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Armando Durán / Laberintos: ¿Deshielo de las relaciones entre EEUU y Venezuela?

 

El pasado domingo 6 de marzo, en el mayor de los secretos, tres altos funcionarios del gobierno de Estaos Unidos, Juan González, director para las Américas del Consejo de Seguridad del presidente Joe Biden, Roger Cartens, asesor presidencial para asuntos de rehenes, y Jimmy Story, su embajador en Venezuela residenciado en Bogotá, viajaron a Caracas y se reunieron con Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores.

La noticia tomó por sorpresa a medio mundo. Desde que Hugo Chávez denunció hace 20 años a George Bush, presidente entonces de Estados Unidos, de haber respaldado la rebelión cívico militar que intentó derrocarlo el 11 de abril de 2002, las relaciones entre Washington y Caracas se fueron haciendo cada día más difíciles, hasta que, en enero de 2019, Donald Trump reconoció a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela y Maduro rompió abruptamente todas las relaciones políticas y diplomáticas entre los dos países. A partir de ese instante, el gobierno de Estados Unidos desató una cadena de duras sanciones económicas y financieras al régimen venezolano y a un creciente número de sus más destacados jefes civiles y militares.

Era previsible, pues, que las primeras reacciones en Estados Unidos y en Venezuela por la reciente visita fueran de comprensible estupor. Siempre se han realizado discretos contactos entre representantes de nivel medio de ambos gobiernos, pero esta imprevista reunión del domingo en Miraflores, protagonizada por Maduro y funcionarios estadounidense de altísimo nivel, no podía haberla previsto nadie.  ¿Qué podía haber ocurrido tras bastidores para que una situación de tan abierta confrontación cambiara tan súbitamente?

El primer indicio oficial de este brusco vuelco de 180 grados en el desarrollo de una crisis que parecía insalvable la ofreció la noche del lunes siguiente al encuentro de Caracas la jefa de Prensa y portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, quien además de confirmar que en efecto se había efectuado esa reunión, añadió que entre los temas tratados estuvieron los relacionados con la “seguridad energética de Estados Unidos”, es decir, petróleo, y la liberación de ciudadanos norteamericanos encarcelados en prisiones venezolanas. Esa misma noche del lunes, Maduro calificó la reunión de “respetuosa, cordial y diplomática” y anunció que había ordenado reanudar de inmediato las negociaciones que el año pasado habían sostenido representantes suyos y de la oposición en Ciudad de México en busca de una solución política de la crisis política de Venezuela, porque si la política del régimen era en favor de una solución negociada de la guerra en Ucrania, cómo no iba a propiciar esa fórmula para solucionar la incomunicación entre unos y otros venezolanos. Otra ruptura en la guerra encubierta que sostienen Estados Unidos y Venezuela.

Precisamente por eso, estas dos declaraciones a la prensa dispararon las alarmas. La causa de un cambio de rumbo en las relaciones de Estados Unidos y Venezuela había que buscarlas en los efectos geopolíticos de la guerra en Ucrania, lo cual le daba a Maduro y compañía, una relevancia que ciertamente no tenía. Según los cálculos de Putin y sus estrategas, los ejércitos rusos a lo sumo necesitarían cinco días para resolver militarmente la guerra en Ucrania. Cuba, Venezuela y Nicaragua, los aliados latinoamericanos de Rusia, ajustaron sus reacciones a esas expectativas de Moscú, de modo que la posición oficial adoptada por La Habana, Caracas y Managua fue la denuncia de Estados Unidos y a sus aliados en la OTAN por agredir a Rusia, que simplemente se defendía de una presunta amenaza ucraniana.

En Caracas, por ejemplo, los miembros del oficialista Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) voceaban desafiantes la consigna de “si hay en Rusia un peo, con Rusia nos resteamos.” Hasta que día a día, la firme resistencia ucraniana a los implacables ataques rusos modificó substancialmente esa visión optimista del conflicto. Sobre todo, porque a la par de la frustración rusa en los campos de batalla, las sanciones promovidas por Washington y compartidas por la inmensa mayoría de las naciones del planeta arrinconaban a Putin, convertían a Rusia en un estado paria, aislado política, financiera y comercialmente, y sometía a la población a los rigores de una crisis sin fondo a la vista.

Ante esta abrumadora realidad, Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, silenciaba de pronto su solidaridad con el militarismo de los agresores rusos y alentaba el diálogo entre Kiev y Moscú como mecanismo esencial para superar las diferencias políticas de ambas naciones. Una situación agravada dramáticamente con la decisión adoptada esta semana por el gobierno de Estados Unidos de aplicar un boicot total a la compra de petróleo ruso. Gran Bretaña se sumó a la medida, pero su gobierno ha advertido que aplicará el boicot gradualmente, pues si bien Estados Unidos dispone de suficiente petróleo propio para prescindir del crudo ruso, ellos tienen primero que asegurarse de recibir de otra fuente el suministro de hidrocarburos que actualmente importan de Rusia. Idéntica posición a la adoptada por la Unión Europea, dependiente casi exclusivamente del petróleo y el gas rusos, que no adoptará la medida hasta que no disponga de una alternativa.

¿A eso se refería Psaki al referirse a la “seguridad energética” como tema de la reunión de Caracas? ¿Ampliar la compra de hidrocarburos donde sea posible, no tanto con destino a Estados Unidos sino con la finalidad de asistir a sus aliados, incluyendo en el paquete la compra de petróleo venezolano aunque sea a cambio de levantar algunas de las sanciones que afectan los planes del régimen venezolano para reactivar el muy deprimido aparato económico y financiero del país? De repente comenzó entonces a circular el rumor de que en el grupo de viajeros estadounidense a Caracas había un representante de Chevron, una de las grandes empresas petroleras de Estados Unidos, que desde hace años busca la manera de recuperar sus derechos contractuales con el Estado venezolano para continuar explotando parte de la Franja Petrolera del Orinoco, la mayor reserva conocida de crudo del mundo. ¿Era ese el punto central de la agenda del encuentro de Caracas?

Dos hechos han agudizado la polémica. El primero, que el martes 8 de marzo el régimen chavista liberó a dos ciudadanos norteamericanos presos en Venezuela, uno de ellos miembro de la directiva de Citgo, empresa filial de la venezolana Petróleos de Venezuela en Estados Unidos, cuyo manejo y administración, desde la ruptura de relaciones, ha pasado a manos del gobierno interino, que para Washington encabeza Guaidó. El otro, que el martes 7 de marzo, Guaidó informó que él y Gerardo Blyde, jefe de la delegación venezolana en la interrumpida ronda de negociaciones con representantes de Maduro en México, también se habían reunido con el trío de visitantes norteamericanos, a quienes les reiteraron su disposición a regresar de inmediato a las interrumpidas negociaciones con el régimen.

Resulta prematuro aventurarse a hablar del futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela que, digan lo que digan unos y otros, se inició con diálogo del domingo pasado en Caracas, pero la elevada jerarquía de los participantes en ese encuentro, ante la indignación que han mostrado y seguirán mostrando relevantes senadores y representantes de los partidos Demócrata y Republicano en el Congreso de Estados Unidos, es un factor que influirá con mucho peso en ese proceso, pues este año se renovará toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. De ahí que el gobierno de Biden haya tratado durante estas últimas horas de desactivar algunos detonantes de la ingrata polémica abierta por el dilema que plantea un eventual levantamiento de sanciones a Venezuela a cambio de suministro petrolero, antes de que ese dilema pueda llegar a ser explosivo. Por lo pronto, este jueves, en el marco de la incómoda visita a la Casa Banca del presidente Iván Duque, partidario incondicional de Trump en la elección presidencial de hace 15 meses y archiadversario internacional del régimen venezolano, Psaki ha matizado su declaración del lunes sobre la reunión de Caracas afirmando que Estados Unidos sigue desconociendo a Maduro como presidente legítimo de Venezuela y que la finalidad de la visita fue la liberación de “rehenes” estadounidenses en cárceles venezolanos. O sea, excluyendo la opción de un acuerdo entre Caracas y Washington como había sostenido explícitamente, y limitando los temas tratados a la liberación de “rehenes” norteamericanos.

Lo cierto es, sin embargo, que de prolongarse la guerra, como sin duda ocurrirá aun después de que se cesen los combates, Estados Unidos, sin petróleo iraní ni ruso, debe satisfacer la necesidad de hacerse de la vista gorda con el régimen venezolano. Por otra parte, para Maduro, la posibilidad de vender a Estados Unidos su petróleo de contado a más de 100 dólares, el barril bien vale una misa, porque representaría un ingreso inesperado de miles de millones dólares anuales. Un auténtico salvavidas, que nos permite pensar que la urgencia de la situación obligará a ambos contendientes a tomar una decisión. Por ahora basta tener presente que, en el mundo de la política real, las razones éticas le dejan el paso libre a lo que suelen llamarse intereses de Estado. Y que en la actual encrucijada geopolítica generada por la invasión rusa a Ucrania, que no terminará con el desenlace militar de la guerra, la situación que ha propiciado esta reunión del domingo en Miraflores podríamos resumirlas con una expresión venezolana muy popular: “el niño que llora y la madre que lo pellizca.”

 

 

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