Antes y después de Hunga Tonga
Que una vasta red de satélites pudiera captar el suceso y viéramos en tiempo real su aterradora magnificencia contribuyó a convertir el fenómeno que apenas duró once horas en uno de los más fascinantes al revelar, paradójicamente, las lagunas de la vulcanología actual.
El fenómeno, equivalente a quinientas bombas de Hiroshima, ocurrió a 65 kilómetros de Nuku´alofa, capital de la isla de Tonga donde viven cien mil personas que continúan sintiendo periódicos temblores y además de lidiar con los daños tienen ahora que combatir el Covid-19 que llegó con la ayuda internacional.
Desde el punto de vista científico, las dificultades se derivan del hecho de que el volcán es mayormente submarino en un área donde el flanco occidental de la placa del Pacífico se recalienta mientras se hunde bajo la placa Indo-australiana y las rocas fundidas se elevan para alimentar los volcanes del arco Tonga-Kermadec que despiertan más o menos cada milenio.
Pequeñas erupciones se sucedieron en 1937 y 1938 para modelar las diminutas islas de Hunga Tonga y Hunga Ha’apai que fueron conectadas en 2014 y 2015 hasta arribar al sacudón de enero que intriga a los expertos por el escaso contenido de cenizas, quizás por ocurrir a la profundidad relativamente somera de 250 metros.
El fenómeno, según reporta NATURE, es inusual porque revela detalles que rara vez se combinan, incorporando agua o disparando fumarolas a la estratosfera para constituir, en definitiva, el prototipo de una variedad de erupción absolutamente inédita cuyas consecuencias a largo plazo dejan perplejos a los investigadores.
Hunga Tonga–Hunga Ha’apai no emitió tanto sulfuro como para cambiar el clima global, como fue el caso del Pinatubo en 1991, tal vez porque se desprendió del penacho a baja altitud, pero los científicos estarán atentos para verificar una eventual destrucción del ozono estratosférico y cualquier alteración de la circulación atmosférica en el futuro inmediato, así como otro aspecto que pudiera modificar la vulcanología: las reverberaciones a lo ancho del planeta, reminiscentes de las que siguieron al ya mítico Krakatoa en 1883.
Se trata, en fin, de un rompecabezas que demandará el máximo volumen de datos, por ejemplo de los barcos que reparan el cable submarino que enlaza Tonga con las islas Fiji, o el nivel preciso de hundimiento del fondo oceánico, con la finalidad muy práctica de vaticinar, hasta donde sea posible, cuál será la siguiente movida del Hunga Tonga–Hunga Ha’apai; de obvio interés para las autoridades locales porque según el peor de los tres escenarios se trataría de una explosión masiva y apocalíptica.
Varsovia, febrero de 2022.