Antonio Caño: Sobre el final del sanchismo
«El presidente del Gobierno maniobra en varios frentes para sortear la derrota que da por segura en las urnas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Aestas alturas es evidente que el Gobierno de Pedro Sánchez está liquidado y que todo lo que queda a partir de ahora, sea mucho o poco, será un penoso transcurrir hacia un final incierto. Quedan todavía algunas fechorías en la agenda. Las más graves: la reforma de la justicia que diseña Félix Bolaños y el concierto económico para Cataluña que se ha prometido a los socios independentistas y que podría darle a los socialistas una larga hegemonía electoral en esa comunidad. Pero ambas iniciativas están pensadas más para el futuro que para salvar la legislatura actual. Lo mismo que la renovación de mandos regionales en el PSOE y otros movimientos con los que Sánchez trata de conservar su puesto por mucho tiempo, independientemente de su manifiesta impopularidad o del fracaso de su proyecto político, por llamar de alguna manera a lo que desde el principio ha sido una mera y grosera ambición de poder personal.
Sánchez es perfectamente consciente de que no continuará al frente del Gobierno por medio de una simple victoria electoral que le otorgue mayoría para hacerlo, solo o en coalición con otros partidos. Ya perdió las últimas elecciones y es más que probable que pierda las próximas de forma más contundente todavía. En realidad, Sánchez solo ha ganado dos de las cinco elecciones generales en las que ha estado al frente de la candidatura socialista y llegó al Gobierno por primera vez tras dos derrotas sucesivas y como el primer presidente que alcanzaba ese cargo no a través de los votos sino mediante una moción de censura. Es de temer que el final de su mandato sea igualmente extraordinario.
Comprobada su escasa sintonía con las urnas, Sánchez recurre a distintas formas de ingeniería electoral y política para tratar de ganar en operaciones guerrilleras lo que se sabe incapaz de conseguir en el campo abierto de la democracia. Esas maniobras tienen básicamente dos objetivos: reducir al máximo la oposición y rediseñar el mapa electoral.
Para lo primero, es esencial acallar la escasa resistencia interna, desprestigiar a los medios de comunicación críticos y maniatar o deslegitimar la acción de la justicia. A todo ello van encaminados los relevos en el PSOE, las campañas de propaganda diseñadas en Moncloa y las reformas que el Gobierno trata de introducir en el funcionamiento de la Justicia. Se trata de desarticular los verdaderos focos de oposición al Gobierno para convertir nuestra democracia en un modelo de dócil seguimiento de la autoridad con el que fantasea Sánchez cuando elogia la serenidad de nuestro país durante el apagón.
«Sánchez confía en tener mimbres con los que construir una nueva mayoría que no le darían hoy las urnas»
El otro objetivo para hacer frente a la inconveniencia de las urnas es dibujar un mapa electoral en el que se pueda enmascarar la insuficiencia del Partido Socialista. Para ello existen algunas herramientas a mano, como la regularización masiva de extranjeros o como podría haber sido la reducción de la edad electoral si no se hubieran dado cuenta a tiempo de que los más jóvenes son los que más los insultan en cada concierto y feria. Pero la gran baza en ese propósito es la de acentuar las divisiones territoriales, de forma que Cataluña y el País Vasco sean no solo territorios inexpugnables para el Partido Popular, sino generosos proveedores de votos para el Partido Socialista.
Cataluña ya lo es. Si la derrota de Sánchez en 2023 no fue aún mayor, se debe exclusivamente al resultado de Cataluña. Ahora, con mucho más dinero destinado a esa comunidad y otras medidas de esas que el empresariado local elogia como ejemplos de la reconciliación ocurrida, es de esperar que la cosecha electoral en Cataluña sea aún mayor. Todo eso facilita también futuros acuerdos con los independentistas, cuya presencia en el Congreso de los Diputados no variará mucho de la actual.
Vale la pena el riesgo que esto supone de pérdida de respaldo para el PSOE en otras comunidades que sufren y van a sufrir los privilegios para Cataluña, pero el sanchismo confía en que ese peligro se vea contrarrestado con el creciente fanatismo incrustado en el electorado socialista con el pretexto de hacer frente a la amenaza de la ultraderecha.
Con ese propósito y con el de compensar la pérdida de apoyo a los partidos a la izquierda del PSOE, Sánchez, que destruyó desde el principio los valores socialdemócratas del partido, ha ido radicalizando su agenda política —Israel es ahora la última moda en este aspecto— hasta convertirla en una pancarta más de esas que se exhiben en las minúsculas pero ruidosas manifestaciones de los extremistas.
Con todo esto, Sánchez confía en tener mimbres con los que construir una nueva mayoría que no le darían hoy las urnas. Pero incluso todo esto puede no ser suficiente para lograrlo. ¿Qué pasará entonces? ¿Qué carta se guarda Sánchez para el último momento? Conociendo los antecedentes –el estado de estrés y enfrentamiento al que condujo al PSOE en 2016 antes de abandonar la secretaría general– y su personalidad, perfectamente retratada en los wasaps publicados por el mundo, cabe esperar lo peor.