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Ana Vélez Caicedo: ¿Qué es el arte?

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Monumento de las Nereidas. Museo Británico (Londres)

El mundo del arte es complejo, inquietante, polémico. Una mirada a lo que hay allí.

¿Qué es el arte?

El arte es un conjunto de artefactos culturales realizados por el hombre y juzgados y evaluados por la cultura. Un conjunto de productos de la creatividad humana cuyo valor e importancia es adjudicado por el grupo social. Ese, llamémoslo “artefacto”, presenta algunas características constantes: ser “visible”, esto es, ser notorio, reconocido; ser considerado “especial”, lo cual significa ser mejor, superior, extraordinario, distinto de lo regular o sobresaliente. Ser especial implica la existencia de parámetros de comparación respecto a lo que se considera estándar, regular o común, dentro de una cultura y tiempo específicos. Como dice el crítico de arte suizo Heinrich Wölfflin, “no todo es posible en toda época”. El grupo social de la cultura en la cual se inserta el artefacto artístico aporta el desarrollo tecnológico, el conocimiento del cómo se hace, los parámetros de valor y la función del mismo.

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El pianista Lang Lang: la música que interpreta está en el reino del arte, la manera de hacerlo también.

El origen del arte, aunque no podremos comprobarlo, debió haber surgido cuando el cerebro humano adquirió la capacidad de trasmitir y recibir información compleja. Primero apareció la capacidad de aprender (y el espectro de todo lo que podemos aprender), luego el ser capaces de enseñar, de pasar ese conocimiento a otros; más adelante, el perfeccionar esa manera de pasar el conocimiento usando métodos cada vez más efectivos. La efectividad, la eficacia en la forma de trasmitir información o enseñar y las emociones involucradas en ello, conforman un conjunto de aspectos propios del arte. La capacidad de hacer arte es un producto emergente de la complejidad del cerebro social.

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El filósofo del arte Denis Dutton, con un hacha en la mano, en una de las conferencias TED.

Sin reacciones emocionales, que actúan como catalizadores del aprendizaje, no podría haber arte. El arte, se podría sospechar, es tan antiguo como el Homo sapiens. El Homo erectus tallaba hachas de piedra hace 1,4 millones de años, perfeccionando sus formas, volviéndolas simétricas, haciendo sus bordes delgados y pulidos, es decir, trabajando horas extras con el objetivo de poner la belleza de estas por encima de la función de cortar. Con ello se demuestra que el H. erectus reaccionaba a las formas, a la “belleza”.

Así lo explicó el filósofo del arte Denis Dutton:

La simetría sorprendente de lágrima, los atractivos materiales y sobre todo la meticulosa mano de obra, convierten las hachas de mano en simplemente hermosas para nuestros ojos. ¿Para qué fueron hechos estos antiguos artefactos, que nos son de alguna manera familiares?

La mejor explicación disponible es que, literalmente, son las primeras obras de arte conocidas. Herramientas prácticas transformadas en objetos estéticos cautivantes, contempladas tanto por sus formas elegantes como por el virtuosismo requerido en su artesanía. Las hachas de mano delimitan un avance evolutivo de la prehistoria humana: herramientas hechas para funcionar como señaladores darwinianos de adaptabilidad. Las exhibiciones o ejecuciones son como la cola del pavo real: sirven para mostrar la fuerza y la vitalidad de sus fabricantes. Salvo que las hachas de mano no crecieron como el pelo o las plumas, sino que fueron diseñadas consciente e inteligentemente.

Realizadas con suma competencia, las hachas de mano indican cualidades deseables en las personas que las fabricaron: inteligencia, control motor fino, capacidad de planeación, conciencia y, a veces, acceso a materiales escasos de piedra. Durante decenas de miles de generaciones, tales habilidades aumentaron la jerarquía de quienes las exhibían. Estos habilidosos individuos ganaban ventaja reproductiva sobre otros menos capaces.

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Obsidiana de Etiopía. Foto Museo Melka Kunture (Etiopía).

La relación de la belleza con el arte es estrecha e importante, pero no todo lo bello es arte, ni todo lo que es arte es bello. La belleza nos produce una reacción emocional de placer. La belleza nos indica, sin necesidad de pensar ni de analizar, si algo nos conviene o debemos rechazarlo. Sentir la belleza, apreciarla, nos lleva muchas veces a considerar que un producto humano que posee esa cualidad puede ser arte. Apreciar lo que es bello no es una capacidad estrictamente humana, algunos animales parecen gozar de la misma.

Sin las ideas de Darwin, ni el arte ni la belleza ni miles de características más en los seres vivos tendrían una explicación lógica. Sabemos que somos productos de dos selecciones: la natural y la sexual. La selección natural explica muchos de nuestros rasgos físicos y mentales; por ejemplo, explica nuestras repulsiones y gustos alimenticios: asco frente a los alimentos descompuestos y atracción por la miel y las frutas dulces. La selección sexual explica nuestras preferencias estéticas por la pareja. Puede empujar la evolución hacia atributos algunas veces absurdos: la costosa cola del pavo real, los colores intensos y variados de las plumas, la nariz del mono narigudo, hermosa para la hembra. Con la capacidad de experimentar placer, al reconocer lo que es bello, podemos decidir y desear lo que nos es más conveniente desde un punto de vista evolutivo (de no haber sido conveniente, la capacidad de apreciar y desear tal atributo habría desaparecido). La evolución llega muchas veces a producir unos rasgos que nos parecen hermosos, que ejercen magnetismo sobre nosotros, que nos atraen y nos dan placer, y por tanto nos crean el deseo de poseerlos o de estar cerca de ellos. Tiempo después nos devanamos los sesos tratando de explicarlos.

Así que utilizar la belleza para hacer arte es un excelente camino, por eficaz, y es por eso que ha sido transitado incesantemente en la historia de la humanidad. Hacer de un objeto, de una acción, de un baile, de un poema algo bello es una manera de aumentar su atractivo y con ello su valor y su potencial de ser importante y cumplir una función social. Hacer mejor, perfeccionar, sacar de lo regular un objeto o una acción le agrega valor. Si el artefacto o la acción, además de bellos y extraordinarios, muestran tener repercusiones sociales (por absurdas que sean), se los pasa al reino de lo que la sociedad llama arte.

Lo anterior explica la ubicuidad del arte. Este es posible de lograr en casi todas las actividades humanas, pero no en todas, y no en todas las épocas. ¿Cómo es esto? Por qué las sociedades valoran unas acciones más que otras y las cambian con el tiempo; por ejemplo, tocar violín y jugar yoyo. Ambas acciones necesitan destrezas especiales, ambas llegan a ejecutarse con habilidad por encima de lao normal, como malabares, pero quien toca el violín produce música que a su vez está en el reino del arte, y la música tiene estatus. El que juega magistralmente al yoyo no distrae por mucho tiempo; su acción, por increíble que parezca, aburre al cabo de poco tiempo, y como aburre, no adquiere la importancia social que poseen las cosas que distraen (las personas que distraen en una sociedad son las que más ganan por su trabajo: artistas de cine, deportistas, cantantes pop…). La pintura, una de las formas de arte que más ha perdurado, dirán algunos, no distrae más de diez minutos, pero aún así su valor social sigue siendo enorme. La pintura ha sido una forma de registro visual de la historia; no olvidemos que las pinturas eran las fotografías de otras épocas, la única manera de conocer visualmente cómo eran las cosas extrañas a nosotros cuando no existían las cámaras. Además, en sí misma se ha ido desarrollando y perfeccionando con sus propias reglas y leyes, como lo hacen el ajedrez o el go. La pintura ha cumplido muchas funciones sociales importantes, por eso tiene valor social. Ya nadie pinta ánforas, pero en la Grecia Antigua las ánforas eran una forma de arte. En el siglo 17, en Francia, el gremio de peluqueros encargados de la manufactura de pelucas tenía bastante prestigio, pues aquellas se consideraban casi formas de arte.

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Ánfora griega (Shutterstock).

Los seres humanos somos sociales y por tanto jerárquicos, como son la mayoría de las sociedades animales. En este mundo estratificado, la lucha por ganar mejor posición social es una constante. El mundo del arte es aprovechado para tal función: subir la posición social, ya sea adquiriendo arte, haciendo arte o patrocinando el arte. Las aberraciones del arte, cosas como el que un cuadro lleno de puntos de colores, realizado por los ayudantes de un artista famoso, como es Damian Hirst, el mismo del tiburón metido en formol, se venda por varios miles de euros es posible porque su obra es una marca, un cheque al portador, y no importa en realidad lo que tenga adentro. Al adquirir uno de sus cuadros se está comprando un objeto que ya tiene valor y prestigio y que vale mucho dinero. Si el objeto tiene algo o nada bello, si representa o no, si sirve para algo o es inútil, en términos de función, es lo de menos, pues ya es valioso, ya la sociedad lo aceptó y lo encumbró en su puesto de objeto de arte, y el que lo compra lo puede vender por un precio parecido, o por más, y sentirse dueño de una cosa que solo otros millonarios del mundo pueden tener, o sea, de un objeto que da estatus. Esa es la explicación, la razón del porqué esas cosas absurdas son posibles en el mundo del arte.

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Damien Hirst: Famotidine (2004-2011). Bloomber.

El arte facilita la comunicación, la transmisión de conocimientos importantes, por eso son más eficaces los poemas épicos que una narración verbal sin rima de la misma historia, cuando no existía la escritura y había que memorizarla. Pensemos en la poesía, en la música, en el baile, formas eficaces de congregar, de reunir y de trasmitir una información que una sociedad en un momento dado debe tener. Como el arte se cataliza con las emociones, explora en estas y las reproduce de una manera ficticia. Así nos da la garantía de entender el dolor, la felicidad, el amor y demás asuntos humanos sin tener que pagar la cuota de vivirlos en la realidad, como ocurre en el cine, en la novela, en el drama.

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Como dice Antonio Damasio en su libro Y el cerebro creó al hombre (Destino, Barcelona, 2010):

En síntesis, las artes se impusieron en la evolución porque tenían un valor de supervivencia y contribuyeron al desarrollo de la noción de bienestar. Las artes contribuyeron a cimentar los grupos y a promover la organi­zación social; ayudaron a la comunicación y a compensar los desequilibrios emocionales que el miedo, la ira, el deseo y el pesar podían causar, e inauguraron probable­mente el largo proceso de creación de registros externos que dejaban constancia de la vida cultural, como lo dan a entender las cuevas de Chauvet y Lascaux.

Si bien se ha sugerido que el arte sobrevivió porque hacía que los artistas atrajeran con mayor éxito a sus po­sibles parejas (y basta pensar en Picasso para que se nos escape una sonrisa de asentimiento), al parecer las artes habrían perdurado sobre todo por su valor terapéutico.

No es que las artes fueran una compensación com­pleta o adecuada para el sufrimiento humano, para la felicidad inalcanzada, para la inocencia perdida; pero aun así fueron y son una cierta compensación, un con­trapeso frente a las calamidades humanas. Las artes son uno de los extraordinarios dones que la conciencia ha concedido a los seres humanos.

Posiblemente el arte no sea una cualidad intrínseca de algunos objetos y acciones, pues estos presentan una serie de cualidades muy variadas, y es la cultura la que otorga o suprime valor a esas cualidades. Los estándares de calidad no son constantes, varían necesariamente según se impongan nuevos conocimiento y tecnologías, y según la novedad o el acostumbramiento al nivel que se haya alcanzado. Algunos artefactos pasan el examen del tiempo, parecen poseer cualidades resistentes a los cambios de paradigmas, los llamamos grandes obras de arte, como la Piedad, de Miguel Ángel, la Monalisa, de Leonardo da Vinci, el David, de Donatello, la Novena sinfonía de Beethoven, El Quijote de la Mancha, de Cervantes. Sin embargo, recordemos que el término «obra de arte» no tuvo nunca sentido en las sociedades preindustriales; es más, hubiera desconcertado a los griegos y romanos antiguos.

Sin duda, el comportamiento artístico ofrece al hombre distintos caminos por los cuales puede hacer de la vida una experiencia más interesante, una experiencia múltiple, la única forma de vivir al mismo tiempo que la real dos o más vidas.

Publicado en: Generación, magazín sobre temas contemporáneos que circula los domingos con El Colombiano (27 de marzo de 2016)

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