Armando Durán / Laberintos: ¿Cómo nos afecta la guerra en Ucrania?
La Reserva Federal de Estados Unidos anunció esta semana el incremento de los tipos de interés bancarios, con la finalidad, de acuerdo con el recetario del Fondo Monetario Internacional, de frenar la velocidad del proceso inflacionario que afecta a la economía del país y de la Unión Europea, generado por la guerra en Ucrania. Según los asesores de Vladimir Putin, al ejército ruso le habría bastado unos pocos días, no más de una semana, para doblegar la resistencia ucraniana, pero hoy, 24 de junio, se cumplen cuatro meses exactos del inicio del conflicto y nadie abriga la esperanza de que vaya a terminar a corto plazo.
Las consecuencias directas de la invasión rusa son pavorosas. Decenas de miles de muertos, destrucción de vastos territorios, el éxodo de más de 8 millones de ciudadanos para escapar de la guerra, un desastre solo comparable a lo ocurrido en los años noventa del siglo pasado con las guerras yugoslavas, y una crisis económica y humanitaria de magnitud sin precedentes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. A esta auténtica catástrofe debemos añadir los daños colaterales que han producido en Europa y Estados Unidos el boicot al comercio y las operaciones bancarias de Rusia, y la muy costosa asistencia militar y humanitaria del mundo occidental al gobierno y al pueblo de Ucrania, cuando aún estaban por superarse del todo las devastadoras consecuencias de la pandemia del covid-19.
En la agenda de la cumbre de Bruselas que se inicia hoy, se destaca el tema de la ratificación del estatus de Ucrania como candidata a ingresar a la Unión Europea como miembro pleno, causa según Moscú, de lo que Putin ha calificado de “operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar” Ucrania. Esta oportunidad la ha aprovechado el presidente Volodymir Zelenski para enfatizar, en discurso dirigido a los asistentes a la cumbre, la urgente necesidad de aplicarle a Rusia un séptimo paquete de sanciones y que el gobierno ucraniano reciba un nuevo suministro de armas modernas para continuar resistiendo. “La vida de miles de personas”, señaló, “depende directamente de la rapidez con que nuestros aliados implemente sus decisiones para ayudar a Ucrania.”
Si tenemos en cuenta que Occidente no dejará de cumplir su compromiso con Zelenski y con el pueblo ucraniano, nada impide pensar que esta internacionalización de la guerra proseguirá su marcha inexorable hacia un desastre mucho mayor. Incluso, que Putin, de sentirse acorralado, pueda terminar cayendo en la suicida tentación de emplear armas nucleares tácticas para eludir una derrota en el campo de batalla convencional. En cualquier caso, los efectos derivados de esta guerra y sus ramificaciones en la economía y las finanzas del resto del mundo ya constituyen un complejo desafío que, a partir del incremento de las tasas de interés que ya se están aplicando en Europa y de la decisión similar adoptada ahora por las autoridades financieras de Estados Unidos, agudizará significativamente la recesión económica provocada en todo el mundo por las secuelas del covid-19 y por el cada día mayor precio de los combustibles. Téngase en cuenta que un galón de gasolina (equivalente a 3,7 litros) ya supera en Estados Unidos los 6 dólares, y que ese factor influye directamente en los costos del transporte de mercancías.
Esta nueva realidad no se modificará hasta que cesen la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia, y agigantará la recesión que afecta a América Latina desde que la región dejó de beneficiarse del alza de los precios de las materias primas en años recientes. Una situación que limita el acceso de los sectores más humildes de la población a productos agrícolas y de alimentación, circunstancia que se suma a los efectos de la pérdida masiva de empleos y del poder adquisitivo de las monedas nacionales; hasta el extremo de que la conflictividad social y el descontento de quienes menos tienen ha socavado en los últimos años la estabilidad política de la región, sobre todo de Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, sin dejar de lado lo que ocurre en Cuba, Venezuela y Nicaragua, y el decisivo ingrediente que tendrán los triunfos electorales de Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, de la parálisis total del Ecuador actual y del posible regreso de Luiz Inácio Lula da Silva a a Presidencia de Brasil.
Se trata de indiscutibles señales de peligro que oscurecen el horizonte latinoamericano, sobre todo, si incluimos en el lote una ocurrencia que muchos prefieren pasar por alto, la expansión de la influencia de la Rusia de Putin en Cuba, Venezuela y Nicaragua, tres enemigos declarados de Estados Unidos, países situados en tres puntos estratégicos sobre el Golfo de México y el mar Caribe. Y si tenemos en cuenta que la presencia de China, Irán y Turquía es cada día mayor en nuestra América, mientras que al poco interés habitual de Estados Unidos por lo que nos ocurra y la poca perspicacia de sus gobernantes para entender su significado y trascendencia, resulta fácil agregar que la guerra de Putin en Ucrania, más el temor a lo que pronto pueda suceder en Lituania y Finlandia acaparan la atención de Washington, en detrimento de una América Latina en crisis permanente, que desde el triunfo de la revolución cubana ha pasado a ser, de traspatio de Estados Unidos bajo vigilancia permanente y opresiva, en todo lo contrario, una incómoda piedra en el zapato y muy poco más.