Cultura y Artes

Antonio Vélez: Mentiras, mentiras

 b84ed22278La cara mentirosa del jugador de poker

La mentira es reconocida como uno de los universales del comportamiento humano. Un  ‘arte’  que se manifiesta desde muy temprano (“Mami, yo no fui”, dice el niñito, sin que nadie se lo haya enseñado). Y se requiere inteligencia; por eso los animales no mienten. Y la misma inteligencia se muestra incompetente para detectarla;  de allí que seamos tan proclives a caer en el engaño, y nos ocurre con frecuencia.

Voltaire ensalzaba la mentira. Enemigo del pensamiento defendido por el clero y la nobleza, no tuvo reparos en declarar que “la mentira es una virtud elevada si es para el bien. Hay que mentir como el diablo, sin miramientos, no solo de vez en cuando, sino con valor y siempre”. Más de un político le ha creído ciegamente. Martín Lutero predicaba que no existe pecado más dañino en este mundo que las mentiras y las infidelidades, las cuales dividen la sociedad. Pero en sermones posteriores, al referirse a El Génesis, se contradecía: “La mentira útil (la mentira por necesidad o por provecho) se llama mentira, pero no lo es; más bien es una virtud, un acto inteligente que se utiliza para evitar la ira del diablo y en beneficio del honor, la vida y el provecho del prójimo”.

La mentira viene en varias presentaciones. Hay verdades a medias, que son una forma de mentir: afirmamos algo que es cierto, pero callamos detalles importantes que falsean la versión. Por eso la sabiduría popular admite que “a menudo, callar es mentir”. También hay verdades aderezadas con falsedades, lo que hace que la mezcla se convierta en mentira. Y otra forma más de mentir, muy leve, es la exageración, cuando no se utiliza para hacer humor.

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 Las cremas para la caída del pelo

El sicólogo David Barash conocía bien la sicología humana: “El mejor mentiroso es el que se cree sus propia mentiras, el mejor tramposo es aquel que cree honestamente que sus acciones son loables”. Y debe permanecer impertérrito, con cara de máscara, serio. Por eso el pueblo, sabio, dice: “más serio que un tramposo”. Es tan escurridiza la verdad, que hasta los llamados detectores de mentiras resultan a veces mentirosos. Los polígrafos, para decir la verdad, no son completamente confiables, luego… Pero existe una curiosidad: los mejores detectores de mentiras, dicen, son los afásicos: les basta observar las caras y el tono de la voz para percibir indicios del embuste.

A veces, si el mentiroso no es un profesional de la mentira, podemos descubrirlo por algunas pistas: rascarse la nariz, evitar el contacto visual (desviar o bajar la mirada), presentar silencios y titubeos al hablar, demorarse para responder, exhibir una sonrisa forzada para enmascarar las verdaderas emociones.

Los medios de comunicación tienen el panorama bien amplio para usar a su antojo la mentira y el engaño, gracias a que pueden transmitir lo que deseen en voz alta y por todo el mundo. Y pueden simular una autoridad que no poseen, y que el sujeto que recibe el mensaje no tiene manera de someter a prueba. Los medios pueden decir lo que les conviene y callar lo que no. Un mentiroso sin cortapisas, perfecto.

La publicidad es inteligente y no le importa la verdad con tal de vender. Muy a menudo utiliza la mentira para crear necesidades innecesarias, por eso navegamos en un mar de mentiras: cremas, medicamentos alternativos, bálsamos mágicos, drogas homeopáticas, terapias mágicas, rezos, exorcismos, cartas astrales; productos para adelgazar, para ser más bellos, para recuperar el pelo perdido, para ser más jóvenes, para ser más listos, para ser más sanos y fuertes, para viajar al paraíso. Y dispone de buenos medios de difusión: Internet, televisión, prensa hablada y escrita, revistas, libros de autoayuda y de mejoramiento, volantes. Si le creyéramos a la publicidad, terminaríamos atestados de basura, de objetos inútiles. Así como estamos atestados de religiones y dioses, varios miles, distintos, contradictorios.

Pero no es conveniente mentir si se hace con frecuencia, pues el desprestigio nos derrotaría. Un sabio de la calle recomienda que la mejor política es decir la verdad, excepto que uno sea muy buen mentiroso, pues en ocasiones, una sola mentira destruye completamente nuestro prestigio y confiabilidad. Así que recomiendan balancear inteligentemente la proporción de mentiras y verdades. Un coctel muy saludable usado en la política.  

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Sam Harris, en su libro Lying, nos explica por qué la mejor alternativa es la verdad.

Con la autorización de Legis.

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