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Armando Durán / Laberintos: ¿Gobierno de emergencia en Venezuela?

 

Durante estos últimos y difíciles días de abril ha cobrado intensidad el rumor de que el régimen y buena parte de la oposición se preparan para reanudar el diálogo de siempre.  En esta ocasión, sin embargo, no se trataría de negociar condiciones electorales o entendimientos parecidos, como ha sido lo habitual desde el año 2003, sino que con el pretexto de la pandemia del Covid-19, y ya extinguidas la opciones del cese de la usurpación y la esperanza de una próxima transición de la Venezuela chavista a una Venezuela democrática, el objetivo de estas conversaciones sería la conformación de un gobierno que sus promotores llaman de Emergencia.

 

Las voces que han mencionado esta suerte de fórmula mágica son muchas. Hasta Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano, ha declarado esta semana haber analizado el tema con Juan Guaidó y con el presidente de Colombia, Iván Duque. Por ahora, en cambio, el régimen no se ha referido directamente al tema, pero sí ha dejado filtrar el chisme de que se han producido desencuentros en su cúpula cívico-militar, al parecer porque hay quienes opinan que dado el endurecido aislamiento internacional del régimen, el cerco aéreo naval que le ha montado el gobierno de Estado Unidos y la amenaza implacable del Covid-19, quizá ha llegado la hora de considerar la posibilidad de negociar con el enemigo malo, es decir con Washington, antes de que sea demasiado tarde,

Por supuesto, en esta Venezuela inaudita donde nada es lo que se pretende que sea, todo, incluso esta maroma de un intangible Gobierno Emergente, es posible. Pero antes de tomar en serio la propuesta es preciso responder tres preguntas:

 

  1. ¿Qué entienden por Gobierno de Emergencia sus promotores?
  2. ¿Con quién, en representación del régimen, se negociaría lo que por ahora solo es una entelequia?
  3. ¿Qué factores serían suficientemente convincentes para obligar al régimen a no seguir resistiendo y ceder al menos una parte de su poder para no perderlo todo?

 

El primer hecho a destacar es que quienes han hablado de este enigmático Gobierno de Emergencia no han revelado en ningún momento algo que nos permita vislumbrar cuál podría ser su naturaleza. Sí es posible afirmar con certeza que no sería el gobierno provisional que se decreta en el olvidado Estatuto de la Transición aprobado con fuerza de ley por la Asamblea Nacional el 5 de febrero del año pasado, pues para llegar a ese extremo de deseo satisfecho primero tendría que haber cesado la usurpación y lo que ha ocurrido desde que Guaidó se sentó a las mesas de diálogo en Oslo y en Barbados es todo lo contrario. Un hecho que nos obliga a pensar que cuando hablamos de Gobierno de Emergencia en realidad hablamos de otra cosa, sospechosamente rayana a un Gobierno de Unidad Nacional, integrado por representantes del régimen y de la oposición. Es decir, que estaríamos admitiendo un definitivo borrón y cuenta nueva, como si aquí, caballeros, no hubiera pasado ni pasa nada.

 

De acuerdo con esta interpretación, y por el momento no hay nada que nos haga imaginar otras situaciones, solo Nicolás Maduro y algún otro notorio jerarca del proceso “revolucionario”, Diosdado Cabello, por ejemplo, o Tarek el Aissami, podrían ser excluidos de ese futuro estado de casi perfecta y solidaria armonía. Esa sería quizá la único condición no negociable de un acuerdo que desde todo punto de vista resultaría inalcanzable, porque en la Venezuela actual no se percibe ninguna circunstancia que haga sentir a Maduro y compañía que tienen contados sus días de poder y gloria. Sobre todo desde el 13 de marzo, porque la aparición del coronavirus entre nosotros terminó de apagar los restos de una oposición que después del regreso de Guaidó de su gira internacional a comienzos de año se hundía en un abismo de profundo aburrimiento y languidez. Y porque por otra parte, la infame presencia del virus en Venezuela le ha permitido al régimen aprovechar los inevitables rigores del aislamiento social y la cuarentena para armar un dispositivo de control ciudadano sin precedentes en la historia de América Latina.

 

Por supuesto, la asfixia que sufre el régimen es notable, pero a todas luces no representa peligro alguno, mientras esta amenaza irritante y molesta no se haga realidad. En este sentido, los cálculos de Maduro y sus estrategas son evidentes: la situación interna la tienen bajo control, la posibilidad de insurrección militar es puro delirio y las sanciones comerciales y financieras no bastan para borrar al régimen de la faz de la tierra. Solo una acción militar directa de los Estados Unidos podría romper estos equilibrios, pero esa es una ilusión impracticable. Por supuesto, el régimen podría llevarse una sorpresa igual a la que se llevó Saddam Hussein cuando comenzaron a caer las primeras bombas y misiles sobre Bagdad la noche del 17 de enero de 1991. Durante meses, el sátrapa iraquí se había negado a creer que la alianza organizada por Estados Unidos para enfrentarlo se atrevería a materializar el ultimatum que le había dado el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en noviembre del año anterior para retirar por las buenas sus tropas de Kuwait y ahora sufría las consecuencias de su error, pero las situaciones y los tiempo son otros y nada hace previsible que algo parecido ocurra en Venezuela, al menos, a corto plazo.

 

Resulta entonces prácticamente estéril enfrascarnos en este tipo de conjeturas. Lo cierto, lo que luce absolutamente cierto, es que el régimen no tiene por qué sentarse a dialogar con la incorpórea oposición y acepte lo que ni por asomo ha aceptado en las innumerables rondas de negociaciones que ha sostenido con sus “adversarios” desde que Jimmy Carter y César Gaviria, hace 17 años, le montaron a Chávez aquella perversa Mesa de Negociación y Acuerdos.

 

Por último, digámoslo sin el menor temor a equivocarnos: la política es una actividad que se desarrolla en el ámbito de la realidad. Desde este punto de vista, el diálogo y el entendimiento con el adversario son sus herramientas esenciales. Pero para cumplir esta función, las partes que no se entienden y quieran hacerlo, exige que esas partes actúen de buena fe y estén dispuestas a ceder algo para ganar algo. Nada que ver con la mentira de los pajaritos preñados que la Coordinadora Democrática primero y la Mesa de la Unidad Democrática han tratado de venderle a los venezolanos como verdades, una y otra vez, sin descanso y sin pudor. Por eso el fiasco continuado de tantísimas rondas de negociaciones, cuya finalidad demostrada ha sido siempre que todo siga igual. Para que el régimen continúe siendo el régimen y para que esa oposición de muy elástico espinazo, una y otra vez, reciba una porción muy menor de los beneficios del poder en Venezuela.

 

 

 

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