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Armando Durán / Laberintos: Otoño muy caliente en Europa

   En la madrugada del pasado 24 de septiembre comenzó oficialmente el otoño en Europa. Gran alivio para un continente agobiado por meses de un verano en que los termómetros del continente no cesaban de registrar ola tras ola de un calor de campeonato. Pues bien, ese primer día de otoño llegó acompañado de muy ansiados soplos de aire fresco. No obstante, nadie debía de haber respirado de alivio. Esos calores eran inevitables y apenas un aviso de lo que está por venir.

   Esa es, ni más ni menos, el mensaje que nos transmite a diario un medio ambiente que ya no da para más. Que es también la sentencia que dictaron el 2 de febrero de 2006, en París, dos mil científicos de todo el mundo convocados por Naciones Unidas para informarnos una vez más de las devastadoras consecuencias del cambio climático, es decir, del gradual e irreversible calentamiento del planeta, verdad de la que casi todos estamos perfectamente al tanto, pero ante la cual  muy pocos estamos dispuestos a admitir la culpa ni la voluntad de frenar nuestra irresponsable y continua intervención en la naturaleza antes de que sea demasiado tarde.

   Según escribí por aquellos días en mi columna que todos los lunes se publicaba entonces en El Nacional de Caracas, en su informe de aquella Conferencia se nos advirtió que a lo largo de este siglo de culpas compartidas, las temperaturas en el planeta Tierra subirán entre 1.8 y 4 grados centígrados, y que para el año 2100, los seres humanos vivirán en situaciones de frío o de calor extremos. Para ese momento, los casquetes polares se habrán derretido por completo y la superficie de los mares se habrá elevado medio metro. Mientras se producía esta catástrofe, buena parte de la población mundial se verían obligada a emigrar en busca de agua potable, cada año, más escasa. Apenas dos de las muchas calamidades que nos aguardan a la vuelta de la esquina, porque insistimos en pasar por alto acciones que ya debíamos haber emprendido con urgencia, como sustituir el empleo masivo de los combustibles fósiles por el uso de las energía que producen el viento, el sol y el agua.

   No se trata de predicciones y sugerencias extravagantes formuladas por algunos anarquistas trasnochados y verdes que se oponen al desarrollo material de la sociedad.  Es la ciencia la que desde hace añales lo señala con claridad. La Tierra, tal como era, ya no es y no volverá a serlo jamás. Eso trataron de hacernos ver que decenas de millones de europeos que propició Europa la noche antes de aquella histórica reunión de París, cuando durante cinco minutos se apagaron las luces que iluminan los más emblemáticos monumentos del viejo continente, incluyendo la Torre Eiffel, la madrileña Puerta de Alcalá y el Coliseo romano. Un apagón que sumió a Europa en la oscuridad, con la esperanza de que esa negrura pasajera iluminara para siempre la conciencia de los hombres de poder.

   Lamentablemente, el impacto y los temores que generaron en el ánimo europeo los calores extremos de este verano, ya han comenzado a disiparse, gracias a esas brisas otoñales que de pronto han reanimado el espíritu europeo y todos parecen haber olvidado la agonía ecológica que los había acosado durante semanas de insoportable calor, sin tener en cuenta que este alivio es pasajero y que este otoño, como ocurre desde hace años, será más breve y caliente que el anterior. Preámbulo ineludible de un invierno que a su vez será más frío que los inviernos de años pasados.

   Tres ejemplos nos indican con deprimente intensidad otros agobios que están por desarrollarse en los próximos meses. Como si no nos bastara con los lamentos diarios del muy dañado medio ambiente del planeta. El primero de estos males, por supuesto, es la agudización de la guerra desatada por Vladimir Putin en Ucrania, una aventura que apenas iba a durar unos pocos días, y ya lleva meses y más meses de destrucción, muerte y putrefacción. Un fracaso que cada semana solo sirve para mostrar la notable incapacidad de Putin y del aparato militar ruso, disparate cuyas repercusiones han convertido esa agresión en un conflicto mundial: crisis energética, inflación galopante, devaluación del euro y la libra esterlina, éxodo masivo de ucranianos y ahora de rusos, aterrados por la posibilidad de una movilización general de la población, y el temor a un cataclismo nuclear ruso como respuesta desesperada de Putin ante lo que significaría para él una derrota total a manos de Ucrania.

   En medio de esta crisis que no cesa, y pasados los interminables funerales de la reina Isabel segunda, la realidad vuelve a imponerse en Gran Bretaña, aun no repuesta del escandaloso desenlace del gobierno de Boris Johnson, del aislamiento al que el Brexit condena a sus ciudadanos sin remedio y al inicio de un reinado de Carlos III, que se inicia con plomo en el ala, que se hará mucho más pesado a finales de noviembre, cuando Netflix estrene la quinta temporada de The Crown, serie de la estatal BBC de enorme éxito de crítica y público. En los 32 capítulos transmitidos hasta hora, lo que debía de haber sido un recuento “objetivo” del largo reinado de Isabel, ha mostrado algunos aspectos desagradables de la monarquía, desde el muy “aristocrático” distanciamiento y las deficiencias personales de los miembros de familia real, hasta las inocultables insuficiencias de Carlos, y su pésima y cruel conducta en su relación con la princesa Diana, auténtico ídolo pop de los ingleses. Estas revelaciones prometen ser en esta quinta temporada mucho más perturbadoras, porque en sus capítulos se incluyen los pormenores que hicieron admitir a la reina Isabel en 1992 que aquel era el “año horrible” de su reinado, y porque se ocupará del catastrófico final del penoso matrimonio de los príncipes de Gales y reproducirá la reveladora la entrevista que le hizo la televisión a Diana en 1995, en la que ella admite que su matrimonio con el actual rey del Reino Unido fue en realidad un matrimonio de tres: de ella, Carlos y Camila, su amante de antes y de entonces, y ahora reina consorte del Reino Unido. Aquelarre que servirá de introducción a la sexta y última temporada, que ya ha comenzado a filmarse, pero que no se sabe si llegará algún día a las pantallas de nuestros televisores, porque fatalmente tendrá que registrar la muerte violenta de Diana y todas las teorías y suspicacias en torno al accidente que le permitió a Carlos, viudo desde ese momento de 1997, casarse con Camila sin violentar las rigideces de la Iglesia inglesa.

   Ese mismo domingo 24 de septiembre, primer día de lo que debía ser un prometedor inicio de otoño, la coalición de extrema derecha armada en torno de Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, ganó las elecciones generales anticipadas con 44 por ciento de los votos emitidos. Esta victoria la logró Meloni, primera mujer en ocupar la jefatura del Gobierno de Italia, tercera economía de la Unión Europea, con una consigna, “Dios, patria y familia”, cuyo nada oculto sentido lo tenían muy presente los electores, y que la emparenta directamente con los gobernantes neofascistas de Hungría y Polonia.

   Estos factores serán las coordenadas de un período de turbulencias de todos los tamaños y les garantizan a los europeos, sumamente alegres por haber dejado atrás el peor verano que recuerdan, que este nuevo otoño será caliente. Yo añadiría, que muy caliente.

 

 

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