Antonio Elorza: El búnker infinito
«El PSOE ya no lo dirige un secretario general sino un jefe militar, da igual que se llame capitán o generalísimo. Lo importante es que su poder es absoluto»

Tal vez Pedro Sánchez no haya atendido a las recomendaciones de Zapatero de estudiar la filosofía china, pero su aguda intuición le basta para seguir los preceptos del taoísmo. «Céntrate en lo que es tu interior –recomienda el sabio al emperador– e impide que te llegue lo que es exterior: su conocimiento resulta letal». Y el emperador vivió 1.200 años. Mao se conformaba con 200. Y como Sánchez aspira también a la inmortalidad, por lo menos a la inmortalidad política, ajusta siempre su conducta a esa regla de permanecer inmutable y proclamar en todo momento su inmaculada pureza frente a una realidad cada vez más presionante. Así que ni le afectó ni le afectará cuanto está saliendo a la luz sobre corrupción de los suyos y en su Gobierno, porque Cerdán era más su gobierno que cualquier otro ministro. Como aseguran sus voceros, Él mantendrá su hoja de ruta. Está por encima del bien y del mal.
Esta vez ha sido muy breve la explicación oficial para acotar el problema general de la corrupción en el PSOE a los tres miembros podridos: «Hemos sido contundentes con la corrupción». Sí, 16 meses para expulsar a Ábalos, y eso cuando llegó lo de Cerdán. Una vez más, el lenguaje de Pedro Sánchez es la mentira. Pero en contra de lo que muchos cuentan, nadie entre sus socios piensa por ahora en abandonar un apoyo, que desde el PP es llamado complicidad.
El primero, el PNV que comete la vileza de avalar de inmediato que son casos aislados: teme demasiado al próximo enfrentamiento electoral con Bildu como para unirse al PP, con o sin Vox, y además Esteban es más zorro que Ortúzar y puede seguir ejemplo de Junts, sacar partido, ahondando con la Ley del Empleo pro-euskaldunes el foso con España. Yolanda se quedará en el enfado, irritando al sensible Sánchez, Rufián tirará de ironía, y Podemos/Pablo Iglesias pedirá su cabeza sin dejar la mayoría. Nada cambiará, aunque todo siga igual, eso sí, con el presidente más solo que nunca.
Pedro Sánchez se ha replegado sobre su búnker, pero a diferencia de Hitler en 1945, cuenta con el auxilio de las tropas que le faltaron al líder nazi para romper el cerco ruso. Son esos socios que pueden aprovechar ahora más que nunca su debilidad para ir debilitando más el ordenamiento constitucional, a favor de la vía de agua que acaba de abrir el tribunal de Conde Pumpido. ¿Qué les importa el deterioro de esa democracia en un Estado español al que consideran enemigo? Lo único que harán y hacen son gestos para no verse manchados ante la opinión. El deterioro del «régimen de 1978» les beneficia y, como subrayó el portavoz de Puigdemont, les acerca a la realización de sus fines, cosa que a Pedro Sánchez le trae sin cuidado.
Lo cierto es que nos encontramos en una situación política tan alejada de los usos democráticos europeos, que los comentaristas, salvo en The Times, se resisten a dar al total cuando enumeran los sumandos de la cuenta de infracciones que Sánchez va a acumulando: una corrupción que alcanza a sus «manos derechas», una ley de amnistía que es autoamnistía; vulneraciones reiteradas al orden constitucional, desde gobernar sin presupuestos a la igualdad de idiomas en detrimento de la nacional, por no hablar del control sobre dos piezas claves del poder judicial –su fiscal general del Estado y ahora su Tribunal Constitucional– y, cerrando en círculo, la guerra contra los jueces. Nada le importa. Sánchez se ne frega, ni siquiera toma nota de una entre las críticas recibidas y mantiene la ofensiva en toda regla contra la derecha constitucional. Necesita un clima político irrespirable para justificar su supervivencia.
La única ventaja de esta última crisis es haber aclarado definitivamente los términos de nuestro problema político. En primer término, al igual que sucediera en Italia con los casos de Mussolini y de Berlusconi, por supuesto cuentan los factores políticos y sociales que crearon la estructura de oportunidad, gracias a la cual pudo afirmarse el aspirante a dictador. Para Sánchez, serían la inestabilidad permanente del PSOE desde fin de siglo, el fondo de la crisis económica de 2008 y la consiguiente de la democracia representativa, a partir de los cuales pudo disfrazarse de redentor. Pero el factor personal sigue siendo decisivo.
«El poder es el único objetivo de Sánchez desde que su militancia cobra relieve, y consolidarlo y perpetuarlo lo será hasta hoy»
En una reciente ocasión, justo en la presentación de mi libro sobre Pedro Sánchez, el psiquiatra Enrique Baca lo describió como «un hombre vulgar y corriente», que solo en estos últimos tiempos presentaría rasgos patológicos. Nos encontraríamos entonces en la línea del concepto de «banalidad del mal», elaborado por Hannah Arendt sobre Eichmann: un hombre corriente que por su actuación dentro de un sistema monstruoso se comporta como tal. Con muchos más datos sobre Eichmann, hoy sabemos que tal caracterización resulta errónea, y lo mismo sucede, en otro orden de cosas, para dictadores de vocación, como Mussolini, Berlusconi o nuestro Pedro Sánchez, impulsados desde que tenemos noticia por el ansia de poder personal, incluso a favor de un vacío ideológico.
No hay noticias de un Pedro Sánchez militante normal y corriente, que sufre una mutación cuando alcanza el poder, sino que este es su único objetivo desde que su militancia cobra relieve, y consolidarlo y perpetuarlo lo será hasta hoy. Por eso no importa que resulten desenmascarados sus corruptos colaboradores o que se caiga el mundo, si él puede sostenerse al frente del Gobierno.
Los mensajes de Ábalos y compañía, difundidos desde marzo, corroboran esta imagen y la refuerzan, al mostrar que la corrupción en el mundo de Sánchez no es consecuencia de su poder, sino que su poder es consecuencia de la corrupción. El fraude recurrente protagonizado por sus socios, presente ya en las primarias de 2014, marca una línea de continuidad hasta las actividades corruptas ahora descubiertas de los mismos, pasando por el negocio de las mascarillas y las actividades de desprestigio contra la UCO, y el encargo de controlar el voto por correo dado a la famosa Leire, en dependencia directa de Cerdán. No son cabos sueltos, sino indicadores de que un grupo de desaprensivos no contribuyó al ascenso de Sánchez por amor a las ideas socialistas, al llevar a cabo todo tipo de actividades irregulares por expectativas de provecho propio, siendo después retribuidos, como mínimo con los ojos cerrados. Y en cuanto al propio Sánchez, su silencio ante las afirmaciones de Jordi Turull, declarando haber participado en la redacción de la Ley de Amnistía, prueba que está dispuesto a aceptarlo todo con tal que favorezca su política. Eso es también corrupción.
La Ley de Amnistía es la clave de bóveda de este estilo de gobierno, ya que representa la victoria política del 27-O y la anulación de la respuesta dada a la rebelión/sedición por el Estado de derecho. Y es además el punto de partida para el desmantelamiento del ordenamiento constitucional, que exigen a Sánchez los partidos separatistas catalanes como precio de su supervivencia. Son las lentejas de Esaú más caras para un Reino de la historia política europea. Antes del tiempo electoral de 2027, se tratará de llevar a cabo el referéndum de autodeterminación conducente a la confederación asimétrica, pasaporte además para invertir la tendencia en el voto adversa al PSOE.
«La carrera de la muerte, entablada entre él y la democracia, no tiene ya alternativa, y el terreno donde ha de librarse es el judicial»
Entre tanto, con las nuevas leyes, Sánchez trata de conseguir otra victoria, la decisiva sobre el Estado de derecho al eliminar la autonomía judicial. En este sentido, solo cabe suscribir el diagnóstico que establece el constitucionalista Javier Tajadura, el 28 de junio, en El Correo de Bilbao: «En España la batalla se libra en un contexto en el que ha desaparecido por completo la responsabilidad política, y en el que a pesar de carecer el Gobierno del necesario respaldo parlamentario (la no presentación del proyecto presupuestario es la prueba más clara de ello) no puede ser destituido ante la imposibilidad de que triunfe una moción de censura.
Esto quiere decir que, al fallar y bloquearse todos los mecanismos de exigencia de responsabilidad política, la única exigencia de responsabilidad posible al presidente del Gobierno es la jurídica penal. O, dicho con mayor claridad que, ante su atrincheramiento en la Moncloa y negativa a dimitir y adelantar elecciones, el Parlamento carece de instrumentos efectivos para cesarlo. En este escenario solo un Poder Judicial independiente estaría en condiciones de exigirle, en caso de indicios de criminalidad, responsabilidades jurídicas penales. Cuando una democracia llega a una situación así puede considerarse en situación crítica».
A partir de la estrategia de perpetuación de su poder elegida por Sánchez, el búnker extendido a todas las dimensiones de la vida política, es paradójicamente su única elección racional posible. La carrera de la muerte, entablada entre él y la democracia, no tiene ya alternativa, y el terreno donde ha de librarse es necesariamente el judicial.
Siempre y cuando Sánchez no implante un estado de excepción como el que acaba de imponer ante el Comité Federal del PSOE. Atendiendo a sus palabras, a sus gestos y a la violencia a de los suyos, el Partido Socialista ya no lo dirige un secretario general, sino que manda un jefe militar, da igual que se llame capitán o generalísimo. Lo importante es que su poder es absoluto y está dispuesto a aplastar a todo disidente. El trato inferido a García-Page es ya una página negra en la historia del socialismo español. Tenemos delante una caricatura de Franco y de Stalin en una sola pieza. Hay algo claro: nunca va a dejarse ganar por medios políticos constitucionales.