Aprenda a mirar con los ojos de un genio
Un tal Galileo dejó escrito una vez algo así como que debemos mirar no solo con los ojos de la cabeza sino también con los de la mente. Si aquel hombre del Renacimiento obsesionado con la estrellas pudiera hoy darse un paseo por cualquier gran ciudad, no tardaría en comprobar que vivimos, hoy más que nunca, rodeados de imágenes. De imágenes como representaciones artificiales del mundo y en los formatos más diversos; también se daría cuenta de que, ligeramente anestesiados por el bombardeo incesante, apenas utilizamos los ojos de la mente parar mirarlas.
Cierto que no todas las imágenes merecen nuestra observación más atenta ni el esfuerzo por entender al autor de dichas imágenes y el contexto en el que se crearon, como sucede con los cuadros de un museo o la portada de nuestro disco favorito. Pero al menos sí conviene conocer los secretos de las mejores imágenes: saber por qué no las olvidamos, por qué no se apaga su influencia, por qué significan cosas diferentes para distintas generaciones de espectadores…
Lo más fácil es empezar desde el principio y comprobar que algunas cosas no han cambiado tanto. Cuenta Miquel Barceló que la primera vez que tuvo ante sus ojos las pinturas prehistóricas de Altamira pensó que la pulsión, la necesidad del artista apenas había variado en tanto tiempo, que la intensidad y las ganas de trascender ya estaban ahí, en la cueva en la misma medida que pueda estarlo en el chaval que hoy dibuja a escondidas en la fachada de un edificio o prueba a pintar con una tableta electrónica. Dicho de otro modo: en esto del arte hay poca progresión.
Si bien en un principio se creaban imágenes con la idea de evocar la apariencia de algo ausente, ha habido y hay mucho arte que no busca la representación. Por eso David Hockney y Martin Gayford son partidarios de acotar y contar Una historia de las imágenes que abarque por igual Las meninas que una película como Casablanca o El tercer hombre, un mapamundi del siglo XV, una fotografía de Cartier-Bresson o una viñeta de Joe Sacco. Ellos, uno de los grandes pintores de nuestro tiempo y un crítico de arte, son los mejores guías posibles para dialogar sin pedantería y sumergirnos en un relato apasionante con infinitas y sugerentes conexiones.
Por sus conversaciones desfilan iluminadores del Hollywood clásico que sabían aprovechar sus conocimientos de pintura (“va en serio cuando digo que Caravaggio inventó el modo en que se iluminan las películas”, afirma Hockney), creadores de cine animado para niños que copiaban hallazgos de grabados chinos y japoneses, pintores dispuestos a valerse de las primeras cámaras fotográficas para prescindir de modelos o, bastante antes, aquellos otros que utilizaron lentes para acertar con las proporciones o poder experimentar mejor con la luz.
Reinvención de la mirada
El siglo XVII es un punto y aparte en la mirada humana sobre las cosas. A nivel científico es el tiempo de los telescopios y los microscopios. En el ámbito artístico los espejos primero, y después las lentes y la cámara oscura –embrión de la fotografía al obtener en su interior una proyección plana de una imagen externa– se convierten en herramientas clave para el pintor que busca ver más de lo perceptible a simple vista y aspira a reflejarlo en sus lienzos.
De todos los artistas que aprovecharon las posibilidades de la cámara oscura parece que ninguno supo sacarle tanto partido como Johannes Vermeer. En su libro El ojo del observador, la historiadora Laura J. Snyder (Nueva York, 1964) propone un asombroso viaje a la ciudad holandesa de Delft que no debería perderse ningún aficionado al Arte y a la Ciencia. Allí, en aquella pequeña localidad de los Países Bajos, coincidieron dos vecinos ilustres nacidos el mismo año (1632) y de los que no hay evidencia alguna de que llegaran a conocerse: por un lado, Antoni van Leeuwenhoek, fabricante de lentes autodidacta y descubridor del mundo microscópico, el primero en atisbar lo que luego se denominarían glóbulos rojos, espermatozoides y una multitud de criaturas vivas completamente invisibles a simple vista; por otro, el responsable de La lechera o La joven de la perla prestando atención a cualidades ópticas que hasta entonces pasaban desapercibidas, aprendiendo a mirar de una manera inédita hasta la fecha.
Imágenes memorables
Trazar una historia de las imágenes es también tratar de entender por qué unas resultan memorables y otras no. Como bien dice Hockney, hemos visto millones de imágenes de una pareja posando en un salón pero basta con ver una sola vez al Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck para no olvidarla jamás, para recordarla mentalmente como una diapositiva que se activa en el cerebro. Añade que si fuera fácil saber bien por qué unas se evaporan entre los recuerdos y otras echan raíces en nuestra memoria, habría muchas más de las que hay. Aun así, una vez las tienes delante cabe preguntarse por su significado, por las razones de su existencia y por la fuerza oculta que las hace tan especiales: puede ser la sencillez y eficacia del trazo, el dominio de la perspectiva, el uso del color y las sombras (o su ausencia), el punto de vista, la composición, el empleo de espejos…
Todo tiene su importancia y de todo tiene una opinión lúcida e interesante Hockney, que es transparente en sus debilidades (Rembrandt, Vermeer, Cézanne, Picasso) pero también en sus argumentos a la hora de celebrar o cuestionar la grandeza de una obra, un movimiento, una técnica o un artista. A sus ochenta años no se le escapa ninguna innovación tecnológica (ahí están sus formidables dibujos hechos con iPad) ni tampoco los desafíos que traen consigo. “Cuantas más fotos haces, menos rato le dedicas a cada una. Hubo un tiempo en que solo había unas pocas imágenes y ahora hay miles de millones más cada año. La mayoría se perderá, seguro, casi de inmediato”.
Puestos a educar la mirada y saber ver más allá de lo obvio, merece muy mucho la pena acercarse a los Modos de ver de John Berger, un clásico de la teoría del arte y la comunicación escrito hace cuatro décadas y vuelto a reeditar hace poco coincidiendo con la muerte de su autor el año pasado. Un trabajo esencial para comprender la manera en que el lenguaje publicitario ha fagocitado la imagen artística en su beneficio o por qué a lo largo de los siglos los hombres “actúan” en los cuadros y las mujeres, en cambio, se limitan a “aparecer”. “Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se miran a sí mismas siendo miradas”. Aborda también el desnudo femenino como contenido de tantas pinturas y fotografías, casi siempre con un denominador común: atraer la sexualidad del varón. “Las mujeres deben alimentar un apetito, no tener el suyo propio”. Para interesados en la materia, no hay mejor ni más personal estudio sobre este asunto que Una historia sensorial (Acantilado), deliciosa y erudita memoria de Rafael Argullol.
Libros todos para aprender a mirar con los ojos bien abiertos, para escudriñar conexiones y buscar vínculos con el mundo real, para apreciar detalles de valor y despreciar simulacros visuales. De la cueva a la pantalla, ahí fuera nos espera una catarata de imágenes que si sabemos mirar con criterio nos puede ayudar a entender mejor el mundo que nos rodea y a nosotros mismos.
Una historia de las imágenes
David Hockney y Martin Gayford
Traductor: Julio Hermoso
Editorial Siruela
360 páginas
48 euros
El ojo del observador
Laura J. Snyder
Traductor: José Manuel Álvarez-Flórez
Editorial Acantilado
536 páginas
29 euros
Modos de ver
John Berger
Traductor: Justo G. Beramendi
Editorial Gustavo Gili
168 páginas
16 euros