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Armando Durán / Laberintos: Borrón y cuenta nueva en Venezuela

 

El anuncio no sorprendió a nadie. En carta dirigida a Danilo Medina, los cuatro partidos que controlan el funcionamiento de la alianza opositora de la llamada Unidad Democrática (MUD), le informaron al presidente dominicano que no acudirían a la reunión de sus representantes con los del régimen, pautada para este jueves 18 de enero, porque “el debate que estamos dando en beneficio de nuestro pueblo no puede seguir siendo despreciado y ensombrecido por la representación gubernamental con acusaciones graves, que ponen en duda la voluntad de una de las partes, en este caso de la representación del gobierno de Venezuela, de avanzar en la construcción de un acuerdo que genere estabilidad en nuestro país y ofrezca las garantías y las oportunidades necesarias para restablecer nuestra democracia.”

Al hablar de “acusaciones graves”, citaban los jefes de lo queda de la MUD un hecho insólito. En rueda de prensa convocada para ofrecer la versión oficial de los sucesos que culminaron poco después del mediodía del lunes 15 de enero con el asesinato del ex jefe policial Oscar Pérez y 6 acompañantes por parte de unidades militares, policiales y paramilitares, el ministro del Interior, general retirado Néstor Reverol, informó que las confidencias de algunos dirigentes opositores vinculados a las negociaciones que se venían realizando en Santo Domingo habían contribuido a localizar el sitio donde se refugiaba este grupo disidente.

Era evidente que después de esta acusación resultaba imposible pensar que los dirigentes de la MUD, culpables o no, se hicieran los locos y viajaran a Santo Domingo. Cierto que habían guardado un inexplicable silencio ante la flagrante violación de los derechos humanos de las víctimas del asalto a la ya tristemente famosa casa en las afueras de Caracas sin respetar en absoluto el debido proceso, que en estas situaciones requiere la presencia de un fiscal del Ministerio Público y de un negociador que trataran de resolver la confrontación pacíficamente, pero lo que sostuvo el ministro iba mucho más allá. Sobre todo, porque no era inverosímil del todo. Desde 2014 la MUD había colaborado con el régimen condenando cualquier propuesta opositora que no se ajustara a su política de entenderse con el régimen. Y quizá por eso sus dirigentes prefirieron no fijar posición ante una anomalía tan inaceptable como el hecho inaudito de que las autoridades políticas y militares del régimen incorporaran a sus fuerzas de asalto a miembros de los llamados “colectivos”, unidades paramilitares al servicio represivo del régimen. Quizá por eso también no habían denunciado el carácter ferozmente desproporcionado del operativo, con armas de guerra de gran poder destructivo, contra ciudadanos que en diversas video-conferencias expresaban su desesperada voluntad de rendirse, incluso después de haber sido heridos por granadas autopropulsadas. Un auténtico crimen de guerra reconocido universalmente que exigía de la oposición dialogante, aunque no estuviera de acuerdo con los métodos de Oscar Pérez y su grupo, la más categórica condena. De ahí, sin duda, que la MUD comprendiera el peligro que representaban las palabras de Reverol y reaccionara con fuerza a la imputación que le hacía el régimen. Sin la menor duda, una cosa era guardar un silencio culposo y otra muy distinta no negar una denuncia como aquella.

Por otra parte, dos preguntas surgieron de este grave señalamiento de Reverol. La primera, por supuesto, es si su explosiva atribución de complicidad opositora en el sangriento operativo había sido un simple desliz del ministro. La información, sin embargo, no fue improvisada sino leída y es de suponer que el texto fue cuidadosamente redactado y revisado al más alto nivel del régimen. Y era claro que se cuidó hasta el último detalle de su redacción para eludir cualquier daño involuntario. Por esa razón elemental, de la lista de muertos y heridos de ambos bandos que distribuyó el ministro fueron excluidos el jefe de un colectivo llamado Grupo Exterminio, muerto en la acción, al parecer de un disparo por la espalda, y otros miembros de ese grupo paramilitar, que resultaron heridos. A todas luces para evitar reconocer abiertamente que el régimen también había roto normas indiscutibles sobre la imposible cooperación de fuerzas irregulares con fuerzas militares en tareas de esta magnitud.

De esta percepción de la denuncia se desprende la segunda pregunta. ¿Por qué, que alguien explique por qué el ministro Reverol, tan escrupuloso al hablar en nombre del régimen, involucró a la MUD en la ejecución extra judicial de un grupo de ciudadanos disidentes a los que se les negó su derecho a rendirse y conservar la vida? La respuesta, por supuesto, es irrefutable. Las palabras del ministro Reverol fueron perfectamente calculadas por el régimen para dinamitar lo muy poco que quedaba de una negociación que en definitiva ya había satisfecho su propósito fundamental, distraer, confundir y arrebatarle a la oposición sus últimos restos de respetabilidad política ante los ojos de una mayoría ciudadana en proceso de perder toda su confianza en esa dirigencia. Para colmo de este éxito político del régimen me parece oportuno señalar que a pesar de saberse que toda esta historia del diálogo no ha sido más que un ardid de los estrategas del régimen desde hace 15 años, sus dirigentes actuales pueden afirmar, y hasta jactarse, de que la interrupción del diálogo no fue culpa de ellos sino de una oposición que se niega tercamente a colaborar con los esfuerzos de Maduro y compañía por devolverle a Venezuela el clima de “convivencia y paz” al que aspiran todos los ciudadanos.

En este sentido vale la pena añadir que el último encuentro de representantes del régimen y la MUD tuvo lugar los días 11 y 12 de enero, a pesar de que muy pocos apostaban dentro y fuera de Venezuela a que esta ronda de conversaciones fuera a tener un desenlace feliz. Se sabía, además, que el oficialismo no cedería en nada durante esas negociaciones, razón por la cual lo único previsible era que esta parodia terminara, como en efecto terminó, en el más rotundo fracaso de la oposición. Y tan clara era esta expectativa, que el canciller chileno, al partir de Santiago de Chile rumbo a República Dominicana el miércoles 10 de enero, declaró que si en las reuniones de los dos próximos días no se alcanzaba algún acuerdo concreto y creíble, no tenía ningún sentido continuar con el diálogo. Un temor que se hizo realidad la tarde del jueves 12, cuando él y su homólogo mexicano se negaron a sumarse a una tercera reunión de los negociadores, propiciada con insistencia por Medina y Rodríguez Zapatero, interesados ambos en darle una oportunidad adicional a la opción negociadora, aunque solo fuera para que la intransigencia del régimen y la incapacidad de los representantes de la oposición y sus asesores para enfrentar adecuadamente la turbulencia de las aguas no los arrastrara a ellos también al desastre de un naufragio que en realidad nunca tuvo remedio.

Puede pues afirmarse que el diálogo como política de Estado, que en verdad lo inició Hugo Chávez inmediatamente después del sobresalto de su derrocamiento y prisión de 47 horas en abril de 2002, con la trucada finalidad de abrir una tregua que le permitiera recomponer las fuerzas maltrechas del régimen, ya ha dejado de ser útil. Desde aquellos días difíciles, esgrimiendo el falso dilema de “nos entendemos o nos matamos”, misteriosamente, los dirigentes de la oposición oficial trataron de ignorar la realidad del artificio con la vieja excusa de París bien vale una misa, es decir, con su determinación de sacrificar posiciones con tal de no ser arrojados fuera del terreno de juego.

Ahora todo ha cambiado. Esos dirigentes y el resto del país, debemos admitir que al fin el diálogo como recurso apaga fuegos ha muerto definitivamente. Nunca tuvo la menor oportunidad de ser, porque los regímenes como el chavista no creen en los valores de la democracia, es decir, en las posibilidades de hablar con el adversario, entenderse con él y llegar a acuerdos beneficiosos para ambos. En ese marco, diálogo y democracia sencillamente carecen de sentido. De manera muy especial desde el desastre electoral del régimen en diciembre de 2015. Por eso, después de aquella victoria democrática, Maduro y compañía se han ocupado de ir cerrando progresivamente todas las posibles salidas pacíficas y electorales de la crisis. Nadie sabe muy bien por qué, a pesar de ello, aunque la conducta cada día más totalitaria del régimen lo hacía perfectamente evidente, las salidas negociadas y las soluciones electorales eran, en el mejor de los casos, una penosa quimera. No obstante, con la absurda finalidad de mantener esa ilusión con vida, la MUD, obsesionada a pesar de todo con la conquista de “espacios” públicos de origen electoral, se jugó sus últimas y muy débiles cartas a la falsa esperanza dominicana. La escapada de violencia demostrada por el régimen con el asesinato de Oscar Pérez y su grupo, y el fin del falso optimismo en los milagros franciscanos, hoy en día colocan a Venezuela ante ese oscuro porvenir al que me referí en esta misma columna la semana pasada. Pero como también la historia nos demuestra a diario que no hay mal que por bien no venga, este gran desastre nacional también puede que sirva, eso esperamos muchos venezolanos, para hacer un necesario, ineludible y real borrón y cuenta nueva.

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