. Por lo general estas se centran en la relación regional, especialmente con sus vecinos. La presencia internacional de América Latina ha solido ir a remolque de las grandes potencias. Esto se acentuó en los años de la Guerra Fría, entre las décadas de 1950 a 1980. Entonces, la lucha entre EEUU y la URSS tuvo en América Latina (Guatemala en 1954, Cuba desde 1959, América del Sur en los años 60 y América Central en los 80) un escenario destacado, aunque sólo fue uno más en el choque entre capitalismo y comunismo.
Su papel en ese escenario mundial respondía a la continuidad histórica y a la relación con los diversos centros internacionales de poder. Sin embargo, desde los años 90, en especial tras la crisis de 2008 y las reiteradas muestras de debilidad de la presencia estadounidense, se han hecho visibles en América Latina diversas potencias extra regionales en la búsqueda de mayor protagonismo, en algunos casos para desafiar la hegemonía de EEUU. Este proceso fue facilitado por las políticas antiimperialistas y post coloniales de los países del ALBA y sus aliados.
La consolidación de un mundo multipolar, especialmente tras la crisis de 2008, tuvo múltiples consecuencias sobre América Latina. Desde un punto de vista económico se diversificaron los mercados, permitiendo a China consolidar el papel de socio comercial relevante, un proceso que comenzó en el siglo XXI. Geopolíticamente, ciertos actores emergentes internacionales han visto el modo de ganar influencia, poder económico, prestigio y aliados a costa de las potencias tradicionales: EEUU, la UE y España. Esa progresiva pérdida de presencia, influencia y reputación ha permitido la aparición de nuevas potencias (China) o reaparición de otras (Rusia).
Así desembarcaron en América Latina desde la primera década del siglo XXI, y más particularmente en la última década, China y Rusia, pero también Irán, y, en menor grado, Turquía. La India, también presente, tiene su propia agenda por ahora menos marcada, pero con una mayor capacidad de expansión a medio plazo. Casi todos cuestionan la hegemonía estadounidense y apuestan por un mundo multipolar, tratando de desplazarla de la región económica, tecnológica, militar y comercialmente. China tiene una estrategia bien consolidada desde tiempos de Hu Jintao, cuando elaboró el primer Libro Blanco sobre su política regional. La proyección latinoamericana ha sido potenciada por Xi Jinping, con un salto cuantitativo y cualitativo en la presencia de Pekín, convertido en el segundo socio comercial de la región y primero en algunos países.
Turquía, un país con escasos lazos con América Latina, ha apostado por expandir su proyección económica y comercial, también política. El presidente Erdoğan, en plena deriva autoritaria, busca aliados para compensar su aislamiento internacional. El gobierno de El Salvador, también enfrentado a EEUU, ha escenificado un acercamiento a Ankara buscando respaldo a su proyecto de establecer el bitcoin como moneda oficial. Los turcos siguen la senda de Irán, que desde los años 90 estuvo muy presente en la región (comercial y políticamente, incluyendo vínculos no esclarecidos con ciertos atentados terroristas). De ese modo se convirtió en uno de los principales aliados internacionales de Venezuela, tanto con Hugo Chávez como con Nicolás Maduro. En enero de este año, los cancilleres de Nicaragua e Irán, Denis Moncada y Hossein Amir-Abdollahian, tuvieron un encuentro telemático para profundizar las relaciones entre ambos países.
Irán, cuya sombra ha sobrevolado sobre el atentado de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), encontró en América Latina un escenario propicio para romper su aislamiento internacional. En especial gracias a su entente con regímenes como el de Venezuela, con Chávez o Nicaragua con Ortega. Venezuela firmó más de 270 acuerdos con Irán y cuando murió Chávez el presidente Ahmadinejad le calificó de “mesías”. Toda una paradoja ya que esta alianza, forjada en la primera década del siglo XXI, suponía el acercamiento entre el régimen ultraconservador de los ayatolás y otros “socialistas bolivarianos”. Esta alianza geopolítica se sostiene en el rechazo a la hegemonía de EEUU y en el petróleo. El régimen iraní también tiene fluidas relaciones con Bolivia, basadas en el común sentimiento antiimperialista.
¿Qué busca Vladimir Putin? Claves y métodos de la estrategia internacional de la Rusia post soviética
A diferencia de China, Rusia, tiene una política latinoamericana vinculada al liderazgo personalista y autoritario de Putin. Desde su llegada al poder (1999) y especialmente desde la década pasada, uno de sus objetivos es resituar a Rusia como potencia global, condición perdida tras el colapso de la URSS. La ruta de Putin para recuperar el estatus ha ido más allá de su ámbito geográfico próximo –las antiguas repúblicas soviéticas– buscando nuevamente las áreas estratégicas. En ese contexto irrumpen los países latinoamericanos, aunque la estrategia de Putin, sin los condicionamientos ideológicos de antaño, es más pragmática para diversificar sus relaciones exteriores y hunde sus raíces en la “Doctrina Primakov” (por el que fue primer ministro y ministro de Exteriores entre 1996 y 1999). Primakov fue muy crítico con la idea de Boris Yeltsin de “abandonar” las regiones en las que Rusia había ejercido gran influencia durante la Guerra Fría, entre ellas América Latina, para acercarse a Occidente. Las ideas de Primakov subyacen en la “estrategia asertiva” de Putin en Siria, en el acercamiento a China o en el apoyo a Maduro y Ortega.
La influencia rusa en América Latina tiene características especiales respecto a la china. Primero, por sus precedentes históricos. Rusia, en ciertos aspectos, es heredera de la URSS, cuya presencia en la región creció durante la Guerra Fría, especialmente tras la Revolución Cubana. Pero, el comportamiento actual es diferente, más en las formas que en el fondo, al haber un hilo de continuidad. Si bien ha desaparecido el factor ideológico (el comunismo), se mantienen otros como la pugna geopolítica con EEUU y el deseo soviético –antaño de los zares y ahora ruso– de ser una potencia con influencia mundial.
Moscú utiliza a América Latina para contrarrestar la influencia de EEUU en otras áreas. Si Washington pretende ganar presencia en zonas de influencia rusa –como Ucrania– incrementará su presencia militar en el Caribe. La región es para Putin una pieza más en su estrategia global. Rusia, en tanto potencia revisionista, cuestiona la existencia de un “mundo unipolar” liderado por EEUU con apoyo de la UE. Estas, junto a la OTAN, son los principales obstáculos para reconstruir la influencia rusa en su hinterland (Georgia, Ucrania y Kazajistán) y volver a ser una potencia regional y mundial.
Esto lleva a Rusia a buscar socios exteriores para construir diferentes alianzas: geopolíticas, para contrapesar la hegemonía estadounidense, o económico-comerciales para contrarrestar las consecuencias de las sanciones de Washington y Bruselas tras las crisis de Georgia (2008) y Ucrania (2014 y 2022).
América Latina es importante para Rusia en tres cuestiones básicas: (1) sus alianzas con Venezuela, Cuba y Nicaragua pueden ser útiles para socavar la hegemonía de EEUU; (2) esto le permite a Putin presentarse como actor global, no sólo local, convirtiendo a América Latina en una plataforma para crear un nuevo orden multipolar –en 2008 Nicaragua fue el primer país latinoamericano en reconocer diplomáticamente a Osetia del Sur y Abjasia tras separarse de Georgia–; (3) América Latina es un elemento de disuasión sobre EEUU y sus pretensiones de avanzar sobre el hinterland ruso. Como ha mostrado la crisis ucraniana, el pulso que Washington plantea en zona vitales para Rusia, como Ucrania, es respondido con exhibiciones de fuerza o amenazas de hacerlas también en América Latina.
Desde su posición pragmática y alejada de ideologismos, Rusia intenta expandir su presencia en América Latina y afianzarse mediante diferentes herramientas: el comercio, la energía o la venta de armamento. En un primer momento, intentando aprovechar las iniciativas de integración regional bolivarianas, como el ALBA, buscó alianzas que hicieran contrapeso a EEUU. En 2014 Putin mandó un mensaje a la cumbre del ALBA, señalando su deseo de ampliar la relación y expandir “nuestro diálogo e interacción práctica tanto sobre bases bilaterales como multilaterales”. Sin embargo, sufrió la misma decepción que Bush en 2005, cuando comprobó con el ALCA que la división regional, la falta de liderazgo y la inconsistencia en la integración regional impedía alcanzar acuerdos globales con la región. De forma similar, la parálisis del ALBA, huérfana del liderazgo de Chávez y carente de los petrodólares venezolanos, dejó a la vista sus limitaciones.
Sin embargo, Rusia mantiene fuertes vínculos con la CELAC, al coincidir en el objetivo geopolítico de construir un mundo multipolar y multilateral. Esta cercanía se ha plasmado en la firma de un Mecanismo Permanente de Diálogo Político y Cooperación (2015). Para Rusia la relación con CELAC es una forma de insertarse, ganar peso y visibilidad mundial a través de una organización internacional fuera de su teórica área de influencia. Para la CELAC (foro que excluye a EEUU y que nació con el fin de ser una alternativa a la OEA) el vínculo con Rusia le hace ganar autonomía frente a Washington.
De todas formas, en el último lustro, Putin ha privilegiado las relaciones bilaterales. Mantener un vínculo estratégico con los gobiernos claramente contrarios a EEUU, como Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia y la Argentina kirchnerista. También con aquellos capaces de contrarrestar la hegemonía de Washington: Brasil y México. Se trata de una relación de mutua conveniencia, sobre todo con la dictadura cubana y los regímenes autoritarios venezolano y nicaragüense. A Moscú no le interesan las violaciones de los Derechos Humanos en Cuba, los ataques a la oposición en Venezuela o la deriva dictatorial en Nicaragua (con quien colabora en materia militar y de inteligencia). Estos países se posicionan junto a Rusia cuando se opone a EEUU, como en la crisis de Ucrania y el alineamiento de Nicaragua y Venezuela con Rusia y viceversa en los foros internacionales es automático.
Rusia ha sido un sólido apoyo de los gobiernos de Ortega y Chávez. En 2018, tras la represión contra los estudiantes en Managua, instó a EEUU en Naciones Unidas a “abandonar los intentos inspirados en la tradición colonialista de influir en la situación en Nicaragua”. En 2021 el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó una resolución contra Nicaragua condenando la represión y pidiendo a Ortega que permita las manifestaciones pacíficas en su contra. La resolución se aprobó con 20 votos a favor, 18 abstenciones y ocho en contra, entre ellos Venezuela, Cuba, Bolivia, Rusia y China. En 2019 una propuesta de Washington en el Consejo de Seguridad para reclamar elecciones presidenciales libres y el ingreso de ayuda humanitaria a Venezuela fue vetada por Rusia y China. En 2020, Rusia denunció en el Consejo de Seguridad las acciones de EEUU contra Venezuela, que consideraba “provocaciones” y “amenazas” contrarias a las normas de la ONU. Por su parte, los países latinoamericanos cercanos a Putin le han evidenciado su apoyo de forma reiterada desde 2008. Ese año, tras la Segunda Guerra con Georgia, Rusia fue el primer país en reconocer la independencia de Osetia del Sur y la de Abjasia, algo que hicieron muy pocos, como Nauru, Nicaragua y Venezuela. En 2014 una resolución de la ONU declaró inválido el referéndum de Crimea, con 100 votos a favor, 58 abstenciones y 11 votos en contra, entre ellos Bolivia, Cuba y Nicaragua. En la actual crisis de Ucrania, Venezuela y Nicaragua han dado reiteradas muestras públicas de posicionarse junto a Rusia.
Su vínculo más fuerte en América Latina es con Venezuela. El proceso comenzó con Chávez y continúa con Maduro. Rusia pasó de ser un actor inexistente en 2000 a convertirse en uno de los mayores inversores a través de los sectores militar y de hidrocarburos. Ha vendido armas por más de 17.000 millones de dólares y la empresa estatal Rosneft ha firmado varios acuerdos estratégicos con PDVSA sobre gas y petróleo.
En plena bonanza del régimen bolivariano (2004-2012), Chávez modernizó la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) comprando armamento ruso. Venezuela se convirtió en el principal comprador de armas en América Latina y pasó del puesto 46 al 15 en el ranking mundial de compradores de material bélico. El 76% de las exportaciones de armas y servicios militares de Rusia a América Latina iba a Venezuela.
Si bien las relaciones comerciales fuera del rubro militar son escasas, en los últimos años se ha multiplicado. Rusia ha apuntalado a Maduro, pese a tener una menor capacidad de compra que Chávez. La presencia militar rusa la componen básicamente personal técnico de apoyo al equipamiento ruso que opera la FANB. También unidades de fuerzas especiales y empresas contratistas militares que capacitan al personal militar y policial venezolano. En 2020, ocho especialistas rusos en drones ayudaron a las fuerzas bolivarianas en la Operación Tiburón, para detener la invasión de militares rebeldes que intentaron desembarcar en las costas venezolanas.
Al igual que con Cuba, durante la crisis ucraniana Putin habló telefónicamente con Maduro. Según Tass, “Putin expresó su apoyo inquebrantable a los esfuerzos de las autoridades venezolanas para fortalecer la soberanía y asegurar el desarrollo social y económico del país”, mientras Caracas subrayó la existencia de intercambios al más alto nivel en “temas referentes a la cooperación existente en diversas áreas estratégicas”. Maduro también rechazó las campañas de provocación y manipulación contra Rusia.
Rusia ha recuperado la relación fluida con Cuba que tenía la URSS durante la Guerra Fría, y la alianza con Fidel Castro de 1960. En medio la crisis ucraniana, los presidentes Putin y Miguel Díaz-Canel se comprometieron a profundizar “la cooperación estratégica” y fortalecer las relaciones bilaterales. Acordaron intensificar sus contactos para ampliar “la cooperación en comercio, economía e inversión”. Días antes, habían llegado a La Habana 20 toneladas de ayuda sanitaria, el quinto cargamento de este tipo desde el 31 de diciembre: 80 toneladas en menos de un mes frente a 200 toneladas en 2021. La estrategia rusa refuerza lo que viene haciendo el Kremlin desde hace una década y se plasmó en 2014 con la condonación rusa de la deuda cubana (30.000 millones de dólares) desde tiempos soviéticos y la posibilidad de reabrir la estación electrónica de Lourdes.
Hasta el reconocimiento de la República Popular China por Managua, Rusia era el principal aliado extra regional de Nicaragua, además de Taiwán. Fue patente el respaldo de Moscú tras la última reelección de Ortega, cuando consumó su deriva dictatorial en medio de un generalizado aislamiento regional y del enfrentamiento con la Casa Blanca. Putin ofreció el “apoyo invariable” de Moscú a los esfuerzos nicaragüenses “para garantizar la soberanía nacional” y manifestó su “disposición a seguir apoyando [su] desarrollo social y económico”. Era el último capítulo de la alianza entre dos regímenes autoritarios. Ortega, poco dado a viajar al exterior, visitó Rusia en 2008 y Putin incluyó a Managua en su gira latinoamericana de 2014. Rusia ha financiado la modernización militar y de la inteligencia nicaragüense. Esto ha posibilitado, desde 2016, crear centros de entrenamiento militar y adquirir carros de combate en el marco de un acuerdo de “cooperación técnico-militar” y sistemas de defensa antiaérea. Su correlato es el respaldo de Ortega a Putin en la anterior y actual crisis de Ucrania y su posición contraria a las sanciones de Occidente contra Moscú. Desde 2018, cuando Ortega aplastó las protestas en su contra, tuvo el apoyo ruso. En 2019, Putin le envió una carta a su “querido amigo, hermano” y aseguraba que Nicaragua siempre podría contar con su ayuda. En 2021 Rusia fue de los pocos países que reconoció su reelección tras la detención masiva de los principales referentes de la oposición, incluidos varios precandidatos presidenciales.
Rusia también tiene fuerte presencia en otros países, como Argentina, Brasil y Bolivia. En plena escalada de la tensión con EEUU y la OTAN, el presidente argentino Alberto Fernández visitó Moscú y a medidos de febrero lo hizo el brasileño Jair Bolsonaro. El vínculo con Argentina, retomado en 2010, va de la geopolítica, como mostró el viaje de Fernández en enero de 2022, a la economía, dado el interés de Gazprom y otras empresas en el gas argentino. La visita de Fernández se produjo tras el acuerdo de renegociación de la deuda con el FMI –donde EEUU jugó un papel importante–. Fernández ofreció convertir a Argentina en la “puerta de entrada” para Rusia en América Latina y vio a Putin como un contrapeso frente a EEUU: “Estoy empecinado en que la Argentina tiene que dejar de tener esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo y EEUU, tiene que abrirse camino hacia otros lados y ahí Rusia tiene un lugar muy importante”.
El principal socio económico y geopolítico de Rusia en América Latina es Brasil. Lo fue con Lula y lo sigue siendo con Bolsonaro. Esto demuestra que el pragmatismo de Putin está por encima de criterios ideológicos. Desde 2010 Brasil se ha mantenido como el principal socio económico de Rusia en América Latina, con un 33% del total regional. Durante la presidencia de Lula, Brasil y Rusia formaron junto a China, la India y Sudáfrica el bloque de los BRICs, que hasta la fecha ha celebrado 12 cumbres, las dos últimas en Brasil (2019) y Rusia (2020). Con Bolsonaro la relación no ha decaído. Además de intereses internacionales comunes comparten una similar visión de la política: ambos impulsan gobiernos iliberales y autoritarios. En plena crisis ucraniana, el mandatario sudamericano anunció su visita a Rusia, que según el diario Folha de São Paulo no tenía el visto bueno de Washington. Para Bolsonaro el viaje a Moscú es una forma de mostrar su autonomía en política exterior: “Brasil es Brasil, Rusia es Rusia. Tengo una buena relación con todo el mundo. Si [Joe] Biden me invitara, iría también con gusto a EEUU”.
El Kremlin ha mantenido y fomentado la cercanía con Evo Morales en Bolivia, a quien apoyó cuando fue derrocado en 2019. Tras el regreso al poder del MAS en 2020, los lazos se han estrechado aún más con proyectos de explotación en áreas estratégicas, como gas y litio. El pasado octubre el canciller boliviano Rogelio Mayta visitó Moscú donde el ministro de Exteriores Lavrov ratificó que Bolivia es uno de los socios prioritarios de Rusia en América Latina. Al vínculo geopolítico se unen los intereses económicos. Gazprom, ya activo en el yacimiento de gas de Incahuasi, participará en la licitación para la explotación del litio. Rosatom (consorcio atómico estatal ruso) está construyendo un centro de investigación nuclear en El Alto.
Esta presencia rusa en la región ha tenido otra derivada a causa de las tensas relaciones entre Venezuela, el principal cliente de armas rusas en América Latina, y Colombia, aliado de Washington y miembro de la OTAN desde 2017. En plena escalada entre Rusia y Ucrania, el ministro de Defensa de Colombia, Diego Molano, denunció una “injerencia extranjera” –rusa– prolongada en la frontera. Lo que subyace en este asunto no es sólo el temor colombiano a la presencia rusa en su frontera y su cooperación con la FANB, sino también el destino último de las armas rusas. Estas bien podrían acabar en manos de las bandas criminales y las guerrillas colombianas que operan desde bases venezolanas, con la aquiescencia del régimen chavista. La debilidad y corrupción del Estado venezolano y la capacidad financiera de estas bandas llevaron a Bogotá a lanzar semejante denuncia, mientras Colombia acusaba al gobierno de Maduro de amparar a grupos armados colombianos. La tensión desembocó en una reunión entre la canciller colombiana, Marta Lucía Ramírez, y el representante del Kremlin en Bogotá, Nikolay Tavdumadze, donde Rusia se comprometió a evitar el desvío de su cooperación militar. Asimismo, Moscú garantizó que su asistencia a Venezuela es técnica y no militar.
El despliegue del poder blando
Rusia, pese a no ser un actor económico y comercial relevante en América Latina, ha incrementado su proyección y prestigio mediante otras estrategias, como la “diplomacia de las vacunas” o con campañas de información/desinformación. En el caso de las vacunas, Rusia ganó prestigio por haber desarrollado la Sputnik V, eficaz contra el COVID-19 y haberla puesto a disposición de los países latinoamericanos en un momento en que la UE y EEUU acaparaban la adquisición de viales. Pese a problemas logísticos que retrasaron su llegada y a no ser reconocida por la OMS, la Sputnik V se aplicó en Argentina, Bolivia, Honduras, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay y Venezuela.
En su reciente visita a Moscú, Fernández dijo estar “profundamente agradecido” por el suministro de vacunas “en momentos que escaseaban” y destacó que Rusia es “un país muy valorado” por el apoyo que dio al continente al comienzo de la pandemia. Argentina, que ha comenzado a producirla en 2021, las está enviando a Ecuador, Perú y Paraguay. Por su parte, Putin recordó que Argentina fue “el primer país del hemisferio occidental” en registrar esta vacuna, a lo que sumó el primer contrato para su suministro.
En el ámbito del poder blando, Rusia también busca ganar presencia en América Latina, como en otras partes del mundo a través de la propaganda. Russia Today (RT) en español y la expansión en Internet (Sputnik) son el mecanismo más ambicioso del Kremlin para ganar imagen e influencia. Así, RT en español ha latinoamericanizado sus contenidos, para intentar captar el interés del público regional. Su apuesta ha tenido éxito, al conseguir nuevos seguidores, lo que le ha supuesto contar con una nueva plataforma para atacar a EEUU y a la UE, a quienes muestra como países corruptos que no respetan los derechos humanos y amparan crímenes de guerra. RT presenta una cara amable de Rusia a la vez que la muestra como un modelo político alternativo, eficiente y con éxito en comparación con las “decadentes” democracias occidentales.
Conclusiones
El papel que han jugado algunos países de América Latina en la crisis de Ucrania ha vuelto a evidenciar uno de sus problemas recurrentes: presenciar, a veces incluso compartir, pleitos que considera ajenos y sobre los que no ejerce ningún tipo de control ni influencia. Ese papel latinoamericano no es nuevo, lo protagonizaron Cuba en la crisis de los misiles en 1962 y Nicaragua en los años 80, y se repite periódicamente. La causa última es la debilidad y división de sus Estados y la ausencia de un sistema de gobernanza regional capaz de impedir intervenciones, agresiones o injerencias externas. Por eso no hay quien traslade la voz unificada de la región a las instancias multilaterales y no hay peso específico ni capacidad para influir en la gobernanza mundial. El desinterés latinoamericano por los problemas globales está profundamente arraigado en la idiosincrasia regional. A sus gobiernos y a sus opiniones públicas sólo les preocupan aquellas cuestiones que les afectan directamente y viven de espaldas hacia las demás, especialmente aquellas que no tienen nada que ver con ellos, como el terrorismo islámico. Para la mayoría de los países latinoamericanos la política exterior no pasa de ser una política de relaciones regionales, especialmente con las naciones fronterizas.
Esta debilidad intrínseca latinoamericana abrió las puertas al intervencionismo de viejas potencias (EEUU) y es la que ahora permite que actores emergentes, como Rusia, utilicen su relación con los países de la región para convertirlos en peones de un juego mayor, donde sus intereses están ausentes. En el caso ruso, los países latinoamericanos son una herramienta del Kremlin para deteriorar la influencia de EEUU, mientras gana aliados en su estrategia global.
Pese a que América Latina queda expuesta en medio de la escalada que EEUU, la OTAN y Rusia viven por la crisis de Ucrania, pocas voces de alerta se han oído en la región ante la amenaza rusa de desplegar su potente arsenal. América Latina no está directamente amenazada por la crisis ucraniana, pero debería posicionarse al respecto. En el vínculo ruso-latinoamericano, Rusia es quien sale más beneficiada. Si bien es cierto que Moscú ha incrementado sus compras a países de América Latina (a causa de las sanciones ha sustituido a los países de la UE con los de MERCOSUR para la compra de frutas, verduras y carne) y que la venta de armas representa un rubro importante de sus exportaciones, al Kremlin le importa América Latina por diversas razones. Esto también incluye la perspectiva geopolítica, vinculada a su pulso con EEUU, y diplomática para diversificar las relaciones y por obtener apoyos en la ONU. Si bien la relación comercial ha crecido a lo largo del período Putin, casi un 50%, lo ha hecho desde niveles muy bajos: las importaciones rusas desde América Latina no superan el 5% del comercio total ruso y en las exportaciones a la región, la tasa promedio ronda el 2%.
Esto le permite presentarse como un actor con intereses y presencia global, con un proyecto de nuevo orden internacional respaldado por aliados no sólo de su hinterland más próximo (Bielorrusia) sino ajenos al área euroasiática (los países latinoamericanos). A cambio de ese apoyo geopolítico, Rusia respalda regímenes de corte dictatorial (Cuba y Nicaragua) o autoritarios (Venezuela) que logran así romper el cerco internacional por su persistente violación de las libertades y los derechos humanos. Si bien Moscú despliega medidas destinadas a ganarse el respaldo latinoamericano mediante “la diplomacia de las vacunas” o a impulsar su poder blando, difícilmente puede equilibrar el peso de EEUU o China como mercado para los productos latinoamericanos como las declaraciones del presidente Alberto Fernández parecerían dar a entender cuando hablaba de convertir a Argentina en la “puerta de entrada para Rusia en la región”.
Conviven en América Latina países directamente aliados a Rusia, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, otros con una posición menos nítida, pero con una cierta proximidad al Kremlin como Perú, Argentina e incluso Brasil. Y otros que se mueven en el silencio (México) o claramente aliados de EEUU como Chile, Uruguay y Colombia. Mientras persista esta situación u otras similares que puedan darse en el futuro, el peso de la región en el escenario geopolítico mundial no solo será pequeño, reducida su capacidad de negociación y su papel secundario, sino que los países continuarán jugando el juego de los otros. De este modo, de no mediar un proceso de integración y en tanto cada país “haga la guerra por su cuenta” no habrá ninguna posibilidad de incidir en los conflictos internacionales, ni siquiera en aquellas cosas que les afectan directamente.