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Armando Durán / Laberintos: El oscuro porvenir de Venezuela

 

   ¡Alea iacta est! Es decir, “la suerte está echada”, frase que según Suetonio profirió Julio César al cruzar el río Rubicón y dar inicio a su muy larga guerra contra Pompeyo y el Senado romano. Desde entonces, esas palabras se emplean en todos los rincones del planeta y ahora, con el no acuerdo que acordaron los representantes de lo que queda de esa alianza opositora venezolana que conocemos como Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en su tercera reunión de la semana pasada con representantes del régimen chavista en Santo Domingo, resulta perfectamente aplicable a la dramática situación política venezolana.

   El objetivo de esta última ronda de conversaciones, en un principio pautada para dos días, jueves y viernes pasados, prolongada in extremis un día más, era producir un milagro. En este caso, un acuerdo que en el críptico mensaje de los representantes de la MUD pudiera al menos de calificarse como “medianamente” satisfactorio, y que si bien no llegara a producir el cambio profundo del régimen político y de su política económica, causantes de este abismo de todas las miserias en que se encuentran los venezolanos, ayudara a resolver algunos aspectos puntuales de la crisis, entre ellos, por supuesto, la negociación de un modus vivendi que regulara las relaciones futuras entre el régimen y la oposición dialogante, y les permitiera a unos y otros llegar, en el marco de lo que el régimen llama clima de “convivencia y paz”, hasta las próximas elecciones.

   Se trataba, por supuesto, de una ambición muy modesta si tenemos en cuenta la magnitud inconmensurable de la crisis venezolana. De manera especial, porque durante estos días navideños, cruciales desde todo punto de vista por el ritmo vertiginoso de la inflación y la escasez de alimentos y medicinas, la incomunicación entre los ciudadanos y sus aparentes dirigentes se hizo muchísimo mayor. En todo caso, este encuentro de dos bandos que a fin de cuentas agonizan, nada tenía que ver con la grave situación existencial y humanitaria que sufren los ciudadanos.

   A Santo Domingo el régimen sencillamente fue a buscar la manera de terminar de liquidar de una vez por todas a los melancólicos restos de esta oposición, la más patética de estos años de chavismo, con el ciego objetivo de no morir en su intento de conservar el poder como sea hasta el fin de los siglos. Por su parte, la oposición, convencida al fin de que a estas alturas del proceso político venezolano la realidad le imponía la urgente necesidad de alcanzar lo que Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional hasta hace pocos días y principal vocero del grupo de negociadores y asesores de la oposición en Santo Domingo calificó el sábado por la noche como “una solución concreta, democrática, política y de progreso para todos los venezolanos”, acudió a la cita de Santo Domingo con la aspiración de mantener vigente las franquicias electorales que ellos administran verticalmente desde años con el falso argumento político de que ellos son los representantes de la voluntad popular. Pura retórica, ciertamente ajena por completo a las necesidades que sufren y a la solución de fondo que persiguen muchos millones de ciudadanos desde aquella histórica derrota que el país, no los partidos políticos, le propinó a los candidatos del oficialismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

   Tan grave es esta encrucijada en que se encuentran los protagonistas del actual sainete político, que el único acuerdo alcanzado en Santo Domingo fue no haber llegado a ningún acuerdo, o sea, el peor de todos los desenlaces posibles, razón por la cual unos y otros decidieron darse una oportunidad adicional y volverse a reunir el próximo jueves 18 de enero. Vana y casi poética esperanza de hallar una fórmula suficiente para darle algún sentido a estos trajines casi clandestinos de los jerarcas del régimen y de los presuntos dirigentes de la oposición. Propósito, sin embargo, imposible para el régimen, porque de ningún modo puede aceptar la exigencia universal de renunciar al obsceno ventajismo que representan la composición absolutamente chavista del Consejo Nacional Electoral y las trampas habituales de unas condiciones electorales desde todo punto de vista inadmisibles. Propósito igualmente imposible para esta oposición dialogante, porque para “medio” obligar al régimen a realizar unas leves modificaciones en materia electoral, así sean simplemente cosméticas, tendría que aceptar la condición que le exige el régimen de reconocer la autoridad de la llamada Asamblea Nacional Constituyente, fraudulenta en sus orígenes y fraudulenta en su desarrollo, cuya única razón de ser ha sido y es la de suplantar a la fuerza la legítima autoridad de la Asamblea Nacional, sólo porque los diputados de la oposición controlan dos terceras partes de sus escaños. Ceder en esta materia implicaría la muerte súbita de los partidos de oposición que lo hagan.

   Dos declaraciones ahondan la gravedad del momento. La primera la formuló Heraldo Muñoz, ministro chileno de Relaciones Exteriores, quien en compañía de su homólogo mexicano, Luis Videgaray, constituye el equipo de facilitadores del diálogo por parte de la oposición. “Si no hay resultados”, advirtió Muñoz al partir de Santiago de Chile rumbo a Santo Domingo el miércoles de la semana pasada, “no tendrá ningún sentido seguir adelante con el diálogo.” Valga decir, que para la comunidad continental, agrupada en lo que se ha llamado Grupo de Lima, y cuyos cancilleres volverán precisamente a reunirse el 22 de enero para revisar la situación, estas jornadas de negociación en Santo Domingo representan lo que bien podríamos considerar como último lance para salir política y pacíficamente de la tormentosa crisis venezolana.

   Ante esta compleja perspectiva cabe preguntarse, ¿qué ocurrirá si también fracasa este esfuerzo final por llegar la semana que viene a un acuerdo aceptable entre el régimen y la oposición? Los obispos venezolanos, que a lo largo de estos 19 años de hegemonía chavista en ningún momento han dejado de lado su responsabilidad ciudadana, reunidos la semana pasada en Asamblea Ordinaria de la Conferencia Episcopal Venezolana, divulgaron un documento en el que sostienen que “la raíz del problema venezolano está en la implementación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizado, que el gobierno se empeña en mantener.” Luego concluyen los obispos afirmando que si la situación no se supera por las buenas, a los venezolanos “sólo les quedarían dos posibilidades: pérdida definitiva de la libertad, con todas sus consecuencias, o acciones de resistencia y rebeldía contra el poder usurpador.”

   Este es, en estos días difíciles, el dilema aterrador que la realidad política y los obispos venezolanos le presentan a los ciudadanos al comenzar el nuevo año. Una disyuntiva que abre a los pies del país un auténtico camino de espinas, el porvenir más oscuro e ineludible de la historia de Venezuela. En definitiva, ante el silencio de Santo Domingo y ante las insuficiencias de uno y otro lado para enfrentar la crisis, lo que las circunstancias le ofrecen al país son un par de dados lanzados al aire. La suerte está echada. El próximo jueves, cuando finalmente dejen de rodar, quizá sepamos cual será a partir de entonces el tortuoso camino a recorrer por Venezuela.        

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