Armando Durán / Laberintos: Vientos de cambio en Colombia

 

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   Lluvia torrencial y vientos de tormenta. En Bogotá, a casi 3 mil metros de altitud, no suele llover con tanta intensidad y fuerza tropical. Sin embargo, eso fue lo que ocurrió la tarde del martes, cuando la plaza Bolívar de la capital colombiana se convirtió en escenario de la toma de posesión de Iván Duque Márquez, el nuevo presidente del país. Algo así como si la naturaleza hubiera querido ofrecerle a todos los presentes un anticipo de las turbulencias que tal vez estén a punto de agitar la vida política de Colombia. En todo caso, mezcla peligrosa de trastorno meteorológico y confrontación política que el diario colombiano El Tiempo, en su edición del miércoles, resumió con una frase cargada por igual de esperanzas y amenazas: “Fuertes vientos de cambio.”

   Este momento del proceso político colombiano, tiempo sin duda de explosiva tensión, la inició Ernesto Macías, presidente del Congreso y hombre fuerte del uribismo, poco después de las 3 de la tarde, al presentar al nuevo presidente con un discurso que resultó ser una retahíla de feroces denuncias contra Juan Manuel Santos, el presidente saliente, y contra sus 8 años de gobierno. Fueron palabras de tono y contenido imprevistos, de “ejercicio de partidismo inusitado”, lo llamó el diario español El País, pues en lugar de limitar sus palabras al guión habitual en estos actos protocolares, aprovechó la ocasión para ahondar aún más la muy dura confrontación que durante estos años han protagonizado Santos y Álvaro Uribe Vélez, su antiguo mentor político.

 Ernesto Macías

  Macías inició su alocución destacando el hecho, nada inocente por cierto, de que Duque es el primer militante del partido Centro Democrático en llegar a la Presidencia de la República, partido, recalcó, “ideado y creado por uno de los hombres más grandes de la política colombiana, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.” Luego, al apagarse los aplausos y estruendosas exclamaciones de apoyo a Uribe, Macías se lanzó de lleno a señalar con crudeza extrema la gestión presidencial de Santos. “Uribe no dejó en 2010 un país convertido en un paraíso”, admitió, pero “hoy, presidente Duque, recibe usted un país atemorizado porque regresaron los crímenes a uniformados de la Fuerza Pública, reaparecieron los secuestros y creció la extorsión.” En ningún momento sacó Macías el pie del acelerador. En su implacable memorial de agravios se refirió a todo, desde el estado de la economía y las finanzas públicas de la Colombia que hereda Duque, “un país con una deuda central que equivale a 45 por ciento del PIB y una deuda del sector público no financiero que aumentó, de 43 por ciento del PIB en 2010 a 56 por ciento en 2017”, hasta el ataque a la política exterior de Santos con respecto a Venezuela, de donde “ha llegado cerca de un millón de ciudadanos desplazados por una dictadura sostenida por la permisibilidad de gobiernos como el que acaba de terminar.”

   Durante los 30 minutos de su despiadada crítica a Santos se repitieron las airadas protestas de los representantes de los partidos que ahora pasan a ser la oposición, y algunos de ellos hasta se levantaron de sus asientos y se marcharon del acto abruptamente, en patente señal de protesta. Sin embargo, esta declaración de guerra no la repitió Iván Duque en su discurso de 21 cuartillas, sino todo lo contrario: el tema central de su primer mensaje a los colombianos giró en torno a la necesidad de unir a los colombianos en “un gran pacto para el futuro.” Vale decir, en un proyecto común para construir entre todos un país “libre de odios, de revanchas, de mezquindades… en el que no haya más divisiones de izquierda y derecha, no más falsas divisiones entre neoliberales y socialistas. Somos Colombia.”

   ¿Eran estas palabras el anuncio de un inminente borrón y cuenta nueva? ¿Un categórico pasar la página como prudente reacción presidencial al discurso del senador Macías, quien había hablado más como emisario personal del ex presidente Uribe que como presidente del Congreso? En otras palabras, tras este cruce de encontradas visiones del pasado y del futuro de Colombia, ¿qué pueden esperarse de la posible por venir que se insinúa en los discursos de Duque y de Macías? Una duda que se hizo muy palpable cuando el nuevo presidente se refirió al controversial Acuerdo de Paz que Santos y los jefes de las FARC firmaron en La Habana tras cuatro años y medios de negociaciones, firma que partió en dos a Colombia y que le sirvió a Uribe para derrotar a Santos y consolidar su muy elevada popularidad y la victoria electoral de Duque, su protegido político. Un tema que Duque, para tratarlo, dejó de lado el tono conciliador de sus palabras y sostuvo con firmeza la urgencia de “incluir en nuestra Constitución que el narcotráfico y el secuestro no son (como han sido hasta ahora) delitos conexos al delito político”, medida que permitirá evitar que ex guerrilleros culpables de haber cometido estos delitos cumplan su castigo con penas alternativas en lugar de “cumplir años de prisión”, pero compromiso que nada tiene que ver con ese “hacer trizas” el dichoso Acuerdo de Paz, como propone Uribe, sino con hacer simples y puntuales modificaciones de lo acordado.

   Esta misma discordancia entre las posiciones de Duque y el uribismo se produjo al hablar de lo que será la política exterior de su gobierno. Si bien la posición de Duque y su partido coinciden en su condena al régimen venezolano, al que califican de dictadura, y si bien Duque ratificó en su discurso su compromiso de “hacer respetar la Carta Democrática Interamericana” en el caso de Venezuela, añadió que su gobierno denunciará “en los foros multilaterales las dictaduras que pretenden doblegar a sus ciudadanos”, pero hizo la salvedad de que sólo lo haría “con palabras y argumentos.” Un punto de vista muy distinto al de Uribe, que promueve la tesis de ir mucho más allá de las gestiones exclusivamente diplomáticas para enfrentar, aislar y acorralar al régimen venezolano y a Nicolás Maduro.

   Resulta demasiado prematuro para despejar las incógnitas abiertas por los discursos pronunciados por Macías y Duque. Lo único que se desprende de sus palabras es la incertidumbre. Es decir, ¿qué hay realmente detrás de los vientos de tormenta que soplaron la tarde de este martes en la plaza Bolívar de Bogotá? ¿Representan las dos caras opuestas de la Colombia que vendrá, de confusión y confrontación abierta con el pasado según la versión Uribe-Macías, y de ese futuro de conciliación nacional que propone Duque? Es decir, las posiciones anunciadas el martes por Duque y Macías, ¿anuncian que la ruptura que en su momento enfrentó a Santos con Uribe puede que vaya a repetirse entre Uribe, que no renuncia a ejercer su influencia y autoridad, y Duque, potencial protagonista de una rebeldía similar o parecida a la de Santos como respuesta ineludible a las pretensiones de mando de su mentor, o sencillamente el nuevo presidente de Colombia y el nuevo presidente del Congreso hacen el viejo papel del policía bueno y policía malo como mecanismo táctico para confundir al adversario? En fin, ¿desaparecerá pacífica y tranquilamente Santos en la neblina académica de la universidad de Harvard, o Duque hará todo lo que esté a su alcance para hacerle pagar en los tribunales de justicia las facturas pendientes que Uribe ha acumulado y guardado a lo largo de estos años de reconcomio y frustración?

En definitiva, lo ocurrido el martes en Bogotá no permite que uno se aventure a señalar cuáles serán los pasos que emprenda el presidente Duque a partir de hoy para gobernar a Colombia y construir un país sin divisiones paralizantes, sin odios inservibles y sin revanchismos de nunca acabar, y a la vez satisfacer las expectativas políticas de Uribe. Vaya, que uno puede y debe preguntarse ¿hasta qué extremo llegará Uribe para ajustar sus cuentas pendientes con Santos sin herir de muerte, como ocurrió con Santos en su día, su relación de jefe político y principal asesor con el nuevo presidente de Colombia? Por ahora sí podemos afirmar que en Colombia que los vientos de tormenta que soplaron el martes sobre Bogotá no se apagarán por ahora, que a su paso han dejado un rastro de complejas contradicciones y que de la difícil conciliación de esos contrarios depende la consolidación de la frágil paz que parece haber alcanzado dicho país o la intensificación de una guerra, al menos de esa guerra contra el narcotráfico y la corrupción que no cesa. Es decir, de ello depende la delicada salud de la economía y las finanzas colombianas y, por supuesto, de la salud política de los principales protagonistas del complejo drama colombiano. Casi nada.      

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