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Armando Durán / Laberintos: Maduro, ficción electoral y totalitarismo

 

Primero fue dejar en manos del Tribunal Supremo de Justicia el nombramiento de un nuevo Consejo Nacional Electoral a la medida exacta de los intereses de Nicolás Maduro y compañía, para inmediatamente después descabezar los partidos políticos de la mal llamada oposición y designar nuevas y completamente sumisas directivas para neutralizar el peligro de que algunas ellas caigan en la tentación de cambiar el rumbo de sus pasos en el último momento, como ocurrió cuando las elecciones parlamentarias celebradas en diciembre de 2015. A estas alturas, Maduro y su gente necesitan que en las elecciones parlamentarias de fin de año no pueda repetirse el descalabro de entonces.

Las primeras reacciones dentro y fuera de Venezuela a esta grosera maniobra totalitaria han sido retóricas y nada más y no constituyen por ahora un peligro real. Nadie sabe, sin embargo, lo que pueda pasar el día de mañana. Tampoco se sabe a ciencia cierta lo que hará en régimen para prevenir a tiempo cualquier mala sorpresa. Sí sabemos, en cambio, que mientras tanto Maduro seguirá avanzando para terminar de armar cuanto antes su jugada de garantizar su obsesiva pretensión de gobernar a toda costa. Sobre todo ahora cuando ha tomado consciencia de que el debilitamiento de sus posibilidades es irreversible y lo obliga a tener muy presente la lección que Fidel Castro le dictó a Hugo Chávez durante su primer encuentro, allá en La Habana, en 1994: resistir, Hugo, resistir y seguir resistiendo mientras quede un hombre con vida.

Ese fue el fundamento esencial de la teoría y la práctica de la estrategia fidelista para conquistar el poder en Cuba a pesar de los reveses sufridos y para conservar el poder hasta el día de hoy, a pesar de ser una pequeña isla acosada desde mayo de 1959 por el aislamiento político, por la asfixia económica, por acciones militares directas, y hasta con la amenaza de holocausto nuclear. Un consejo que le ha reiterado una y mil veces a quienes desde 1959 han intentado reproducir en otras latitudes la experiencia cubana, razón por cual, pongamos por caso, al rendirse Evo Morales a sus adversarios, no solo perdió la Presidencia de Bolivia sino también el sitio que Fidel Castro le tenía reservado en el panteón cubano de los héroes y los mártires. La misma razón por la que Chávez y Maduro han logrado superar a lo largo de los años todas las adversidades, todos los peligros y todos sus disparates e incompetencias, pero con una notable diferencia.

Mientras la revolución cubana solo tuvo que disimular las verdaderas intenciones de sus dirigentes unos pocos meses, Chávez, al renunciar en 1997 a la ruta guevarista de la lucha armada hasta morir o vencer y emprender en cambio el engorroso rodeo de la circunvalación electoral, ha tenido que respetar, aunque sea de mentira, aspectos formales de la democracia representativa que se proponían demoler. Como por ejemplo, la frecuente celebración de elecciones aunque todas estuvieran manipuladas y la existencia de poderes públicos constitucionalmente autónomos pero transformados por triquiñuelas políticas en simples oficinas auxiliares del poder presidencial. Gracias a esta auténtica proeza operativa, el régimen ha podido “demostrarle” a la comunidad internacional que, a pesar de todos los pesares, el nuevo régimen venezolano tenía un origen democrático.

Esta rocambolesca estratagema le permitió a Chávez venderle a un sector de Venezuela y a buena parte del mundo la ficticia pureza de sangre de su régimen. El problema es que poco a poco los fracasos económicos del dúo Chávez-Maduro, la galopante crisis social y la corrupción desmesurada de su dirigencia fueron desgarrando esos artificios hasta dejar a la vista las más feas desnudeces del régimen. Consecuencia directa de este proceso de autodestrucción fue la derrota aplastante de los candidatos del oficialismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, a pesar de la experimentada y habitual manipulación de las condiciones y los resultados electorales. Derrota que a su vez demostraba que la popularidad del régimen y de Maduro se había desplomado a mínimos inquietantes.

En un primer momento, la sorpresa de aquella derrota inesperada paralizó a Maduro, aunque no por mucho tiempo. Y muy pronto, apoyándose en el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, y utilizando a fondo la colaboración de Henry Ramos Allup, eterno secretario general de Acción Democrática y primer presidente de la renovada Asamblea Nacional, inició su ofensiva para reducir gradualmente los atributos y funciones del nuevo parlamento, hasta anularlos por completo. Un logro que le permitió superar el reto de las impresionantes demostraciones de indignación y protesta popular que estremecieron a Venezuela entre abril y agosto de 2017, sofocadas a sangre y fuego por las fuerzas represivas del régimen, y la ilegal creación de una llamada Asamblea Nacional Constituyente como poder legislativo 100 por ciento chavista paralelo a la legítima y democrática Asamblea Nacional. Para rematar este implacable derribo de las esperanzas de cambio político profundo se produjo la perversa intervención de José Luis Rodríguez Zapatero y el apaciguamiento articulado por el régimen y la oposición colaboracionista en los tristes encuentros de sus negociadores en República Dominicana, en Oslo y en Barbados, para terminar aceptando como buenos los desmanes del régimen y la ilusión y su contrario de que en esta tierra de gracia llamada Venezuela desactivaban todas las amenazas que pudieran perturbar la renacida normalidad del país.

Este libreto escrito por los estrategas de la inexistente y falsa revolución bolivariana de un lado, y el argumento empleado por muchos dentro y fuera del país en favor de una imposible solución política negociada en santa paz entre el régimen y la oposición, no tomó en cuenta, sin embargo, que la magnitud de la crisis iba camino de hacerse desesperante y que en un país hundido en ese abismo insondable de miserias materiales y morales sencillamente no había espacio para distracciones retóricas. O electorales. Incluso los dirigentes de esa oposición dialogante y poco exigente daban al fin la impresión de haber comprendido que el agotamiento de sus fuerzas era tan inconmensurable como el agotamiento del régimen.

El grosero espectáculo que estos días le ofrece Maduro al mundo con la composición de un cuadro político y electoral ajustado estrictamente a sus intereses continuistas, es el fruto desesperado de la dramática situación política del país, reducida a la patética confrontación de un régimen que agoniza pero que cuenta con poder de fuego aparentemente suficiente para mantenerse fiel a la prédica fidelista de resistir, resistir y resistir, y una oposición también agónica, que en ninguna de sus muy variadas versiones representa hoy en día un peligro y una fuerza de la que hace año y medio podía jactarse gracias a Juan Guaidó y a su hoja de ruta para alcanzar a corto plazo el cese de la usurpación y el fin de la dictadura. Una confrontación cuya único desenlace, por ahora, es esta última y desesperada decisión de Maduro y sus asesores nacionales y extranjeros de deshacerse de los disimulos “democráticos” con que venían confundiendo a medio mundo, y asumir la dramática responsabilidad de implantar en Venezuela un régimen abiertamente totalitario, según el modelo cubano, y con todas sus consecuencias.

Imposible saber cuál será el resultado de esta jugada. Por lo pronto, su meta es componer una realidad político-electoral al estilo de algunos países de Europa oriental integrados en el llamado “bloque socialista”, donde se contaba con una opción opositora que ni siquiera era colaboracionista, sino que formaba parte del aparato burocrático del estado. En su versión criolla, esta nueva “oposición” da sus primeros pasos con dos de los 5 miembros principales del Consejo Nacional Electoral y con el control total de Acción Democrática y de Primero Justicia, maniobra del TSJ que pronto se repetirá en los otros dos principales partidos de oposición, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo.

En Venezuela o en el mundo estas inauditas medidas del oficialismo todavía no han provocado reacciones que amenacen la permanencia de Maduro en el poder, clave indispensable para producir un auténtico cambio político en Venezuela. Lo cual quiere decir que el régimen ya ha ganado esta batalla decisiva. Por otra parte, también no insta a pensar que esta nueva vuelta del implacable torniquete chavista deja un eventual futuro democrático de Venezuela a merced de una acción política internacional suficientemente fuerte como para romper el inestable equilibrio sobre el que se mantiene el régimen. Todavía es demasiado temprano para adelantar juicio sobre el desarrollo de esta nueva etapa del proceso político venezolano, pero la tensión es tan alta que pronto quizá podamos vislumbrar algunas luces y destellos en la oscuridad actual del horizonte nacional. De ellas intentaremos ocuparnos la semana que viene.

 

 

 

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