Armando Durán / Laberintos: Un enigma llamado Venezuela
¿Por qué, tras 20 años de catastrófica hegemonía chavista y creciente rechazo popular al régimen, las perennes ilusiones de cambio político en Venezuela se han desvanecido siempre en la niebla de los anhelos insatisfechos, sin dejar a su paso otra huella que no sea más y más pesadumbre y decepción? Una sensación que se agudiza estos días con tres hechos que ensombrecen aún más el turbulento horizonte político venezolano: la dura crítica de Mike Pompeo a la dirigencia opositora, el renacer de la tesis electoralista en Oslo y las denuncias de malversación de fondos en el equipo que se ocupa en Cúcuta de la ayuda humanitaria destinada a Venezuela.
La declaración de Pompeo
El primero de estos episodios fue la reciente declaración de Mike Pompeo sobre el frente opositor: “Ha sido sumamente difícil mantener a la oposición unida”, sostuvo el jefe de la diplomacia estadounidense, “y en el momento en que Maduro se vaya, más de 40 de sus dirigentes creerán ser el legítimo sucesor de Maduro.”
¿Qué quiso decir Pompeo exactamente con estas palabras? ¿Por qué su amargo desengaño al meter el dedo en una llaga que sufren los venezolanos desde que Hugo Chávez asumió la Presidencia de la República en febrero de 1999? ¿Será que ni sus asesores ni los servicios de inteligencia de su gobierno estaban al tanto del virus de la división que afecta gravemente al universo político venezolano desde los años ochenta? ¿Acaso no sabía Pompeo que esa ponzoña fue precisamente el factor que hizo posible la decisiva victoria de Chávez en las elecciones generales de 1998 y que poco después, el 11 de abril de 2002, causó el fracaso de aquella rebelión cívico-militar y de todos los esfuerzos que desde entonces se han intentado para devolverle a Venezuela el orden democrático y el Estado de Derecho? ¿Cuál es, en fin, la verdadera intención de la declaración de Pompeo, portavoz privilegiado del aliado más poderoso con que cuenta la oposición venezolana, anunciar que Washington se distancia de Guaidó o sólo se trata por ahora de hacerle llegar un preaviso de desalojo?
Cualquiera que haya sido el sentido de sus palabras, el señalamiento no constituye una buena señal para la causa de la democracia en Venezuela. En el complejo desarrollo del proceso político venezolano la súbita aparición de Guaidó en el centro del escenario, primero como presidente de la Asamblea Nacional y después al juramentarse como Presidente interino de Venezuela, constituyó un auténtico, formidable y oportuno fenómeno político. Pienso que ya no lo es tanto. En enero le bastaron muy pocos días para hacer el milagro de unificar a la dirigencia política y a la sociedad civil en torno a su liderazgo, gracias a la directa y terminante hoja de ruta que le propuso entonces a Venezuela y la comunidad internacional: cese de la usurpación, conformación de un gobierno de transición y celebración de elecciones libres y pulcras.
La situación ha cambiado desde entonces. Las primeras dudas surgieron apenas un mes después de su juramentación, el 23 de febrero, en Cúcuta. Guaidó había prometido que ese día, “sí o sí”, ingresarían a Venezuela las muchísimas toneladas de ayuda humanitaria acumulada en esa fronteriza ciudad colombiana, pero ni un solo camión llegó a cruzar el puente que separa a Colombia de Venezuela y se tuvo la inquietante impresión de que quienes manejaron la operación lo hicieron de manera escandalosamente improvisada. Allí y entonces se escucharon las primeras insinuaciones. Incluso se comentó que los presidentes de Colombia y Chile, Iván Duque y Sebastián Piñera, que habían viajado a Cúcuta para compartir con Guaidó la emoción del momento, estaban molestos.
En todo caso, desde ese día, las notas que mejor definían el naciente liderazgo de Guaidó dejaron de ser sobresalientes. Su gira por Brasil, Paraguay, Argentina, Perú y Ecuador, países que lo recibieron como presidente legítimo de Venezuela, y los históricos apagones que hundieron en marzo a toda Venezuela en tinieblas abrumadoras, fueron circunstancias que aliviaron los efectos del patinazo de Cúcuta y Guaidó pudo conservar su gran poder de convocatoria. No obstante, a medida que pasaban los días y todas las acciones de la llamada Operación Libertad se limitaban a ser la repetición mecánica de demostraciones de fuerza anteriores, como si desear el cese del régimen presidido por Maduro fuera suficiente para que se produjera el cese de la usurpación, la impaciencia y las dudas comenzaron a erosionar el optimismo reinante en Venezuela y en la comunidad internacional. Quizá por eso Guaidó cometió el error de su precipitado llamamiento a una sublevación cívico-militar al amanecer del 30 de abril. Muy pocas horas después, aquella aventura sin ninguna posibilidad de éxito, transmitida en vivo y en directo por televisión, terminó sin pena ni gloria. Una mezcla ominosa de desaliento y escepticismo se adueñó esa noche del ánimo de los venezolanos.
¿Cese de la usurpación o diálogo con el usurpador?
Este desmadejamiento de la gente coincidió con los primeros rumores de que un sector de la oposición había iniciado nuevas negociaciones secretas con el régimen. ¿Finalidad? Negociar la celebración de elecciones generales el próximo mes de diciembre, con un nuevo Consejo Nacional Electoral pero con Maduro al mando del país.
En un primer momento se pensó que esa era una iniciativa de la arteroesclerótica oposición agrupada en la ya difunta Mesa de la Unidad Democrática, pero luego se insinuó algo peor. Según esos cuchicheos, no se trataba de una maniobra de los viejos dirigentes políticos de la oposición desplazados por el presidente interino que pretendían aprovechar el gradual debilitamiento de su liderazgo para rebasarlo por los flancos, sino que en esta aproximación, obra de las gestiones “conciliadoras” de la Unión Europea y de la mediación del gobierno noruego como respuesta a su impactante tesis rupturista, participaba gente de Guaidó.
No obstante esta sospecha, lo cierto es que ningún miembro del equipo del presidente de la Asamblea Nacional o de Voluntad Popular, el partido en el que milita, asistieron al primer encuentro auspiciado por el gobierno noruego en Oslo. Después, consultado sobre el tema por la prensa, negó que representantes suyos participaran en esas negociaciones cuyo objetivo a todas luces era invertir los términos del cese de la usurpación primero para llegar después a la celebración de elecciones generales; también añadió que él siempre había estado abierto a todas las opciones. La duda comenzó a despejarse cuando los medios informaron que a la segunda ronda de conversaciones asistiría Stalin González, vicepresidente de la Asamblea Nacional y, por lo tanto, segundo al mando que ejercía Guaidó. Por último, el propio presidente anunció que Vicente Díaz, experto en asuntos electorales y ex directivo del Consejo Nacional Electoral en representación de los partidos de la MUD, se integraría al grupo opositor que en esos días retomaría el diálogo con los representantes de Maduro en la capital noruega.
El “cese de la usurpación” dejó de ser a partir de ahora el principal lugar común de los discursos de la oposición, y la celebración de elecciones sin el cese previo de la usurpación ni el establecimiento de un gobierno de transición pasó a ser la opción deseable del menú para superar la crisis venezolana y legitimar de hecho la usurpación del cargo de Presidente de la República por parte de Maduro. Desde ese controversial momento, los actos de masas convocados por Guaidó adquirieron un tono distinto, muy parecido a los actos de masas de cualquier campaña electoral, y su discurso perdió de pronto el ímpetu de sus presentaciones iniciales. Una imagen suya tan diametralmente opuesta a la de enero y febrero, que el profesor Ivo Hernández señalaba hace pocos días en un mensaje divulgado por las redes sociales que “Guaidó ha desplazado su rol de Presidente encargado de Venezuela por el de potencial candidato en unas futuras elecciones.” Cambio de piel tan inaudito, que nos lleva a preguntarnos si es esto es a lo que se refería Mike Pompeo en su crítica a la oposición venezolana.
El “cucutazo” de PanAm Post
En medio de este confuso clima de idas, venidas, circunvalaciones e incertidumbres, Orlando Avendaño, coeditor de PanAm Post en Español, publicó un trabajo de investigación titulado “Enviados de Guaidó se apropian de fondos para la ayuda humanitaria en Colombia.” En el texto da nombres y detalles, habla “del desvío de dineros, malversación de fondos, inflación de cifras, fraude y amenazas para que emisarios del presidente Guaidó se rodeen de lujos” y, como es natural, ha ocasionado en Venezuela una auténtica conmoción. También ha desatado, por supuesto, un duro debate. ¿Se trata de hechos ciertos o tras esta denuncia, como en otras ocasiones, solo se trata de un contraproducente ajuste de cuentas? PanAm Post ha reaccionado con un editorial publicado el domingo pasado, en el que sostiene que el trabajo de Avendaño “refleja manejos posiblemente dolosos de personas allegadas al partido del presidente Guaidó. El hecho de que este diario apoye la legitimidad del presidente Guaidó y apoye sus esfuerzos por lograr el cese de la usurpación del dictador Maduro, no es razón alguna para no publicar lo que sabemos que ocurrió en perjuicio de los venezolanos.”
Por su parte, Guaidó se distanció el lunes pasado de su partido Voluntad Popular al declarar a la prensa “que los fondos de la ayuda humanitaria y que el dinero utilizado para el pago de hoteles donde se hospedaron sus representantes estaban a cargo de personal de Voluntad Popular.” Luego añadió que su gobierno no tolerará “ningún mal manejo” de fondos públicos y que estas denuncias de malversación de fondos las procesará la Fiscalía de Colombia, solicitud que ya ha presentado formalmente en Bogotá su representante diplomático en Colombia, el ex ministro venezolano de Petróleo y de Relaciones Exteriores, Humberto Calderón Berti.
El incidente, por supuesto, es grave y afecta seriamente la imagen del presidente interino mientras no se esclarezca por completo. Aunque solo sea por aquello de que la mujer del César, además de honesta, tiene que parecerlo. Mientras tanto, esta denuncia, sumada a la posible modificación de la hoja de ruta inicial de Guaidó y a los reproches públicos a la totalidad de las fuerzas de la oposición venezolanas formulados por Mike Pompeo introducen en la insostenible situación política y social de Venezuela los ingredientes de una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento y hacer añicos las esperanzas de los ciudadanos en su incierto futuro si pronto, muy pronto, no ocurre algo inaudito que más allá de la crisis, recrudecida desde enero con la disputa Guaidó-Maduro por un cargo que ninguno de los dos ejerce realmente, más el enigma que representa la imposibilidad aparente de que los múltiples actores de este drama político comprendan lo que actualmente se juega en Venezuela, configuran un cuadro de urgencias apremiantes. O alguien termina ya de asumir el control de la situación y pone la transición en marcha, o tanto la salud del país como nación seria, civilizada y moderna, como la vida de 30 millones de ciudadanos condenados por circunstancias que no son suyas a la privación absoluta de sus todos derechos y a la desesperación como consuelo, sencillamente se irán, y perdonen la expresión, a la mismísima mierda. Por tiempo indefinido.