Derechos humanosDictaduraPolíticaRelaciones internacionales

Armando Durán / Laberintos: ¿Cesará algún día la usurpación del poder en Venezuela?

 

Esta duda resulta, en el mejor en los casos, inútil; en el peor, decepcionante. A pesar de ello, millones de venezolanos se la siguen planteando a diario. Ciegos, como el Sísifo del mito, desde hace años los venezolanos suben el peñasco de su condena hasta la cima de la montaña y cada vez que lo logran se ven obligados a repetir la proeza incesantemente, porque cualquiera que sea el camino que hayan emprendido para librarse del régimen que les acosa y persigue sin piedad, cada vez que creen estar a punto de conseguirlo, ¡zas!, el régimen opresor los devuelve a la realidad arrojando montaña abajo todas sus esperanzas.

Así ha ocurrido hasta el día de hoy desde las jornadas de protesta del año 2002. De nada ha servido la sangre de muchos ciudadanos indefensos corriendo por las calles de Caracas la tarde del 11 de abril, el pronunciamiento militar, el derrocamiento y la prisión de Hugo Chávez pocas horas más tarde, la desviación fuera de la constitución del brevísimo gobierno de Pedro Carmona y la subsiguiente restauración de Chávez en la Presidencia de la República, la intrincada madeja de dimes y diretes que desembocaron en la perversa Mesa de Negociación y Acuerdos del año 2003 y en el amañado referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez, celebrado el año siguiente, ambos artilugios instrumentados por los ex presidentes Jimmy Carter y César Gaviria, entonces secretario general de la OEA, para brindarle a Chávez, mediante el cómodo y falso dilema de entendernos o matarnos, la oportunidad de perpetuarse él y el régimen naciente en el poder, sin romper del todo los más tenues y solo formales hilos que tejen los fundamentos del sistema democrático que se proponía destruir. El resultado de estos episodios canallas ha sido la pesadilla de terror de la que aún no pueden despertar los venezolanos.

   El mito de Sísifo

Para Albert Camus (Mito de Sísifo (Gallimard, 1942) nada ilustraría mejor la inutilidad aterradora del esfuerzo venezolano por restaurar el orden constitucional y el Estado de Derecho que ese continuo y siempre fallido afán de Sísifo por cumplir su tarea exitosamente. Mito estrechamente relacionado con la emblemática “vanidad de vanidades” del Eclesiastés, con la percepción de la realidad como un eterno retorno, con el existencialismo sartreano y, por supuesto, con la filosofía del absurdo en la versión Camus, para quien la penosa existencia del hombre en una vida sin sentido lo conduce irremediablemente al suicidio como único gesto para afirmar su libertad frente al absurdo de la existencia.

Puestos en este penoso trance, los venezolanos le han dado al suicido la forma de un éxodo masivo de ciudadanos como una opción disponible para encontrar en ese otro mundo desconocido la salida del intrincado y desesperante laberinto nacional. Mientras tanto, quienes no dan ese paso de dejarlo todo atrás, deben sufrir las consecuencias que desde los tiempos de Pedro Carmona Estanga hasta los de Henrique Capriles y el engendro creado por los partidos políticos agrupados en la alianza electoral llamada Mesa de la Unidad Democrática, tiene la querencia de sus dirigentes de entenderse con el régimen por encima de cualquier otra opción. Se ven así condenados a revivir cada día su afán por su carga hasta la cima del monte solo para verlo despeñarse cada día irremediablemente. Y vuelta otra vez a empezar, como Sísifo. Aunque eso sí, cada día con menos ilusión y mayor grado de angustia a sabiendas de que no importa el camino que tome, al final todas sus esperanzas de salvación se harán añicos en la trampa caza-bobos del entendimiento secreto de las cúpulas, las rondas de falsos diálogos y las urnas electorales, siempre diseñadas con el siniestro objetivo de negarle a los ciudadanos inocentes, en nombre de la sensatez y de que hablando se entiende la gente, la ilusión de que ahora sí vamos a llegar a Pénjamo.

El penúltimo capítulo de esta historia ocurre después de haber depositado la más fervorosa de las confianzas en el “cese de la usurpación” propuesto por Juan Guaidó al asumir el pasado mes de enero la Presidencia de la Asamblea Popular. Sin la menor duda, un impactante chorro de aire fresco en medio de un yermo paisaje político al trazar con su oferta, agotada al parecer la opción del falso entendimiento, de las negociaciones tramposas y de las elecciones manipuladas, una ruta que permitía presumir que con el ascenso del joven y hasta ese día desconocido diputado Guaidó, surgía un liderazgo nuevo y hacía creíble la posibilidad de romper al fin con el pasado chavista, pero también con el pasado presuntamente opositor, y prometía un futuro lleno de rosadas promesas y felicidad una vez que cesará la usurpación del poder y la dictadura.

Ya sabemos lo que ha pasado. Primero fue el fiasco de Cúcuta y la ayuda humanitaria, después una sucesión de desviaciones inexplicables. Desde movilizaciones populares que comenzaron siendo avances en la lucha por conquistar el dichoso cese de la usurpación y que poco después se hacían rutina insubstancial, hasta el patinazo inexplicable del improvisado llamamiento a la sublevación cívico-militar el 30 de abril, el desconcertante inicio en Oslo de lo que meses más tarde transformó en Barbados el cese de la usurpación en negociación de condiciones electorales mínimas para disputarle el poder “usurpado” a Nicolás Maduro “democráticamente”, todo ello apoyado exclusivamente en el argumento de que eso es lo que los políticos saben hacer, es decir, a fuerza de votos, y ya no mediante la acción conjunta del pueblo, la Fuerza Armada Nacional y la comunidad internacional, que era la ruta anunciada por Guaidó una y otra vez. Como si a fin de cuentas nada ajeno al ejercicio de la democracia estuviera ocurriendo en Venezuela. Y como si, en efecto, la intención de todo aquel aparataje del “cese de la usurpación” hubiera sido desde el primer momento una compleja estrategia dirigida exclusivamente a debilitar al oficialismo con la vista clavada en unas elecciones que a medida que han pasado las semanas y los meses se parecen más a las que ha organizado el chavismo desde la elección, bajo su control absoluto, de la Asamblea Constituyente de 1999.

   La activación del TIAR

La confusión provocada por la deriva de Guaidó hacia las posiciones de la oposición más ortodoxa y prudente, dio lugar a que comenzara a escucharse un clamor popular exigiendo la activación del TIAR como herramienta necesaria para armar una coalición internacional capaz de rendir la resistencia numantina que le impone el gobierno cubano al régimen chavista. Durante semanas, Guaidó se negó a escuchar esas voces, pero finalmente se vio obligado a proponer el tema en el seno de la OEA. Y este lunes 23 de septiembre, al iniciarse en Nueva York la reunión anual de la Asamblea General de Naciones Unidas, los cancilleres de las 19 naciones firmantes del dichoso Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, constituidos en Órgano de Consulta del organismo por resolución aprobada días antes, aprobaron con 16 votos a favor, medidas dirigidas a endurecer las sanciones de la región al régimen chavista que preside Maduro, incluyendo la creación de redes de inteligencia financiera y de carácter operacional en materia de seguridad pública para identificar personas y entidades asociadas al régimen con el propósito de intensificar la cooperación jurídica, judicial y policial “para investigar hechos de lavado de activos, tráfico ilegal de drogas, terrorismo y su financiación, y delincuencia organizada transnacional.”

Más importante aún que esta indiscutible intensificación del cerco al régimen que preside Maduro lo encontramos en los presupuestos de la resolución, en los que por primera vez, de manera colectiva, el continente va mucho más allá de enjuiciar políticamente al régimen, y lo caracterizan como auténtico delincuente internacional y como amenaza real a la paz y la seguridad regional. Textualmente señala en un punto la participación de “autoridades y entidades vinculadas al régimen de Nicolás Maduro en actividades ilegales, en particular, el tráfico de drogas, el lavado de activos, el terrorismo y su financiación, la corrupción y la violación de los derechos humanos.” Y como si esto fuera poco, en el acuerdo añaden los cancilleres de las dos Américas, que “el territorio venezolano se ha convertido en refugio, con la complacencia del régimen ilegítimo, de organizaciones terroristas y grupos armados ilegales, como el Ejército de Liberación Nacional, Grupos Armados Organizados Residuales y otros, que amenazan la seguridad continental, contraviniendo las obligaciones establecidas en la Resolución 1373 de 2001 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.”

La oposición venezolana más radical esperaba mucho más, pero esa aspiración maximalista de propiciar una operación militar colectiva no ha pasado nunca de ser un espejismo. El TIAR, creado en 1947 para impedirle a la Unión Soviética en los albores de la Guerra Fría la tentación de poner un pie en el hemisferio, a pesar de haber sido invocado una veintena de veces, jamás se ha activado, ni siquiera ante el desafío que representaba la sovietización de la revolución cubana en los años sesenta. Por otra parte, la comunidad internacional, que coincide en la condena al régimen venezolano pero que exige descartar cualquier inclinación a emplear la fuerza para resolverlo, no ha dejado de insistir en la urgente necesidad de encontrar una fórmula pacífica y negociada de solución.

De acuerdo con estas complejas circunstancias, las medidas acordadas el lunes en Nueva York son sin duda exiguas. En realidad, nadie cree realmente posible alcanzar la meta de un cese de la “usurpación” por las buenas, pero esas medidas representan con claridad un mayor grado de hostigamiento a Maduro y compañía, sobre todo por la caracterización del régimen que hacen los cancilleres de la región. Tanto, que en horas de la noche de este lunes Maduro anunció que viajaría el martes a Moscú para entrevistarse el miércoles con Vladimir Putin, evidentemente para explorar hasta qué punto puede su gobierno contar con el apoyo ruso. Viaje nada ajeno a la preocupación creciente en la cúpula del poder chavista, y al hecho de que la fracción parlamentaria del PSUV, que había abandonado sus escaños en la Asamblea Nacional porque la oposición tenía ahora mayoría absoluta, se reintegraría este martes, como en efecto hizo, a las actividades de una Asamblea Nacional de cuya existencia el régimen se había desentendido desde la derrota aplastante de sus candidatos en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Estas dos decisiones se explican porque que el régimen se dispone a dar su batalla final para sobrevivir al grave deterioro producido por la severidad del aislamiento internacional y la escalada de sanciones adoptadas por los gobiernos de las dos Américas y de la Unión Europea. Medidas similares e incluso más duras que las aplicadas unilateralmente por Estados Unidos contra la revolución cubana desde 1960, pero con la diferencia de que Fidel Castro contaba entonces con amplio respaldo popular y el apoyo absoluto de la Unión Soviética, formalizado en febrero de ese año por la firma del primer acuerdo comercial entre La Habana y Moscú, que tras la frustrada invasión de Bahía de Cochinos llegaría al compromiso soviético de sostener al régimen cubano hasta con la instalación en la isla de armamento nuclear de carácter ofensivo. Ya no hay guerra fría, no existe la Unión Soviética ni hay razones para pensar que Putin esté dispuesto a ir mucho más allá del apoyo político a Venezuela. Tampoco se trata de un enfrentamiento bilateral similar al de Estados Unidos con la Cuba castrista, sino de la condena de prácticamente todas las democracias del planeta a la conducta delictiva de las autoridades venezolanas y a la situación que describe Michelle Bachelet, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en su último informe sobre la violación sistemática de esos derechos en Venezuela.

A raíz de esta reunión del TIAR y la magnitud desmesurada que ha alcanzado la crisis venezolana, es razonable suponer que el tiempo corre en contra de Maduro y compañía, sin necesidad de una intervención militar, solo posible si el régimen cae en la tentación de precipitar un conflicto bélico con Colombia. Por otra parte, ya nadie confía en que Guaidó quiera darle un brusco vuelco a la naturaleza hasta ahora indefinida de la oposición, sino que bien por su diseño o como consecuencia del poder hegemónico que los cuatro partidos del llamado G4 ejercían en la difunta MUD y siguen ejerciendo sus diputados en la Asamblea Nacional, más que presidente interino de la República presidencialista de Venezuela, Guaidó actúa como jefe de un gobierno parlamentario sin suficiente apoyo para imponer libremente su voluntad política y debe someter sus decisiones a la previa aprobación de esos cuatro partidos. De ahí que su designación como líder del Parlamento venezolana viniera acompañada del nombramiento de dos muy destacados representantes del G4, los diputados Edgar Zambrano y Stalin González, como primer y segundo vicepresidente de Asamblea, ninguno de los cuales ha tenido ni tiene la menor intención de apartarse del camino del entendimiento y las negociaciones con las autoridades del régimen.

Desde esta perspectiva, sobre todo porque no está en capacidad de forzar un cese de la usurpación, tema que ya nadie en la cúpula opositora menciona en serio, debemos considerar a Guaidó, debilitado políticamente pero fortalecido institucionalmente estos últimos días por el respaldo de Estados Unidos y de esos cuatro grupos parlamentarios de oposición para seguir siendo presidente interino hasta que “cese la usurpación” y se convoquen nuevas elecciones generales, como más de lo mismo. Es decir, que tal como se desenvuelve el proceso político venezolano, incluyendo en el paquete el endurecimiento de las sanciones adoptado por los gobiernos miembros del TIAR, lo más probable es que pronto veamos regresar a los negociadores de Guaidó a la mesa de negociaciones, donde quiera que se instale, y aprovechar las presiones políticas, económicas y financieras que cada día hacen menos sustentable la gobernabilidad del régimen, para llegar a ciertos acuerdos electorales “aceptables”, aunque sean insuficientes.

No es posible adelantar cuál será el desenlace de este capítulo decisivo del proceso, pero si podemos insinuar que se pondrá en movimiento después de regresar Maduro de Moscú y mientras la reincorporación de los diputados del PSUV a la Asamblea le devuelva su “legitimidad” y comience a normalizar su funcionamiento, pasos necesarios para facilitarle a los negociadores de Maduro y de Guaidó la tarea de darle forma, muy diluida pero forma a fin de cuentas, al dialogo y los acuerdos que permitan una “transición pacífica”, sin llegar nunca a reconocer la usurpación actual ni su “cese.”

Desde este lastimoso y falso desenlace, cabe insistir en la pregunta del título de esta columna: ¿De veras cree usted, amable lector, que algún día se producirá el ansiado cese de la usurpación del poder en Venezuela?

 

 

 

Botón volver arriba