Armando Durán / Laberintos – Primarias en Venezuela: Todos contra María Corina (1 de 2)
A una semana escasa de las elecciones primarias de la oposición venezolana, convocadas por la llamada Plataforma Unitaria para contar con un candidato presidencial de unidad en la anunciada elección presidencial para el año que viene, nadie sabe a ciencia cierta si en efecto esta jornada electoral se realizará el próximo domingo 22 de octubre. Lo que sí está claro es por qué, hace muy pocos días, Henrique Capriles retiró su precandidatura con la falsa excusa de que está inhabilitado por las autoridades judiciales del régimen para optar a cargos de elección, mientras que desde el Zulia el gobernador Manuel Rosales, ex candidato presidencial, aunque no ha inscrito su nombre en la lista de los precandidatos que en teoría medirán las fuerzas de sus liderazgos en esas vaporosas primarias, declaraba no descartar la posibilidad de asumir (me imagino que mediante consenso de la cúpula política de la supuesta oposición), la responsabilidad de ser el candidato unitario de ella en la eventual elección presidencial de 2024.
Esta maniobra para definir desde ahora esa confrontación por venir, estaba prevista desde el primer momento. Ahora la asumen abiertamente las cúpulas políticas del régimen y de esas presuntas fuerzas de oposición a Nicolás Maduro y compañía, porque al final han comprendido que la única manera de darle un mínimo de respetabilidad formal a una nueva farsa electoral cuya única finalidad es darle al régimen la oportunidad a Maduro de legitimar electoralmente su Presidencia, requisito indispensable para recuperar el reconocimiento internacional al Gobierno que ejerce de facto desde su fraudulenta reelección en la manipulada votación de mayo de 2018, es la condición no negociable que exigen Estados Unidos y la Unión Europea para comenzar a levantar las sanciones financieras, económicas y diplomáticas que le aplican al régimen venezolano y a sus autoridades civiles y militares más representativas. No que sea con la celebración de una elección perfectamente transparente, pero sí que al menos parezca una elección medianamente democrática.
Esa es, precisamente, la razón de la renuncia de Capriles y de la declaración de Rosales, candidato ideal para repetir su papel de amable telonero, como ya hizo al “disputarle” al propio Hugo Chávez la Presidencia de Venezuela en la elección presidencial de 2006, y de que el pasado 9 de octubre, desde el Palacio de Miraflores, se notificara oficialmente que el diálogo y las negociaciones del régimen venezolano y la oposición se reanudarán muy pronto.
El hecho de que Capriles y Rosales hayan precipitado el desarrollo de esta nueva etapa de estrategia del régimen encaminada a conservar el poder hasta el fin de los siglos mediante elecciones amañadas, se debe a que el régimen y la oposición colaboracionista han comprendido que la única manera de impedir que María Corina Machado gane las primarias gracias a que es ella la única voz opositora que encarna la necesidad de derrotar electoralmente a Maduro, no para producir un simple cambio de protagonistas, sino para hacer realidad un un cambio político profundo que incluya la restauración del orden constitucional, el estado de Derecho y la democracia en Venezuela, es sacarla del juego ya, antes de que sea demasiado tarde. En otras palabras, que lo que a estas alturas estas primarias y la eventual celebración de una elección presidencial el año que viene plantea es un dilema político y existencial que desde el 11 de abril de 2002 le presenta al país la compleja crisis que sofoca despiadadamente a los venezolanos.
Esta historia de frustraciones y desencuentros sin fin tuvo su origen en el agotamiento cívico y militar de los venezolanos, que se manifestó por primera vez en las calles de Venezuela el 23 de enero de 2002, y estalló el 11 de abril, cuando una inmensa manifestación de protesta ciudadana, más de medio millón de venezolanos, marchó a pie 14 kilómetros de autopista hasta llegar al Palacio de Miraflores y exigirle a Chávez su renuncia. El mundo enteró vio en las pantallas de sus televisores la masacre en la que concluyó la protesta, sangriento espectáculo que a su vez provocó el derrocamiento y encarcelamiento de Chávez durante tres días.
En mi libro Venezuela en llamas, publicado por el Grupo Editorial Random House Mondadori a mediados del año 2004, señalé que en los trágicos sucesos de aquel día el país se vio cara a cara con la maldad absoluta. Por eso, desde ese instante crucial del proceso político venezolano, la mayoría de los ciudadanos, “más allá de sus innumerables dudas y suspicacias, se sentían dispuestos a morir envueltos en la bandera de la rectificación y el diálogo. Aunque solo fuera para que bajo ninguna circunstancia se repitiera la experiencia. De modo que cuando Chávez regresó en la madrugada del 14 de abril al Palacio de Miraflores, crucifijo de buen cristiano en la mano, tono sosegado y conmovedor de pecador arrepentido en la grave inflexión de la voz y prometió corregir errores, pidió público perdón a quien hubiera agraviado y propuso buscar entre todos la reconciliación nacional, hubo un colectivo respiro de alivio.”
Entonces, y cada vez que las circunstancias, como ocurre ahora en esta Venezuela asfixiada y sin salida perceptible, tiempo de la nada más abrumadora y de las siete plagas del infierno, vuelve el régimen a ensayar la pantomima electoral de este último cuarto de siglo. Y así como desde esos tempranos días del régimen chavista la política venezolana quedó marcada por la disyuntiva de seguir queriendo creer en la mentira del oficialismo o denunciar, como se hizo años después con el desafío de María Corina Machado, Antonio Ledezma y Leopoldo López en la primavera de 2014, la rebelión civil de 2017 y la ruptura que representó por un tiempo Juan Guaidó desde la Presidencia de la Asamblea Nacional con su hoja de ruta para enfrentar la usurpación y la dictadura. Esfuerzos frustrados y de mucha sangre derramada, cuyas banderas, con la excepción de la posición que aun sostiene Machado, han terminado hecha jirones por el oportunismo de una presunta oposición cuya aspiración es entenderse con el régimen. Como acaba de declarar el propio Capriles en entrevista que publica el diario español El País en su edición de este viernes 13 de octubre para explicar el por qué de su renuncia:
“Lo que menos necesita Venezuela son voces extremas para brincar de un extremo al otro.” Es decir, voces que como la de Machado propongan una transición de la dictadura a la democracia. Tema que inmediatamente después profundiza. “A la oposición”, sostiene, “cuando peor le ha ido es cuando desconoce la realidad. Meterse en ese callejón pensando que por algún tipo de fuerza le vamos a imponer a Maduro las reglas (del juego) es salirse de la realidad.”
En otras palabras, ya lo veremos, con la opción que plantea Capriles sin mucho pudor que digamos, nos adentramos en el único futuro posible que se nos abre al otro lado del angosto aro absolutista del régimen. Una realidad que comenzará a vislumbrarse con claridad a partir del próximo domingo 22 de octubre. De esa “realidad” nos ocuparemos en la segunda parte de esta columna.