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Armando Durán / Laberintos: Venezuela, el desastre que no cesa

   El pasado miércoles, desde una hacienda ganadera unos cien kilómetros al oeste de Caracas, Nicolás Maduro le anunció al país, con el énfasis que le imponen a uno las grandes ocasiones, que “hemos iniciado la recuperación económica de Venezuela y yo estoy facultado para dar números (que por supuesto no dio) y ustedes van a quedar impresionados cuando sepan los números de crecimiento económico del primer semestre de 2022, un récord.”

  Mentira podrida.

   En un país como Venezuela, arrasado por el totalitarismo político desde hace más de 20 años y por el flagelo de la hiperinflación desde 2017, las principales reglas del juego son el silencio y la desinformación. En consecuencia, todo, absolutamente todo, es posible. Tanto, que esta misma semana, las autoridades del Banco Central de Venezuela, máxima institución financiera del régimen, se jactaban de que la inflación acumulada durante el primer semestre del año fue de solo 48 por ciento. Pasaban por alto, sin embargo, que el último informe del Banco Mundial registra que la inflación de productos alimentarios en Venezuela superó el astronómico nivel de 155 por ciento, el nivel más alto del planeta, solo superado en el Líbano y en Zimbabue.

   La ficción de esta Venezuela falsa dio sus primeras señales de vida con la aparición en la Caracas de 2018, de lo que llamaron “bodegones”, pequeños supermercados donde adquirir productos de lujo importados a precios internacionales y en dólares, desde quesos de Parma y pastas italianas de calidad excepcional hasta caviar iraní y champagne -obviamente del único país que lo produce, Francia-. No sé cómo les fue a sus promotores, pero el experimento cumplió su cometido político al crear la ilusión de una prosperidad del todo falsa, pero que abrió un camino por el cua eludir los funestos resultados de una política económica basada en la ideología y los controles de todo tipo, a los sones de un odio social implacable, que terminó por hundir a Venezuela en el abismo más desolador de su historia republicana.

   De esta dura realidad salió la tercera reconversión monetaria del régimen, que entró en vigencia el primero de octubre del año pasado, en principio para quitarle 6 ceros al tipo de cambio, que entonces era de 6 millones de bolívares por dólar, pero que en realidad fue el primer paso de una  no decretada aunque sí despiadada y muy real contrarrevolución neoliberal, mediante la dolarización extrema de la economía, la eliminación del control de precios y la progresiva privatización de propiedades productivas expropiadas en la época llamada de transición venezolana al socialismo.

   Gracias a este radical cambio de rumbo, pero sobre todo a la presencia cada día mayor y más exigente de Rusia, Irán y Turquía en el quehacer económico y comercial venezolano, a la quietud social impuesta por la pandemia del Covid-19 y, más recientemente, a la creciente demanda energética generada por la guerra de Putin en Ucrania, ha habido un repunte de la actividad comercial y el consumo en Venezuela, pero muy modesto. Entre otras razones, porque la inmensa mayoría de la población, con salarios mínimos y pensiones del Seguro Social aumentados a raíz de la reconversión monetaria de dos dólares a poco más de 20 dólares mensuales, se mantiene dramáticamente al margen de esta supuesta “normalización” de la vida en Venezuela, cuya imagen cabal la encontramos en las nada socialistas burbujas consumistas que florecen en la Caracas actual, donde pueden verse restaurantes, discotecas y tiendas de grandísimo lujo, incluyendo hasta la exhibición y venta de deportivos Ferrari, a los que quienes pueden van a ver y dejarse ver.

   De esta grosera mistificación de la realidad surgió la frase “Venezuela arrancó”, desatada por la maquinaria propagandista del régimen a principios de año en las redes sociales. Como si esos cambios en el manejo macroeconómico de las finanzas, la producción y el consumo fueras pruebas irrefutables de que Venezuela, en efecto, ya era otra. Sin tener en cuenta que el verdadero sentido del verbo “arreglar” implicaba que Maduro y compañía reconocían que Venezuela, por obra y gracia de un régimen que ya llevaba más de 20 años de sistemático fracaso, necesitaba ser “arreglada.”

   Quizá por lo disparatado de la campañita, el propio Maduro, desde el escenario de «El rincón de la salsa”, su programa de televisión favorito según las malas lenguas de su entorno, se sintió el pasado mes de mayo obligado a corregir a sus estrategas comunicacionales. “Por las redes sociales se ha abierto un debate”, advirtió entonces, “sobre si Venezuela se arregló, como dicen algunos, mientras otros, llenos de odio y botando espuma por la boca, dicen que no se arregló. Lo que yo puedo decir y asegurar es que Venezuela se está recuperando y se va a recuperar plenamente en todas sus condiciones, sociales, económicas, culturales, educativas.” Una corrección que a su vez ahondó la contradicción, porque afirmar que el país “se está recuperando y se va a recuperar plenamente”, expresa que las cosas están tan mal en Venezuela, que se imponía la urgente necesidad de enderezar el entuerto cuanto antes, aunque echándole la culpa del gran desastre nacional, a las criminales sanciones aplicadas por el “imperio” a los venezolanos.

   Exactamente el mismo guion que desde hace casi 63 años repiten en Cuba los socios del chavismo dominante en Venezuela. Nada nuevo en la isla ni en Venezuela, mientras cubanos y venezolanos, como si el tiempo y el espacio no existieran, más allá de las ideologías y los programas de gobierno, siguen siendo víctimas de parecidos charlatanes de feria que no renuncian a destruir la realidad, siempre la de antes, para construir sobre sus escombros y el sufrimiento de los ciudadanos una realidad futura, que ahora sí será de plena y total felicidad.

   La verdadera y nada virtual realidad de la Venezuela actual nada tiene que ver con los cantos de sirena que nos ofrecen los estrategas comunicacionales del régimen.  Se nota que gracias a la reconversión monetaria del primero de octubre, el Producto Interno Bruto ha crecido, pero no contamos con cifras, ni siquiera maquilladas por los interesados, del crecimiento económico. También es cierto que algo se ha recuperado la producción y exportación de petróleo, así como la actividad comercial y el consumo, pero muy modestamente. Sin la menor duda, aunque desde hace muchos años han desaparecido de Venezuela las estadísticas, con la misma “facultad” que dice tener Maduro para anunciar a bombo y retumbe de tambores un crecimiento récord del crecimiento y la recuperación económica, fenómenos que solo existen en su imaginación, podemos afirmar que el desastre ocasionado por ese disparate que hace años llamaban revolución bolivariana y que ahora carece hasta de nombre, sigue siendo irremediable y feroz presente, que para mayor vergüenza de todos, crece sin cesar.

 

 

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