Armando Durán / Laberintos: Cuba después del 11 de julio
El pasado domingo 11 de julio muchísimos habitantes de San Antonio de los Baños, pequeño pueblo a media hora de La Habana, hartos de bañarse en las mismas aguas de un inmovilismo asfixiante elevado por los jerarcas del régimen a categoría de valor supremo de la revolución, salió a las calles a expresar su indignación y rabia. Reacción ciudadana desesperada ante un experimento impuesto al país a sangre y fuego durante 60 años, en nombre de un socialismo que ni siquiera respetaba las leyes más elementales de la dialéctica.
Un remedio pasajero se produjo a raíz del imprevisto entendimiento de Raúl Castro y Barak Obama, gracias al cual se produjo un aumento importante del flujo de turistas estadounidenses a la isla, pero al precio “corruptor” de que los cubanos de a pie entablaran contacto personal estrecho con esos millones de turistas norteamericanos que cada año visitaban la isla, y a conceder a todos libertad para viajar al exterior y recibir salvadoras remesas en dólares. En ese marco de cambios y beneficios materiales, se expandieron los servicios de internet y el uso de las redes sociales.
Gracias a estas nuevas realidades, la calidad de vida de los cubanos, sin dejar de ser menesterosa, comenzó a mejorar ostensiblemente. Hasta que hace año y medio, la súbita aparición del Covid-19 puso de manifiesto la incapacidad del gobierno cubano para enfrentar ese desafío sanitario y Cuba sufrió el efecto devastador de un desplome brusco y total del turismo internacional. El impacto fue mucho peor porque desde hacía algunos años se venía reduciendo notablemente la generosa asistencia que recibía Cuba de Venezuela desde que Fidel Castro y Hugo Chávez firmaron, en el año 2000, un gran Acuerdo Estratégico entre los dos gobiernos. Por su parte, la crisis financiera mundial de 2008 y el desmoronamiento de la industria petrolera habían dejado a Venezuela sin fuelle para continuar financiando la revolución cubana, pero el efecto multiplicador del turismo había compensado esa contracción de la ayuda venezolana.
Sumadas estas nuevas y decepcionantes circunstancias a los eternos problemas sociales que sufría la población cubana, la situación actual de la inmensa mayoría de la sociedad civil cubana sencillamente volvió a hacerse desesperada, de manera muy especial en el sector más joven de la población, porque tras 60 años de mentiras oficiales la realidad del Covid-19 y sus consecuencias materiales terminó por arrebatarle a los cubanos lo muy poco que les quedaba de esperanza en el futuro. De ahí que este pasado domingo 11 de julio estallara la protesta de San Antonio de lo Baños, cuyas imágenes, gracias a las redes sociales, se propagaron de inmediato por todo el país, con el impactante resultado de que aquella protesta inicial en San Antonio de los Baños se repitiera enseguida en las vecinas calles de La Habana y de otras 40 ciudades y pueblos cubanos.
Inexplicablemente, esta explosión de abrumador hartazgo ciudadano tomó por sorpresa al gobierno. Y uno se pregunta por qué esta vez los servicios de inteligencia cubanos no anticiparon lo que estaba a punto de ocurrir, a pesar de que la magnitud de la crisis en pleno desarrollo convertía a Cuba en una inmensa y muy visible olla de presión, Pasó, pues, lo que tenía que pasar. No porque fue inducida por algún trasnochado dirigente o partido político enemigo de la revolución, mucho menos por perversos agentes del imperialismo, sino como expresión espontánea de un pueblo que ya no aguanta un minuto más de esa miseria física y espiritual.
Las imágenes nunca vistas desde hace 62 años, miles de cubanos marchando por las calles de todo el país a los gritos de “Libertad, Libertad” y “Abajo la dictadura”, sin duda sacudieron los cimientos de la revolución, pero sobre todo, a sus dirigentes, que siempre había estado a la altura de retos tan abrumadores como desafiar a Estados Unidos con la instalación de cohetes ofensivos soviéticos en la Cuba de 1982, o resistir en solitario las catastróficas consecuencias que produjo la desintegración de la Unión Soviética y del mundo socialista. Retos resueltos exitosamente, porque en ningún momento el gobierno había contemplado la opción de cambiar de rumbo ni jamás había perdido su capacidad para conservar un control social absoluto del país. Que es, precisamente, lo que a fin de cuentas ocurrió este 11 de julio. Ni la represión brutal de las marchas y protestas del 11 de abril, ni la ocupación militar desde ese día de las principales ciudades del país para evitar que se repitan esas manifestaciones de protesta, ni la interrupción de los servicios de internet para aislar e incomunicar a los cubanos, ni la detención de casi 700 manifestantes del 11 de julio y someterlos a juicios sumarios, nada parece que aplacará la decisión de un pueblo que al fin le ha perdido el miedo al miedo.
Esto no significa que el 11 de julio se inició el principio del fin. Lo que sí luce indiscutible es que tras 62 años de creer que la revolución impondría su voluntad totalitaria hasta el fin de los siglos, aquellos jóvenes audaces que en los años cincuenta se rebelaron contra la feroz dictadura de Fulgencio Batista, transformados por la vejez en sombríos ancianos sin nada que buscar ni decir, ya no dan más de sí. Y que su obra, como le ocurrió a esos 5 generales que han muerto desde el 11 de julio, también agoniza, todo y todos sobrevivientes de sangrientas luchas por conquistar el poder y después conservarlo, que ya no conmueven a nadie y están punto de desaparecer. Muertes forzosas porque ni la revolución, por vieja y por fea, ni sus dirigentes por octogenarios, ni sus grises sucesores, podrán escapar de la implacable razón más elemental e ineludible de la vida y de la historia. Ese es el mensaje que transmiten, de manera muy estruendosa, las agitadas calles cubanas. Que los términos que han regulado la relación de gobernantes y gobernados cubanos ya son otros. Que sesenta años sí son muchos, sobre todo si han sido años de sacrificios sin fin para quienes siguen sin tener nada. Y que ni que llueva, truene y relampaguee, podrá nadie oponerse a este destino inexorable ni impedir que a partir de este momento en Cuba todo comience a ser distinto de lo que era hasta el 11 de julio.