Andrés Hoyos: Se escribe…
…mal en Colombia, pese a la frasecita vanidosa que asegura que aquí hablamos el mejor español del mundo.
He dictado cinco cursos de escritura para la Fundación Malpensante en el último año, cuatro en Bogotá y uno en Medellín, y puedo dar fe de lo que digo. En ellos ha participado gente de la más diversa procedencia: adolescentes, presidentes de compañía, abogados, médicos, ingenieros, publicistas, amas de casa, académicos y siga contando. Unos pocos escribían muy bien y tomaron el curso para ajustar la mira; otros expertos, supongo, no habrán considerado necesario someterse a mi escrutinio. Sin embargo, la gran mayoría de los participantes, a despecho de ser exitosos en sus campos, expresaron frustración con la escritura. Sentían que tenían cosas que decir y que, al intentar redactarlas, les salían sosas, planas, inexpresivas. Como la metodología del curso incluye una transmigración temporal en la que el profesor se vuelve por unas horas el autor de los textos de sus alumnos, casi siempre fue posible componer algo inquietante y valioso con la participación del alumno. Tiro por tiro resultaba que las precisiones, los detalles, las anécdotas valiosas, se les habían quedado entre el tintero. Ido el profesor, a los alumnos les resta un largo camino por recorrer antes de escribir por sí mismos textos publicables.
Pues bien, si se escribe mal en Colombia no es porque la raza sea esto o aquello, como asegura una tradición racista, sino porque la escritura se enseña mal. Eso de que la “letra con sangre entra” significa, en realidad, que no entra. El idioma escrito no consiste en una serie de normas gramaticales y sintácticas rígidas y aburridas, sino que es un instrumento para comunicarse con extraños, ojalá seduciéndolos y sacándoles una sonrisa. La buena escritura y la escritura correcta no son lo mismo. Hay cualquier cantidad de textos sin ningún error gramatical que resultan más indigestos que comer greda, mientras que, por ejemplo, Julio Ramón Ribeyro, quien vivió casi toda su vida adulta en Francia, incurre en tal cual galicismo sin menoscabo de su notable clarividencia.
Sobra decir que no soy el primero en señalar la pobreza de la escritura en el país. En noviembre pasado Piedad Bonnett publicó en estas páginas una columna muy comentada, titulada “Una triste radiografía”, en la que se quejaba del lamentable nivel de los cuentos escolares que debió leer como jurado de un concurso nacional. De mi parte debo ratificar que en los 12 años en que fui director de El Malpensante luché por lograr que al menos un fragmento de los miles de textos que nos llegaban por correo resultaran publicables, con muy escaso éxito. Los ansiosos autores no sabían que un texto se puede replantear, reescribir o editar. Lo corriente era encontrar actitudes neuróticas con lo que enviaban. Algunos hasta registraban su precario cuento ¡para que la revista no se lo fuera a robar!
La buena escritura, más que depender de reglas punitivas, depende de adquirir buenos hábitos. Supongo que no los tenían los cuentistas que leyó Piedad y ciertamente carecían de ellos casi todos los autores en ciernes que debí leer yo durante años. Por lo mismo, la enseñanza tendría que enfocarse en fomentar los buenos hábitos y erradicar los malos. Enumerar los más básicos es imposible en una columna. Lo que sí cabe es proponer un cambio de chip. Porque por sus malos frutos sabemos que la pedagogía existente requiere de un overhaul.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes