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Armando Durán / Laberintos: El exilio de Edmundo González Urrutia

   El sábado 7 de septiembre los venezolanos amanecieron con una noticia de efectos y consecuencias imprevisibles. “El día de hoy”, anunció temprano por la mañana Delcy Rodríguez, vicepresidente ejecutiva del Gobierno de Venezuela desde su cuenta en la plataforma X, “ha partido del país el ciudadano opositor Edmundo González Urrutia, quien se había refugiado voluntariamente en la Embajada de Reino de España en Caracas desde hace varios días y solicitó ante ese gobierno asilo político. En ese sentido, una vez ocurridos los trámites pertinentes entre ambos gobiernos, cumplidos los extremos del caso y en apego a la legalidad internacional, Venezuela ha concedido los debidos salvoconductos en aras de la tranquilidad y la paz del país.”

   Era inevitable que esta información (y el hecho de que quien hasta ese momento era calificado por el oficialismo de “viejo decrépito… criminal… violador de monjas…”, se le llamara ahora “ciudadano opositor” y se le otorgara de inmediato salvoconducto para salir del país mientras que a otros asilados no se les concedía) provocara una súbita pérdida de optimismo y esperanzas en la sociedad civil, objetivo esencial de la estrategia del régimen para sofocar cualquier pretensión de cambio político en el país. A los efectos de lo que en definitiva era el impacto de esta súbita orfandad se sumó el estruendoso silencio de la plataforma unitaria de la oposición. Un distanciamiento que expresaba con claridad el inocultable deseo de sus presuntos dirigentes de quitarse a María Corina Machado de encima y poder seguir entendiéndose con el alto gobierno chavista.

   De este modo nada sinuoso se introdujo en el ánimo de los venezolanos el veneno de las dudas, la división y el derrotismo. ¿Cuándo, se preguntaba la gente, quiénes y cómo se acordó con el régimen esta inesperada salida al exilio de González Urrutia? ¿Fue ese el propósito real de las reuniones que sostuvo José Vicente Haro, abogado de González Urrutia, con Tarek William Saab, fiscal general de la República? ¿Era normal que Pedro Sánchez ordenara que un avión de la Fuerza Aérea española volara a Venezuela a recoger a González Urrutia y que el gobierno de Nicolás Maduro lo autorizara? ¿Era cierto que en esta trama también metieron las manos Ramón Guillermo Aveledo, Ramón José Medina y Eudoro González, desde hace años los tres principales operadores políticos del sector más complaciente y colaboracionista de la oposición con el régimen? Por otra parte, ¿estuvo María Corina Machado al tanto de estas negociaciones? ¿Y fue gracias a estas gestiones secretas que se congeló la mediación que adelantaban los presidentes Luis Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador? En fin, ¿cuál fue el significado exacto del mensaje de González Urrutia al llegar a Madrid, que muchos entendieron como un abandono de su compromiso político adquirido con María Corina Machado y sus electores al aceptar ser su sustituto como candidato presidencial unitario de la oposición?

   Para no caer en esta suerte de trampa encaminada a destruir la esperanza de una posible transición pacífica y electoral en Venezuela solo hubo esos días un indicio de que en realidad algo distinto podía estar cocinándose en las penumbras de otras negociaciones. ¿Si no, que quiso dar a entender Pedro Sánchez el jueves 5 de septiembre, cuando en reunión con el comité ejecutivo de su partido, al tocar el punto Venezuela, calificó a González Urrutia de “héroe” y reiteró que España no reconocería el triunfo de Nicolás Maduro en la elección presidencial del 28 de julio mientras el Consejo Nacional Electoral no entregara las actas de las 30 mil y tantas mesas electorales y técnicos independientes verificaran su autenticidad? Para muchos, sin embargo, esa declaración sonó como un mecánico saludo a la bandera.

   En este marco de equívocos y vaguedades, lo que parecía haber sido una victoria decisiva de la oposición venezolana, dio la desalentadora impresión de que en verdad era otro dramático capítulo de una historia que se inició el 14 de abril de 2002, cuando después de dos y medio de cautiverio, el entonces presidente Hugo Chávez fue rescatado por un grupo de militares partidarios suyos y regresó a su despacho en el Palacio de Miraflores. Electo presidente en irreprochables elecciones generales realizadas en diciembre de 1998, su proyecto de reproducir en Venezuela la experiencia revolucionaria cubana había dividido a Venezuela en dos mitades irreconciliables, cuya muy sangrienta materialización se produjo el 11 de abril, cuando medio millón de venezolanos indignados marcharon 14 kilómetros de autopista hasta llegar al Palacio de Miraflores a exigirle a Chávez su renuncia.

    Aquella histórica manifestación de protesta popular fue disuelta por los disparos de francotiradores apostados en azoteas y puentes cercanos al Palacio de Miraflores pero marcó el rumbo definitivo del proceso político venezolana hasta la firma por representantes del gobierno y la oposición el 17 de octubre del año pasado en de Barbados y la elección primaria de la oposición realizada pocos días después, el 22 de octubre, porque Chávez supo entonces que en lugar de actuar en plan de arrogante coronel paracaidista debía asumir la imagen de un pecador arrepentido. Por eso, en lugar de amenazar a sus adversarios con la amenaza de una venganza implacable, prometió corregir los errores cometidos, pidió perdón a los posibles agraviados por sus acciones y, sobre todo, le propuso al país buscar entre todos la reconciliación nacional. Los venezolanos recuperaron en ese instante el aliento y se inició entonces la estrategia chavista de un interminable baile de máscaras y simulaciones mediante rondas de supuestas negociaciones con dirigentes de la oposición, en Caracas, en República Dominicana, en Noruega, en Barbados, en México, y elecciones y más elecciones, para esto y aquello, mecánica repetición de diálogos, acuerdos y elecciones cuya única y real finalidad era que todo, absolutamente todo, permaneciera tal cual. Hasta el día de hoy, pero con una trágica especificación: la división interna del frente opositor, pieza clave de la estrategia chavista.

   En mi libro Venezuela en llamas (Random House-Mondatori, 2004) describía la situación que se generó entonces. “A medida que el presidente Chávez hacía esfuerzos sostenidos por mantener con vida la ilusión del diálogo y los acuerdos para distraer al país con la improbable oportunidad de una salida pacífica y democrática a la crisis, los venezolanos se debatían ante una disyuntiva que marcaría desde entonces la confrontación entre el gobierno y la oposición. Por un lado, seguir creyendo (o seguir queriendo creer) en la mentira oficial, unos por su confianza en la alternativa de la conciliación frente al indeseable camino de la violencia; otros con el turbio propósito de obtener ventajas políticas ocasionales, por escasas y frágiles que fueran esos provechos partidistas o personales… Del otro lado quedaban quienes denunciaban aquella trampa caza bobos que le tendía Chávez al país y proseguían en su empeño de oponerse al régimen con mucha más contundencia, los ojos puestos de nuevo en los cuarteles, aunque ello significara caer otra vez en el foso del frenesí y la sangre.” Esta división, “con el tiempo, se tornaría insalvable e impediría que los adversarios de Chávez, atomizados además por prematuras ambiciones electorales hábilmente estimuladas por el propio Chávez, pudieran traza una estrategia adecuada para contrarrestar la inminente reacción revolucionaria del régimen.”

   El proyecto de María Corina Machado, desde el pasado mes de abril en compañía de Edmundo González Urrutia, apuntaba a superar estas contradicciones promoviendo una ruta electoral distinta, porque se planteaba como un movimiento estrictamente electoral del pueblo, sin la intermediación de los partidos políticos, convertidos por el oportunismo de sus dirigentes en simples y colaboracionistas franquicias electorales. El resultado de este quedó quedó a la vista de todos en la votación del 28 de julio y en el desconocimiento oficial de sus resultados. A esa maniobra se añadió, a partir del 7 de septiembre, la estratagema oficialista de desvirtuar el sentido del exilio de González Urrutia, artimaña que sin embargo, pocos días después, al instalarse el exiliado en Madrid y comenzar a actuar como “presidente electo” de Venezuela, ha logrado que, mientras se desarrolla este nuevo capítulo del proceso político venezolano, su exilio haya dejado de parecer lo que parecía.

 

 

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