Antonio Caño: La utopía sanchista
«Vivimos una época de extremismos y utopías destructivas. La utopía alternativa al sanchismo es Vox»
Ilustración: Alejandra Svriz.
La vida entre extremos es angustiosa y triste. Nada vale para satisfacer las expectativas creadas, que son siempre las máximas: dos utopías contrapuestas que conducen al mundo a no sé dónde, pero temo que nada bueno. Estados Unidos es el paradigma en el que esa realidad se expone hoy de forma más evidente. La utopía trumpista se dispone estos días a liberarnos de la otra utopía fracasada, el wokismo. Extrema derecha y extrema izquierda colaborando en la destrucción del modelo político que un día fue ejemplo de democracia y gobernabilidad y que ahora ambos extremos consideran agotado.
También los extremos prometen salir hoy al rescate y reconstrucción del modelo político europeo, que creen igualmente anacrónico. También en Europa la extrema izquierda y su utopía identitaria ha perdido fuelle en los últimos años y es la extrema derecha la que se dispone a ocupar ese espacio con su utopía de limpieza étnica, valores y seguridad.
Sólo España queda aún como un islote olvidado, como único país del mundo en el que el nacionalismo más radical y xenófobo es invitado por la extrema izquierda a compartir la tarta del poder sin más justificación que la de que por separado no lo obtendrían jamás. Esa coincidencia de todos nuestros extremismos nacionales -independentismo, sanchismo, retrocomunismo…- en un sólo bloque político explica el excepcionalismo español, pero no invalida la teoría sobre el predominio hoy de cualquier causa que se presente como lo suficientemente radical como para alimentar una utopía. En el caso de España, la de un incierto progresismo.
«Es más que probable que sólo quien sea capaz de ofrecer su propia utopía salvadora, aquella en la que no habrá espacio para más Sánchez ni Puigdemones ni Bildus ni Yolandas ni gente así, es decir, Vox, podrá derrotar a este Gobierno»
No puede descartarse que, de acuerdo a la dinámica actual en el resto del mundo, esa utopía sólo pueda ser derrotada en su momento por otra de signo contrario, la de Vox y su promesa de devolvernos a los felices años en los que los españoles eran gente decente, que formaban familias con muchos hijos, que vivían en barrios donde todos se conocían y, aunque no tuvieran demasiado dinero, tampoco necesitaban mucho para ser felices. Es decir, aquel país atrasado y miserable al que le dijeron que era mejor quedarse al margen de la historia.
Ambos extremos prometen construirnos un mundo rodeado de muros en el que estaremos protegidos de las malas influencias. Pero ambos extremismos coinciden en que para conseguirlo es imprescindible eliminar esas malas influencias. No caben todos en su mundo feliz, sólo aquellos verdaderamente comprometidos con su ideario. No recuerdo un tiempo reciente en el que la victoria no fuera tanto la de uno mismo como la destrucción del adversario. Lo hemos visto de forma obscena en la votación sobre la llamada ley ómnibus, en la que el Gobierno ha dejado clarísimo a los ojos de todos que el objetivo último no era tanto la aprobación de determinadas ventajas sociales como la humillación del PP. El Gobierno ha descartado ya todas las posibilidades de mejorar su popularidad, de incrementar sus votos y concentra todas sus energías en la eliminación del contrincante.
De esa manera, como decía, es más que probable que sólo quien sea capaz de ofrecer su propia utopía salvadora, aquella en la que no habrá espacio para más Sánchez ni Puigdemones ni Bildus ni Yolandas ni gente así, sólo quien ofrezca esa utopía purificadora y liberadora, es decir, Vox, podrá derrotar a este Gobierno. Mientras tanto, mientras esa utopía no encuentre adeptos suficientes, será esta utópica España progresista y diversa la que prevalecerá.