Ana Vélez Caicedo: Los seis sentidos de las plantas
Mucuna
Los sentidos con los que percibimos el mundo a nuestro alrededor son en realidad más de cinco. Decimos cinco simplificando, resumiendo burdamente los distintos sensores con los que extraemos información sobre el mundo que nos rodea. También poseemos sensores sobre nosotros mismos, como el sentido del calor, del movimiento, del equilibrio, del dolor, etc. Todos los organismos adquieren información sobre la realidad que los rodea, y de manera inmediata, y responden a esta de distintas maneras. Algunas plantas poseen sensores que “ven”, otras poseen sensores que “oyen”, otras, que “tocan”, otras, que “huelen», otras, que “degustan”, y además, hay algunas que captan campos eléctricos: reconocen los cuerpos cargados de energías positivas y negativas. Nos suena imposible, esotérico, el que las plantas tengan sentidos, pero esto ocurre solo porque los entendemos de una manera “humana”.
Sentido del campo eléctrico
Las plantas cuyas flores dependen de las abejas para ser polinizadas crean un campo eléctrico distinto del de las abejas. Cuando una abeja se arrima a una flor, los campos eléctricos de ambas interactúan: se neutralizan las cargas. La planta no se vuelve a cargar hasta que no vuelve a tener néctar. Una vez llena de néctar, la flor emite la señal eléctrica que la abeja capta. En últimas, la planta le economiza trabajo a la abeja.
En las plantas carnívoras, la ínfima estimulación eléctrica que produce el insecto o animal que se posa sobre ellas basta para que se cierren. Recordemos, las plantas no tienen músculos.
Sentido del gusto
Las raíces poseen sentido del gusto, crecen mientras van probando el suelo, buscando el agua y los caminos más blandos, menos rocosos y más ricos en nutrientes. «Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo«, como lo dijo el biólogo Jacques Cousteau.
Sentido del olfato
Los repollos y los tomates, entre otros vegetales, utilizan señales químicas para generar alarmas. Cuando una planta de repollo es atacada por un gusano produce una sustancia química que los otros repollos “huelen” y reconocen, y ante la cual empiezan a liberar el mismo químico. Con esta sustancia, el sabor de las hojas cambia, y todos los repollos del sembrado se vuelven desagradables para el “paladar” de los gusanos.
Las flores también utilizan la química del olor: despiden moléculas de fragancias que se van flotando por el aire, arrastradas por el viento. Con estas, las flores anuncian que huelen rico, lo que significa que están cargadas de buen polen, y que los insectos polinizadores deben volar a buscarlas, atraídos por el seductor perfume. Un buen olor siempre es como una promesa de que algo delicioso nos espera.
Sentido del tacto
Muchas hojas cubren su superficie con una capa de cera, para protegerse de los invasores dañinos; otras, se defienden por medio de irritantes histaminas, que producen inflamación al tacto. Las plantas desarrollan espinas, púas, pelusas, chuzos, para disuadir, cortar, chuzar, picar, herir, y así evitar la aproximación de insectos, otros animales y plantas.
Las hojas de la mimosa púdica reacciona al contacto: cuando sienten que algo las tocan se cierran.
Sentido de la vista
La belleza no existe sin ojos que la detecten. Las plantas se puede decir que ven; y sobra decir que la belleza de la forma y del colorido de las flores ha evolucionado para ser notoria, para hacer que las flores llamen la atención, para que se destaquen en el jardín y atraigan a los polinizadores: colibríes, mariposas, cucarrones, murciélagos. El sentido estético es compartido por muchas especies, y está delimitado por las mismas leyes y reglas.
Algunas hojas tienen órganos que son una combinación de lente y células sensibles a la luz; estructuras, llamadas ocelli. Las cianobacterias, organismos unicelulares capaces de hacer fotosíntesis, utilizan la célula como lente, para enfocar en su membrana una imagen, aprovechando una fuente de luz, y actuando de una manera no muy diferente de lo que hace la retina. Conrad Mullineaux, microbiólogo de la Universidad de Londres, fue uno de los autores del descubrimiento.
Algunas plantas, como la col y la mostaza, contienen proteínas que participan en el desarrollo y el funcionamiento de ojos ultrabásicos. Ojos del tipo que se encuentra en algunos organismos unicelulares, como las algas verdes.
El girasol busca el sol. Un lado del tallo se alarga durante el día, el otro, durante la noche. Este crecimiento es impulsado por genes que responden a la luz y al ritmo circadiano de la planta. Estos comportamientos orientados a la búsqueda del sol dan ventajas a la planta. Cuando son jóvenes logran tener más biomasa, y cuando adultas las hace más tibias. Este calor extra las vuelve más atractivas para los polinizadores
Por otro lado, la trepadora (Boquila trifoliolata) puede modificar sus hojas para imitar los colores y formas de la planta de la cual es huésped. De alguna manera tiene que “ver” y reconocer cómo es la planta anfitriona.
Boquila trifoliolata
Sentido del oído
Las plantas también hablan y oyen a su manera, esto es, producen sonidos que tienen significado para las otras plantas. Las raíces de la mandrágora se comunican bajo tierra con otras raíces de mandrágora. Las raíces de la planta del maíz producen sonidos que se pueden oír con amplificadores. Para generar el sonido utilizan la vibración. Con ese sonido comunican su ubicación en el sembrado, fenómeno llamado ecolocalización. La finalidad es que otras raíces crezcan más cerca o más lejos, según sea lo conveniente para la planta. Se trata de dejar el espacio necesario que garantice suficientes nutrientes a cada una.
Las flores del mucuna holtonii producen un néctar que aprovechan los murciélagos. En vez del día recurren a la noche para florecer. Murciélago y flor intercambian néctar por polinización. Las flores del mucuna utilizan el sonido para llamar a los murciélagos. La forma ahuecada de los pétalos actúa como un faro sonoro: devuelve la señal acústica notoriamente, por medio del eco; y la devuelve con fuerza, repetidas veces, con un ángulo bastante grande; además, el timbre de su eco es único.
Las plantas no tienen sistema inmune, así que cada célula debe defenderse de las enfermedades o infecciones por sí misma. A veces no puede hacerlo, y entonces la célula se autodestruye, esto es, conocen el mecanismo de la apoptosis.
Esos sabores que percibimos tan fuertes —como el comino, la menta, el picante de la pimienta y de los ajíes, que no son más que la capsicina, –y la nicotina— son debidos a químicos que evolucionaron en las plantas para defenderlas de ser comidas (claro, las plantas no se han anticiparon a la posibilidad de ser fumadas, o a lo mejor también hay otros animales que fuman, además de la oruga de “Alicia”). Y algunos de estos químicos son buenos para nosotros. Cuando los consumimos en dosis bajas, producen una respuesta celular de estrés: hormesis, que hace que el sistema inmune de nuestro cuerpo se vuelva más resistente. Es el efecto vacuna, pero con toxinas, no con virus. Cuando una toxina produce el efecto hormesis significa que, en una dosis baja, su efecto es el contrario que el que produce una dosis alta: en vez de matarnos nos alivia. El ajo, el brocoli, las moras, la cúrcuma y las algas marinas producen hormesis en nosotros. En la mesa deberíamos agradecerles a las plantas por tantos favores.
Sin ningún esfuerzo nos sentimos atraídos por los simios superiores, por los perros y los gatos, las más comunes mascotas domésticas, pero sentir fascinación por las plantas es más difícil; sin embargo, después de ver y oír al genial naturalista David Attenborough en su nueva serie Natural Curiosities, Curiosidades naturales no puede uno quedarse indiferente. Las plantas son fascinantes, son sorprendentes, son bellas, son misteriosas y van a sobrevivirnos.