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Armando Durán / Laberintos: Elecciones municipales en Venezuela

 

   Escribo estas líneas a las 8 de la mañana del domingo 10 de diciembre. Afuera, 19 millones y tantos de electores han sido convocados a las urnas para elegir a los alcaldes de todos los municipios del país. La abstención, siempre grande en estas consultas de carácter local, será en esta ocasión mayor. Según los últimos sondeos de opinión, más de 50 por ciento, un factor que hoy perjudicará particularmente a los candidatos de la oposición, hasta el extremo de que algunas encuestas le atribuyen a los candidatos del oficialismo la victoria en 332 de las 335 alcaldías en disputa.

   Es posible que la debacle no llegue a tanto. En Venezuela, son pocos los estudios de opinión que aciertan, pero es evidente que algunas piezas del rompecabezas político venezolano permiten pensar que en efecto, los resultados de la elección de hoy registrarán una importante victoria del régimen. El primero de estos elementos, por supuesto, son los artilugios empleados por el régimen para manipular los resultados electorales, práctica que le ha dado magníficos frutos desde los remotos tiempos de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, celebrada a mediados de 1999. Desde entonces, y hasta diciembre de 2015, las condiciones electorales y la tecnología le han servido al régimen para conservar un poder cada día más autocrático sin renunciar formalmente a la “legitimación” electoral periódica, siempre simulada pero a todas luces suficiente para tranquilizar la conciencia de un sector de la oposición y de la comunidad internacional.

   Otros tres ingredientes perturbadores inciden en la actual desmotivación de los ciudadanos. En primer lugar, la explosiva combinación de incoherencia, incapacidad y oportunismo ramplón que han exhibido los dirigentes de la oposición en la conducción política de sus fuerzas. De nada les valió ocupar dos terceras partes de los escaños de la renovada Asamblea Nacional. El poder que podían haber ejercido se disolvió bien pronto, sin gloria alguna. No supieron o sencillamente no quisieron encauzar ese poder. Una deficiencia que culminó con la desmovilización de las gigantescas manifestaciones de protesta popular que estremecieron al régimen desde el pasado 2 de abril hasta el primero de agosto. Pasar entonces por alto con sorprendente indiferencia la entrega y el sacrificio de centenares de miles de ciudadanos y hasta la sangre derramada en las calles de Venezuela por las fuerzas represivas del régimen, más de 130 asesinados y miles de heridos y detenidos, es una tremenda factura pendiente que ahora tendrán que pagar estos partidos.

   Para entender la dramática magnitud del fracaso de esta MUD misteriosamente complaciente basta pasearse por la encuesta de Venebarómetro, la encuestadora mejor valorada del país, con trabajo de campo efectuado este mes de diciembre, para percibir la gravedad del mal que hoy en día padece la oposición agrupada en la MUD. Mientras 65 por ciento de los encuestados opinan que Nicolás Maduro debe abandonar la Presidencia de la República lo más pronto posible, un porcentaje igual evalúa negativamente la actuación de la MUD. Por otra parte, ningún partido de oposición recibe más de 9 por ciento de apoyo popular y el político con mayor rechazo entre quienes aspiran a enfrentar a Maduro el año que viene es Henry Ramos Allup, secretario general del partido Acción Democrática y presidente vociferante y absolutamente fracasado de la Asamblea Nacional durante el crucial año 2016.

   A estas pésimas circunstancias que se le presentan a la oposición venezolana debemos añadir una nueva y sorprendente peripecia. Jorge Rodríguez, uno de los hombres de mayor confianza de Nicolás Maduro y figura clave en las negociaciones del régimen con los cuatro principales partidos de la MUD, anunció hace muy pocos días que mientras Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea sigan aplicando sanciones económicas contra el régimen, en Venezuela no volverán a convocarse nuevas elecciones. A sabiendas, por supuesto, de que ninguno de esos tres poderosos adversarios políticos aceptarán tan grosero condicionamiento. Un suceso al que habría que añadir una reflexión muy simple: si Rodríguez, ministro todopoderoso de Maduro y cabeza del grupo oficialista que “dialoga” con representantes de la MUD lo que él ha llamado “pacto de convivencia y paz”, lo que de veras propone con esta suerte de chantaje a la comunidad internacional es advertirnos de una decisión ya tomada. Es decir, que en los planes actuales del régimen por conservar el poder al precio que sea, sus jefazos no volverán a caer en la trampa de nuevas y cada vez más peligrosas consultas electorales. Mucho menos si en esas consultas se incluye una elección presidencial en el futuro inmediato, precisamente cuando la popularidad de Maduro está por los suelos.

   Esta situación se agravó aún más el pasado jueves, cuando la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos aprobó un proyecto de ley que contempla, por una parte, abrir un canal internacional de ayuda humanitaria para aliviar la desesperada situación que viven millones de venezolanos por la agobiante escasez de alimentos y medicinas, opción que han rechazado de plano el propio Rodríguez y el ministro de Salud de Maduro por considerarla, no sólo innecesaria, sino porque argumentan que lo que en realidad pretende “el imperio” es utilizar esta ayuda para poner en marcha la invasión de Venezuela; por otra parte, este proyecto de ley también contempla aplicar más y más duras sanciones económicas contra el régimen chavista y el inicio de una campaña diplomática ante gobiernos amigos para profundizar el aislamiento político y económico del régimen.

   El gobierno Maduro aún no ha reaccionado. Es factible suponer que sus estrategas aguardan a que termine el evento electoral de este domingo. Después veremos hasta qué lejos está dispuesto a llegar Maduro en su pulso con el resto del mundo democrático. En otras palabras: ¿Aprovechará la decisión adoptada por el Congreso norteamericano para hacer valer la amenaza formulada por Rodríguez? Si es así, estas elecciones municipales, insignificantes políticamente desde todo punto de vista (en términos reales muy poco importa quién las gane) adquirirían una trascendencia inesperada, por ser las últimas elecciones que se celebren en Venezuela hasta quién sabe cuándo. Una incidencia, sin la menor duda, que las convertirían en un hecho histórico lamentable e irreversible. Al menos, mientras dure en Venezuela el dominio chavista.    

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