Armando Durán / Laberintos – La crisis venezolana: hacia el primero de mayo
Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela por voluntad de los venezolanos y de la comunidad internacional democrática, ha convocado a todos los venezolanos a participar este primero de mayo en lo que él califica “la mayor marcha de la historia”. Palabras que sea cual sea el sentido que Guaidó le atribuya realmente a sus palabras, significan, para ese noventa por ciento de la población que desea un cambio urgente de presidente, gobierno y régimen, que ese día se ponga en marcha el capítulo que permita el cese urgente de la usurpación y se inicie la ansiada transición de la dictadura a la democracia. ¿Será verdad tanta belleza?
Breve historia de una ilusión
Hace tres meses, ante una inmensa multitud que lo aclamaba con fervor, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional desde el 6 de enero, invocó el derecho que le daba la Constitución Nacional para asumir legítima y legalmente la Presidencia interina de Venezuela. La mayoría de los ciudadanos, sometidos a los rigores de una crisis asfixiante y sin remedio a la vista, se lo exigía, pero Guaidó, si bien declaró que eso haría, advirtió prudentemente que para no dar un infructuoso y hasta contraproducente salto en el vacío primero debía contar con suficiente respaldo popular, con el de la comunidad internacional y, por supuesto, con el de la fuerza armada venezolana.
Durante esos convulsos días de enero, a medida que la crisis venezolana se hacía con el nuevo año aún más inclemente, la impaciencia de la población comenzó a ejercer sobre Guaidó una presión que no era posible pasar por alto. Sobre todo, porque los gobierno de Estados Unidos y Canadá, la mayoría de las naciones latinoamericanas y algunos gobiernos europeos ya habían anunciado que reconocerían la legitimidad de Guaidó una vez que el joven diputado se juramentara como jefe de Gobierno y del Estado. ¿Y qué mejor fecha que ese 23 de enero, cuando la Venezuela democrática se disponía a celebrar un año más del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, hecho ocurrido 61 años antes? De acuerdo, en el universo militar no se había producido todavía ninguna manifestación de respaldo institucional a la previsible Presidencia interina del joven diputado, pero se tenía la certeza, al menos la convicción, de que tan pronto como se hiciera realidad esa opción, el universo militar reaccionaría favorablemente a la necesidad de desalojar cuanto antes a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores.
En todo caso, ese día Guaidó no pudo negarse un minuto más a la exigencia popular de asumir esa responsabilidad. Y en su discurso de “toma de posesión” reiteró las tres etapas de una hoja de ruta que se ha convertido en el programa esencial de los demócratas venezolanos: cese de la usurpación, constitución de un gobierno de transición que se ocupe de devolverle al Estado su institucionalización democrática y celebración al fin de elecciones libres y transparentes.
El acto, por supuesto, tuvo un impacto decisivo en la conciencia y los corazones de la población. Y al escuchar a Guaidó, con razón se pensó que, en efecto, ahora sí que el régimen tenía los días contados. De manera muy especial, porque desde ese mismo día comenzó un masivo proceso de legitimación internacional de la Presidencia de Guaidó. No obstante, ahora, 90 días después de aquella jornada histórica, muchos venezolanos comienzan a temer que si bien Guaidó, a pesar de la agudización de la crisis a partir del 7 de marzo, día en que con el apagón nacional que mantuvo a toda Venezuela a oscuras, sin agua ni comunicaciones durante 100 agobiantes horas, se puso en evidencia el colapso estructural del sistema eléctrico nacional, se ha consolidado como el principal e indiscutible líder político del país, la realidad le ha impuesto a los venezolanos una situación indescriptible: Venezuela, con dos presidentes que se enfrentan pero sin que ninguno de ellos pueda imponerle su autoridad al otro, sobrevive a la crisis sin gobierno y se hunde en un abismo de inaudita inestabilidad y confusión.
¿Cohabitación con el régimen o cese de la usurpación?
Desde el mismo día que Guaidó ocupó la Presidencia de la Asamblea Nacional, el 6 de enero de este año, incluso después de haber asumido la Presidencia interina de la República, más allá de los discursos y los anuncios, de las contradicciones y hasta cierto punto más allá de las malas compañías, que las hay, muchas y preocupantes, las dos estrategias que habían dividido a los jefes de la oposición desde el remoto año 2003 conservan su cruda vigencia y amenazan con mantener viva la triste historia de todos estos años de impotencia y parálisis. Es decir, que ahí siguen, de un lado, quienes aspiran a un cambio profundo en la cúpula del poder político y luchan por movilizar a los venezolanos en esa dirección sin vuelta atrás; y del otro, quienes por saberse débiles después de las derrotas del año 2002 o por querencias no precisamente santas que surgieron entonces, han preferido entenderse más o menos secretamente con el régimen y limitan sus objetivos a conquistar algunos espacios burocráticos de origen electoral y ser reconocidos como dirigentes de una oposición “oficial”.
Guaidó, militante del partido Voluntad Popular, organizado en torno al liderazgo disidente de Leopoldo López, y que desde las grandes manifestaciones de protesta popular del año 2014 hasta no hace mucho sostenía la tesis no negociable de la salida de Maduro y del chavismo del poder, fue designado presidente de la Asamblea, porque los principales representantes de su partido en la Asamblea Nacional estaban en prisión, eran perseguidos o vivían exiliados. Esta selección accidental despertó desde el primer momento recelos en la cúpula de los partidos “dialogantes” de la oposición. Esta fue razón suficiente para que dos de esos partidos, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo, sin saber a ciencia cierta cuál sería la posición que finalmente asumiría Guaidó desde la Presidencia de la Asamblea, seleccionaran a Edgar Zambrano y Stalin González, dirigentes de mucho peso en sus partidos bien relacionados con representantes del régimen, para escoltar y, en realidad, neutralizar a Guaidó desde las dos vice presidencias de la Asamblea.
Por esta razón, en varias ocasiones, ambos han marcado distancia de Guaidó al insinuar la celebración de elecciones cuanto antes, no después de cesar la usurpación y constituirse un gobierno de transición, y señalar que Maduro, en su condición de jefe político del chavismo, debía de participar en unas eventuales elecciones, una presunción que además reconoce tácitamente a Maduro como presidente legal de Venezuela, legitimidad que Guaidó y casi 60 gobiernos democráticos le niegan. Un doble discurso que no solo rompe la unidad que debe exhibir la oposición, sino que le transmiten a los ciudadanos un mensaje desalentador. Como si en definitiva nada hubiera cambiado en Venezuela con la aparición de Guaidó en el centro del escenario político.
El capítulo final
Lo cierto es que este primero de mayo, mientras Venezuela se precipita hacia la nada, esta convocatoria de Guaidó para hacer de la marcha del primero de mayo la mayor marcha de la historia, así sea de la historia nacional, lo coloca a él, a Maduro y a los venezolanos que ese día tomarán las calles de Venezuela, ante un dilema definitivo. ¿Se trata de manifestarse y marchar para fortalecer una posición política con fines meramente electorales, o descartada al fin la opción electoral para cambiar de presidente, gobierno y régimen a punta de votos, se volverá ese día a las calles de Venezuela con el claro propósito de precipitar el programado cese de la usurpación, la instalación de un gobierno de transición y finalmente convocar elecciones democráticas para restaurar la vigencia de la constitución y el estado de derecho?
La decisión que tomen Guaidó y su comando se fundamentará en una pregunta que muchos dirigentes prefieren no responder. A estas alturas del proceso político venezolano, ¿es realista plantearse salir de la crisis política por la vía electoral, aunque ello implique una vez más confiar en que las actuales autoridades electorales y de control institucional garantizaran la transparencia y la calidad de ese desesperado evento electoral? Es decir, ¿existen razones que permiten confiar que en esta ocasión el régimen aplicará reglas y condiciones de equilibrio, sin ventajismos ni trampas, o en cambio no hay por qué pensar que unas elecciones como las que ciertos grupos de oposición intentan “negociar” con el régimen serán en efecto una solución real al grave conflicto político y social de Venezuela? En otras palabras: ¿Esta súper marcha del primero de mayo servirá exclusivamente para correr la arruga, como se ha hecho durante estos últimos tres meses con la infeliz finalidad de llegar en algún momento futuro a un evento más de los innumerables eventos electorales que le han servido al régimen para ganar tiempo, recuperar al menos parte de sus fuerzas perdidas y aquí, caballeros, no ha pasado nada, o este día Guaidó aprovechará la ocasión y las circunstancias para sostener, sin ninguna ambigüedad, que la única solución posible y real del problema venezolano no pasa de ningún modo por otra convocatoria electoral, sino por el simple e inmediato cese de la usurpación?
Como quiera que se mire, a estas horas no se permiten vacilaciones, voluntarismos ni improvisaciones. Ya no puede repetirse el fiasco de Cúcuta. Llegó la hora de comprometerse a fondo con lo uno o lo otro, y a Guaidó y a quienes le acompañan en esta muy difícil tarea de enderezar el retorcido rumbo que desde hace años ha conducido a Venezuela hasta esta catástrofe actual, dominada por la incertidumbre y la confusión, no les queda más remedio que hablarle claro a los venezolanos, a la cúpula del régimen y a los jefes militares. Y estar -ya no hay tiempo ni espacio para más bla bla bla- a la altura exacta de la desoladora y terminante realidad que sufren a diario 30 millones de venezolanos. A eso se reduce la convocatoria para el primero de mayo.
«¿…, o este día Guaidó aprovechará la ocasión y las circunstancias para sostener, sin ninguna ambigüedad, que la única solución posible y real del problema venezolano no pasa de ningún modo por otra convocatoria electoral, sino por el simple e inmediato cese de la usurpación?».
Si no se ofrecen vías concretas, a corto, mediano (y hasta largo) plazo, a la gente, para participar y conseguir ese «cese de la usurpación», pues sólo se estaría, también, manejando «la arruga». No basta con pedir «organización», es necesario proponer maneras enfocadas en direcciones (no de AD y de UNT) que la gente entienda y la entusiasmen. Por otra parte, a AD y UNT hay que ponerlos en su sitio (no pedírselo a Guaidó), desenmascararlos : unas elecciónes ahora es asumir y aceptar que la transición la hacen Maduro y el PSUV para convertirse, probablemente, en los adecos del futuro. Así de sencillo.
Gracias Armando, por iluminar una situación tan trágica enun momento crucial para Venezuela, Latinoamérica y el mundo.