Angela Merkel: un discurso, una política, una visión
Angela Merkel. Universidad de Harvard. La líder política democrática más importante del mundo, la mejor universidad del planeta. Sin duda un encuentro ideal.
Afirmar que Angela Merkel es la líder democrática más reconocida del mundo parte de una visión de la democracia que supera las veleidades, carencias, limitaciones éticas y oportunismos que caracteriza a buena parte de los dirigentes políticos urbi et orbi; no se puede negar que la amenaza populista y anti-política se alimenta en buena medida de las fallas de una dirigencia “presuntamente” democrática que en realidad abunda en pragmáticos sin vuelo ético, ambiciosos del poder sin valores que los sustenten, cazadores de fortunas que usan la política para su propio beneficio. La palabra estadista está casi en desuso, llena de telarañas; no puede ser de otra manera cuando el líder de la socialdemocracia europea es hoy, por causa del reciente resultado en las elecciones al Parlamento Europeo, un político oportunista de cartón piedra moral llamado Pedro Sánchez; o que en América Latina se festejan liderazgos tales como los de Pepe Mujica, Andrés Manuel López Obrador o Cristina Kirchner.
Frente a todos ellos, o frente a la ola populista de la interesada desmemoria, del rechazo a lo positivo, a lo logrado, que conducen los Matteo Salvini o las Marine Le Pen, sobresale Angela Merkel, la líder demócrata-cristiana que ha sido jefe de gobierno de Alemania desde 2005, y quien ha dicho que dejará el cargo para cederlo a promociones más jóvenes al vencerse el actual periodo.
Cuando Thomas Mann abandonó Europa para establecerse en los Estados Unidos en 1938 hizo con toda seriedad la siguiente observación en una conferencia de prensa al llegar a Nueva York: “Wo Ich bin, ist die deutsche Kultur” (donde yo estoy, está la cultura alemana). Algo parecido podría afirmarse de Angela Merkel y la democracia de su país.
La semana pasada ella fue oradora invitada ante los estudiantes de Harvard. En sus palabras recordó que siendo una joven habitante de Berlín comunista, pasaba todos los días cerca del infame Muro que dividía la Alemania federal y próspera de la subyugada por la tiranía marxista, “en un camino que me alejaba de la libertad”; sentía que su vida estaba severamente limitada por vivir bajo el totalitarismo comunista. Lamentó sin embargo que luego de caído el muro, “nuevas murallas se han construido entre las sociedades y entre las naciones”.
¿Una lección a recordar según la líder germana? Que la democracia, siempre frágil, siempre bajo construcción, no puede ser considerada un logro que no amerita protección, desvelos, cuidados y protecciones contra unos enemigos que son muchos, y muy persistentes.
Una lección que haríamos bien en aprender los latinoamericanos, ciudadanos de sociedades que no han podido dar el salto ético-político y económico hacia democracias más justas y desarrolladas, con demasiados liderazgos políticos que ya van para dos siglos sencillamente ocupados explotando el poder en lugar de transitar los caminos necesarios para servir al bien común.
Merkel posee el optimismo de los estadistas, al igual que su tenacidad y entereza; por ello les recordó a sus oyentes universitarios un valor central democrático que debe promoverse: los ciudadanos no deben asumir que son impotentes; “sorprendámonos a nosotros mismos mostrando lo que es posible”.
Hace poco se realizaron las elecciones al parlamento europeo, con el universo de votantes más alto en décadas. Los partidos populistas lograron muy buenos resultados en Italia, Francia y en un Reino Unido votante porque la ruptura del Brexit no termina de concluirse. Y sin embargo, ellos no obtuvieron los triunfos que esperaban. Superadas una vez más las viejas categorías de izquierda-derecha, partidos como los Verdes obtuvieron victorias significativas. La situación no es estable; Merkel recordó que en política raramente lo es. Desde una perspectiva centrista, preocupa, más que los resultados positivos o negativos, una gelatinosa disgregación, con una pérdida de brújula ética. Tomemos como ejemplo a España, donde es un auténtico misterio délfico saber en qué creen y qué visión proponen políticos como Albert Rivera, Pablo Casado o el ya mencionado Pedro Sánchez, pesos ligeros en una política que demanda una mayor reciedumbre ética y claridad estratégica.
En sus palabras en Harvard, con verbo firme y sin dudas, Merkel defendió Europa, una Europa como unidad no solo política o económica, sino cultural y civilizatoria; esa Europa de los grandes sistemas filosóficos, de las creaciones científicas, ideológicas y estéticas. Esa Europa que, como destaca George Steiner, desciende simultáneamente de Atenas y de Jerusalén, es decir de la razón y de la fe, de la tradición que ha humanizado la vida y que nos trajo la democracia.
Merkel tuvo la oportunidad de hablar en Estados Unidos en un momento crítico en las relaciones transatlánticas. El hecho de que lo hiciera en Boston, en la principal universidad de este país, y no en Washington, le dio a la política alemana la posibilidad de hablar con una franqueza no muy dada en los encuentros diplomáticos, llenos de pompa y circunstancia.
Algunos mensajes que hicieron a todos pensar en el actual inquilino de la Casa Blanca fueron “quiero dejarles a todos este deseo: derriben los muros de la ignorancia y la estrechez mental” (en ese momento todos los presentes la ovacionaron de pie; lo hicieron en tres ocasiones). Asimismo afirmó: «Más que nunca, nuestras acciones deben ser multilaterales y no unilaterales». «No disfracen las mentiras como verdad y la verdad como mentira». “Respeten a todos, abracen la honestidad, y quizá más importante, sean honestos consigo mismos; ¿qué mejor lugar para comenzar a hacerlo que en un recinto universitario, donde se viene a aprender bajo la máxima de la verdad?”.
En contra del aislacionismo contrario a la idea de los Padres Fundadores de la Unión Europea, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi, Robert Schuman, Jean Monnet, Winston Churchill o Paul-Henri Spaak, la política alemana recordó que “Europa pudo superar siglos de conflictos, y construir una unidad centrada en valores comunes y no principalmente en la fortaleza nacional”.
Su legado no será el mismo para su país, para el resto de Europa, o para el mundo. Pero lo que nadie, ni sus enemigos más acérrimos, podrá negarle es que ella ha mantenido el barco europeo unido durante algunos de sus momentos más tormentosos. Y que su visión de la democracia, siempre presente en su palabra y en su acción, ha honrado la gran mayoría de las veces el legado de los estadistas que contra todo pesimismo y fatalismo dieron nacimiento al milagro de una unificación europea con progreso y libertad por primera vez para todos sus ciudadanos.