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Ana Cristina Vélez: Por qué ser racionales en tiempos del covid-19

Estamos metidos en medio de un remolino informático y en unos cambios de vida impuestos por el Estado o por nosotros mismos a causa de esta pandemia. Esto nos lleva a preguntarnos todos los días cómo debemos afrontar semejante emergencia. Lo primero es aceptar que sí hay una.

En la columna de la semana pasada en el Espectador, Carlos Granés señala con agudeza el problema serio que significa negar las evidencias, ser “negacionistas”, como lo llama él. Todavía se agudiza más el problema cuando son personajes públicos quienes se encargan de divulgar ideas absurdas, envueltas en un show, siempre en un show llamativo y artístico si es posible. Cito a Granés: “El problema es que esta manifestación negacionista es cualquier cosa menos extraña. Más bien lo contrario, es completamente lógica y coherente con los tiempos que vivimos. Me lo hizo ver Alberto Olmos, un columnista imperdible que publica en El Confidencial de España, que nos recuerda en su última columna que llevamos muchos años empeñados en ser posmodernos, y que la condición primera para obtener el título es deshacernos de la idea de verdad y, agregaría yo, de una realidad que existe más allá del relato que contemos sobre ella”.

Y volviendo al Posmodernismo, tal vez la más mala de sus ideas, que implica además una contradicción en sí misma, es la de: “No hay verdad, sólo intereses y poder”. Y se pregunta uno: ¿por qué creerles su verdad? Menos mal existe un antídoto contra las malas ideas: la razón (que conste que los remedios no funcionan en todos los cuerpos).

En su último libro, En defensa de la Ilustración, Steven Pinker nos explica con datos, evidencias y cifras constatables, que innegablemente hay buenas ideas, descubrimientos, políticas y avances científicos que repercuten de una manera positiva sobre la población, porque aumentan de distintas formas el bienestar general. ¿Quién discute que tener salud, acceso a la educación, agua potable, longevidad, seguridad, pensión de jubilación, garantías laborales, sistemas de justicia y el estómago lleno no significa bienestar? Estamos tan acostumbrados a todo esto que no recordamos que son triunfos. No se puede negar que algunos éxitos causen problemas muy graves a la larga y que nuevamente haya que acudir a la razón para solucionarlos: la medicina moderna, por ejemplo, acabó con incontables sufrimientos, pero produjo la sobrepoblación. Quizás es el problema más serio del mundo, y razón última del cambio climático. No siempre lo que parece racional lo es, pero el método incluye los debates o pruebas adicionales que llevan a cambiar de rumbo (por eso es necesaria la libre expresión del pensamiento).

La epidemia que estamos viviendo ofrece un ejemplo nítido sobre lo que es tener o no una aproximación racional al problema.

En un mundo sin verdades, en el cual la evidencia no cuenta para nada, surgen innumerables relatos que se viralizan en el planeta entero. Hoy priman dos, que explican así la pandemia: el covid-19 es un virus como el de la gripa. Mata a quienes ya estaban casi muertos. El Gobierno lo aprovecha para quitar la libertad, para localizar al individuo y luego someterlo a un absoluto control: lo obliga a encerrarse, a usar tapabocas, a cerrar sus negocios, a guardar distancia, a revelar sus datos y dejarse rastrear. Algunos no creen siquiera en la existencia de esta enfermedad, se empeñan en que el número de muertos es la suma de los enfermos de covid-19 y de los que mueren por otras causas, solo que contados en el mismo montón. Alegan que las pruebas de anticuerpos no demuestran nada.

Otros culpan de todo a personas como Bill Gates o a países como China. A Gates lo acusan de liderar una élite que busca el globalismo, de buscar despoblar el Planeta, implantar en la vacuna un microchip debajo de la piel de cada persona y así controlar la humanidad. No se dan cuenta de que Gates es el mayor filántropo de la historia, de que se ha dedicado a erradicar la polio en el mundo entero, a encontrar soluciones para el cambio climático y a financiar la vacuna para el covid-19. De China dicen que ya tendría, con el G5 y el TikTok, listo el paquete para el cyberdominio. Con este país la cuestión es más complicada por cuestiones de poder y de economía, pero en el fondo, el “coco” del comunismo sigue vivo, y muchos gobiernos lo usan pues conocen las ventajas de tener un enemigo.

Una aproximación basada en el método científico mira los datos, busca las evidencias. Es cierto que la ciencia no tiene las respuestas de inmediato ni siempre encuentra soluciones. Este es uno de los argumentos de los que se pegan los amigos de las teorías de la conspiración.

El virus era prácticamente desconocido el año pasado. Había muchas incertidumbres, que poco a poco se han ido aclarando; todavía no sabemos cuánto dura la inmunidad, pues esto solo el tiempo lo dirá. Tampoco se conoce la eficacia de los diferentes tipos de vacunas ni de tratamientos, ni se sabe cómo puede mutar el virus y con qué consecuencias. El virus no está dominado, nos sigue matando de a miles por día, y los científicos del mundo entero han estado concentrados, con fervor místico, en conocer sus comportamientos, sus formas de infectar, de enfermar y de matar. En este caso, vale la pena parafrasear a Serrat: estamos haciendo camino al andar.

Y si la situación ha mejorado, se lo debemos casi por completo a la Ciencia, que ha dicho que ya se sabe que el covid-19 es altamente infeccioso, que se transmite por medio de cualquier intercambio de fluidos del cuerpo con un infectado; también, al respirar las partículas de saliva que se quedan flotando en el aire cuando hablamos, estornudamos, cantamos, reímos o tosemos. Se trasmite, pero con menos intensidad, por contacto, al tocar superficies en las que alguien ha dejado el virus. Sabemos que el crecimiento del contagio es exponencial, como una pirámide de las que se usan para estafar ingenuos. Aumenta así, por ejemplo: si una persona infecta hoy a tres, y cada infectado, a su vez, a otras tres, la progresión 4 días después, sería: 1-3-9-27-71… infectados.

También se conoce ya con toda certeza, y con datos estadísticos, que el sexo y la edad son los mejores predictores de quiénes morirán al infectarse. En varios estudios que se han realizado en distintos lugares del mundo se ha llegado a la conclusión de que el peligro de muerte por el covid-19 va creciendo con la edad y que ser hombre aumenta el riesgo de muerte; así mismo, condiciones de salud como la presión alta, la diabetes, el sobrepeso y los problemas circulatorios. También son causa de muerte los sistemas de salud y los centros médicos que no están dotados para atender la enfermedad.

Enfrentar la enfermedad racionalmente exige leer lo que sobre esta publican las fuentes creíbles. También, ser desconfiado de lo que aparece en las redes y que no es publicado por entidades donde se hace ciencia. En soluciones indoloras y fáciles tampoco se puede confiar. Existen numerosas formas de divulgar falsedades, y deberíamos educarnos en esto no solo para sobrevivir el covid-19, sino para saber cómo obrar en otros campos.

Vuelvo a citar a Carlos Granés, porque tiene razón cuando dice: “En un mundo sin verdad, que desprecia los hechos como evidencia y que todo lo transforma en guerra performática y en relatos para conquistar conciencias, no hay teoría crítica que valga. Todos acabamos siendo teóricos de la conspiración”. Y esto se da porque es muy difícil ir contra los sesgos cognitivos y políticos. No caemos en la cuenta de que pueden llevarnos a tomar malas decisiones y a creer en ideas dudosas cuya verdad está por verificarse; a veces, y como hemos visto en varios testimonios, cuando nos damos cuenta de la falsedad de nuestra creencia, ya es demasiado tarde. Tenemos la tendencia a pensar con el deseo. Nos es difícil aceptar reglas que nos desmejoran la vida, que restringen la libertad o nos privan de satisfacer antojos o de cambiar radicalmente el modus vivendi. Las explicaciones fáciles tienen fácil acogida, y las redes son multiplicadoras de lo bueno y de lo malo: es mejor achacarle el problema de la pandemia a un poderoso que aceptar que hay falta de certezas, y no sabemos qué puede pasar con este virus terrible. No es fácil aislarse, no es fácil mantener la atención y la voluntad de cuidarse, así que muchas personas optan por cualquier ideología o racionalización que les dé la libertad de actuar como desean. Contagiarse, en este caso, está en el futuro; por tanto, su realidad no es algo inmediato. El enemigo es invisible; por ende, no existe. A los jóvenes casi no los afecta; por eso, se siguen reuniendo en fiestas, no usan mascarilla, se siguen saludando de beso, y cuando creen que van a ver a sus padres, entonces se cuidan un poquito.

Sin duda, exige educación de la razón, mucha voluntad e investigación, el cuidar al otro y el saberse cuidar.

 

 

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