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Armando Durán / Laberintos: COVID-19 en Venezuela ¿Cuarentena radical indefinida?

 

Hace 10 días, Nicolás Maduro ordenó que a partir del lunes 23 de marzo se aplicara en Venezuela lo que la jerga del régimen ha llamado “cuarentena radical”, es decir, severas restricciones a todas las actividades no prioritarias para “minimizar la movilidad innecesaria, evitar concentraciones de personas en espacios públicos y disminuir las actividades bancarias y comerciales no esenciales.” En la práctica, paralizar aun más la muy paralizada vida ciudadana desde varios años como efecto directo de crisis general que padece Venezuela. Una novedad, a medias.

A mediados de marzo del año pasado, cuando el mundo supo de la existencia de un nuevo y letal virus, el Covid-19, su rápida propagación produjo un terrorífico impacto a nivel mundial, pero la pandemia le vino al régimen que preside Nicolás Maduro como anillo al dedo. Corrían entonces tiempos difíciles para los venezolanos, agravada la crisis por una inaudita y creciente escasez de gasolina, gasoil y gas doméstico, a pesar de que Venezuela es el país con mayores reservas de crudo del planeta. No a causa de las sanciones que buena parte del mundo le aplica al chavismo dominante, argumento que esgrime la propaganda oficial para justificar su fracaso de 20 años, sino por el colapso casi total de la producción de petróleo y productos refinados, fruto de la suicida politización de toda la actividad petrolera nacional. La súbita aparición de la pandemia del coronavirus y la sensación de peligro inminente que despertaba en la consciencia de toda la humanidad le sirvió a Maduro de muy útil pretexto para silenciar las protestas ciudadanas y apretar aun más el torniquete de control social y encerrar en sus casas a 30 millones de ciudadanos acosados por la asfixiante mezcla de hiperinflación galopante y devaluación acelerada del bolívar, sin necesitar recurrir a la violencia del Estado.

Este rigoroso control social, que incluía el aislamiento de Venezuela del resto del mundo y un distanciamiento físico extremo, le permitió al régimen no tener que afrontar la realidad epidemiológica que aterrorizaba a buena parte de la población mundial, y convirtió a Venezuela en una suerte de oasis rodeado de países como Estados Unidos, Brasil y México, donde el virus provocaba estragos aterradores. Un “logro” del régimen, pero al incalculable precio de terminar desnudando la gran mentira de su acción de gobierno era la creación de una supuesta democracia “participativa.” Una versión tramposa del proceso político del país, que ahora, obligados por las atrocidades de una crisis a la que de pronto se ha sumado la amenaza de una pandemia que al escribir estas líneas ya arroja un saldo de casi tres millones de muertes y casi 130 millones de contagios en el mundo, los jefes civiles y militares de aquella “revolución bonita” de la que hablaba Hugo Chávez a todas horas, han terminado por transformar a Venezuela en una suerte de capital universal del neoliberalismo más salvaje, cuyo símbolo más escandaloso es la desaparición de la moneda nacional como medio de pago y la dolarización de toda la actividad comercial, un hecho que deja fuera del juego a la inmensa mayoría de la población, sin acceso a la divisa norteamericana.

En el marco de esta nueva realidad, a la destrucción sistemática del aparato productivo del país, tanto privado como estatal, se hacía ahora mucho más palpable la hecatombe de los servicios sociales generados por 40 años de democracia representativa, incluyendo en el lote la prestación gratuita de los servicios de salud y la existencia de un eficiente sistema de seguros médicos privados. Eficientes herramientas para atender prácticamente toda la población, que al estallar hace un año la pandemia del Covid-19, colocaba a la inmensa mayoría de los ciudadanos en situación de dependencia total de la “generosidad” políticamente selectiva del régimen. Hasta el extremo de que el temor que acosa a los venezolanos pronto dejó de ser la posibilidad de contagiarse, sino el no saber qué hacer si le tocaba en suerte contraer el mal.

Frente a estas graves deficiencias sociales, agudizadas por la insolvencia financiera y gerencial del régimen para superar las consecuencias económicas y sociales de una crisis que no ha cesado de profundizarse, la llegada a territorio nacional de la primera pandemia del siglo XXI, puso a los venezolanos a merced de los caprichos del azar. Hasta el extremo de que hasta el día de hoy Venezuela no cuenta con las herramientas necesarias para tratar a los contagiados, y los venezolanos están forzados a aceptar su fatal destino con resignación, a no ser que puedan cubrir los costos de tratamiento y hospitalización en clínicas privadas, un auténtico lujo que solo están en condiciones de pagar los poquísimos miembros del sector económicamente más privilegiado del país.

Al aproximarse las navidades del año pasado, nadie en Venezuela sabía con cierta exactitud cuál era el balance de la pandemia en el país, pero se tenía la impresión de que comparada con lo que ocurría en el resto de las dos Américas y de Europa, gozábamos los venezolanos los beneficios de una situación sanitaria envidiable. Tanto, que Maduro decidió flexibilizar las medidas de control social, para que los venezolanos, eso anunció en cadena de radio y televisión, tuvieran “unas felices navidades.” Un aire de optimismo recorrió entonces la geografía nacional y como con el nuevo año, si bien se oficializó la política de una semana de cuarentena flexible y otra de cuarentena radical cuando llegó la semana de carnaval y se declaró la flexibilidad de la cuarentena, en medio de esta visión satisfecha y festiva de una vida ciudadana que en verdad era menesterosas.

La respuesta de la gente estuvo a la altura de la desmesura de Maduro. Hartos del prolongado encierro, y aplastados por el peso de una crisis que alcanzaba niveles de un malestar sin remedio, los venezolanos cayeron fácilmente en la tentación de los excesos, tomaron las calles y las playas de toda Venezuela como si el maldito virus fuera una simple figura retórica, la movilidad comenzó a recuperar su ritmo habitual y, de la noche a la mañana, la situación sanitaria del país sufrió un vuelco de 180 grados.

El resultado de ver de este modo la situación sanitaria del país ha sido que si bien las estadísticas oficiales reconocen desde hace unas pocas semanas un aumento de contagios y muertes asociados a virus, esas cifras son tan inciertas como los inciertos balances oficiales del año pasado. Basta que miremos a nuestro alrededor más próximo para comprobar que el virus está haciendo de las suyas en Venezuela. Sin que el país disponga de capacidad hospitalaria y, por supuesto, sin que nadie tenga la menor noticia de cuándo llegarán vacunas que le garanticen a los venezolanos un día de mañana relativamente seguro.

Un ejemplo del tamaño de esta trampa mortífera es que hace pocos días, la Junta de Condominio del conjunto residencial donde yo vivo, cuatro edificios de apartamentos de 24 pisos, una auténtica ciudad, le envió a los vecinos el siguiente mensaje: “En los edificios Acacias y Bucare hay gente enferma de Covid-19. Ayer compraron en Acacias dos bombonas de oxígeno, que costaron mil 200 dólares cada una y dos bolsas de medicinas. En total, unos tres mil dólares. Cuídense mucho, no salgan y usen doble tapabocas. No agarren manubrios de puertas ni se toquen la cara cuando anden por la calle. Los centros hospitalarios y clínicas están abarrotados y no pueden recibir un paciente más.”

Hoy comienza la segunda semana seguida de cuarentena radical, que incluye alcabalas instaladas en las entradas al área metropolitana de Caracas, con la esperanza de que esta medida sea suficiente para frenar la mortalidad que recorre las calles y callejones de la ciudad, sobre todo de las barriadas más pobres. Y uno de hace algunas preguntas perturbadoras. ¿Logrará el régimen frenar esta ola de muertes y contagios masivos con solo profundizar la parálisis del país? Y, sobre todo, ¿volverá a ser flexible la vida de los ciudadanos después de estas dos semanas, o el régimen tendrá que prolongar unos días más o tendrá que decretar el carácter indefinido de esta rigurosa cuarentena radical? O como decía alguien en un mensaje de WhatsApp, “Encerrado antes que enterrado.” Al precio político que sea.

 

 

 

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