Amnistía y reconciliación
Lo que la amnistía hace, al borrar un crimen, es a la postre glorificarlo, haciendo imposible la reconciliación
La llamada Comisión de Venecia, en el informe que los pipiolos peperos le reclamaron sobre la amnistía, incorpora un batiburrillo de majaderías de muy diverso jaez que sería muy prolijo –amén de ocioso– analizar.
Algunas de estas majaderías son inanes reparos de tipo ‘procedimental’, mediante los cuales los pájaros de la Comisión atenúan la humillación infligida a los pipiolos peperos. Mucho más digna de análisis se nos antoja la consideración que la amnistía merece a los autores del informe como ‘instrumento de reconciliación’, que es el argumento que suele esgrimirse para justificar todas las amnistías que en el mundo han sido. Pero es radicalmente falso que las amnistías sean ‘instrumento de reconciliación’, como la experiencia demuestra. En el concreto caso español, podemos recordar la amnistía concedida por Franco, en el trigésimo aniversario del final de la Guerra Civil, en la que se declaraban definitivamente prescritos todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939, «con independencia de quiénes fueran sus autores, de su gravedad y de sus consecuencias, de su calificación y de sus penas, incluidos los delitos de sangre, sin necesidad de una declaración judicial previa». Lejos de contribuir a la ‘reconciliación nacional’, aquel decreto franquista sirvió para que quienes habían cometido crímenes todavía impunes se ratificaran en ellos, con vista a su posterior glorificación (que hoy se ha vuelto casi preceptiva, mediante sucesivas leyes de ‘memoria histórica’ o ‘memoria democrática’). ¿Y acaso sirvió para la ‘reconciliación’ la amnistía concedida en 1977 a los etarras? No, sino más bien para que cometieran crímenes aún más sangrientos mientras les convino; y también para que las ideas que inspiraban tales crímenes fueran asimiladas por el Régimen del 78 y promovidas política y socialmente. Porque lo que la amnistía hace, al borrar un crimen, es a la postre glorificarlo, haciendo imposible la reconciliación, que para ser verdadera debe incluir el reconocimiento del crimen cometido y el perdón social.
Pero el mismo término de ‘reconciliación’ postula una confusión entre el orden del perdón y el orden de la justicia, que son heterogéneos (en sus instancias, en sus métodos, en sus tiempos y hasta en su naturaleza), más allá de que puedan complementarse, completarse o actuar de lenitivo el uno sobre el otro. Las amnistías nunca son instrumento de reconciliación (salvo que antes la comunidad política haya perdonado a los criminales arrepentidos), sino que, por el contrario, son instrumento encizañador que glorifica conductas criminales y acaba convirtiendo en criminales a quienes no se avienen a glorificarlas. Las amnistías, en fin, sólo sirven para instaurar aquella paz aparente y siniestra, mucho peor que cualquier guerra y sórdida gangrena social, a la que se refiere el Libro de la Sabiduría: «Inmersos en la guerra cruel de la ignorancia, dan a tan graves males el nombre de paz».