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Arturo Pérez-Reverte y 34 figuras, monárquicas y republicanas, escriben a Leonor

Ideado y dirigido por Arturo Pérez-Reverte, el libro Cartas a una reina, editado por Zenda, reúne las misivas que 35 autores de diversos ámbitos y sensibilidades —tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas— han escrito a la princesa Leonor.

Arturo Pérez-Reverte y 34 figuras, monárquicas y republicanas, escriben a Leonor

 

 

Eduardo Torres-Dulce, Ana Pastor, Gabriel Rufián, Carlos Alsina, Miguel Arias Cañete, Ignacio Sánchez Galán, Juan Carlos Monedero, Juan Gómez-Jurado, Andrés Trapiello, Ana Iris Simón… La España actual y la de los próximos años conviven en Cartas a una reina, la obra, patrocinada por Iberdrola, de la que destacamos algunos fragmentos, empezando por el texto, en su versión íntegra, que el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte le dirige a la Princesa de Asturias. Más abajo, encontrarás también un enlace para descargar gratuitamente el libro.

 


LA FIEL INFANTERÍA

Por Arturo Pérez-Reverte

Reinaréis, señora, cuando lleguéis a reinar, en un lugar peligroso. Un paisaje, escribió hace casi un siglo un hombre lúcido –españolamente muerto en el exilio, como tantos otros–, por donde vaga errante la sombra de Caín. Un lugar donde el rencor, la vileza, el oportunismo, la soberbia insolidaria, la guerra civil alentada más por el interés y el odio que por la razón, son aguda y vieja enfermedad histórica: una dolencia endémica, incurable, pues su único remedio residiría en las palabras educación y cultura; y esos dos términos, señora, pese a lo sobados que están en discursos políticos de todo signo y postura, desaparecieron hace mucho, si es que alguna vez realmente estuvieron, de las prioridades nacionales.

Explicar, en fin, por qué este lugar todavía llamado España es así y no de otra forma, no es asunto a tratar en esta carta, que me propongo breve. Para eso está la esmerada preparación que vuestra alteza –joven afortunada– sí tuvo el privilegio de tener; y también los libros de Historia presentes en vuestra biblioteca y en la de vuestros padres, donde es posible descubrir, a pocas páginas que se lean, que mucho de lo que creemos nuevo es simplemente lo que hemos olvidado. A todo eso os remito, así que no me extenderé sobre ello. Me limitaré a decir, o más bien a opinar –nunca me atrevería a aconsejar nada, pues detesto a los consejeros inoportunos tanto como a los engolados salvapatrias– que en este lugar peligroso, inculto y difícil de que os hablo, en este paisaje que unas veces os acogerá amable y muchas otras hostil, hay fotografías que a vuestra alteza convendría evitar, y fotografías –me refiero a imágenes en cualquiera de sus formas– que debería buscar con deliberada entereza. Sin titubeos ni complejos. Con decisión y coraje.

 

«Quiero que seáis la pesadilla de vuestro servicio de seguridad, el escándalo de los jefes de protocolo, la envidia de los mediocres»

 

Permitidme, señora, que os mire a los ojos. La princesa y luego reina que por descuido, por ingenuidad o buena voluntad, incluso por azar, lo ponga fácil a los buitres carroñeros que –a menudo con sonrisa amable– os sobrevolarán toda la vida al acecho de una ocasión, un beneficio, un miserable minuto de gloria, labrará su propia desgracia. España no es un lugar donde ciertos descuidos, ciertos errores, ciertas inocencias, ciertas debilidades, se perdonen u olviden fácilmente. Por el contrario, aquí suelen pagarse más caros que en otros países. Frente a esas fotografías reales o simbólicas a que me refiero, a esos tropiezos que a veces cuestan coronas, hay otras imágenes que deseo ver. Quiero, necesito, veros serena, entera y firme; pero no sólo en discursos navideños, en actos oficiales, en fiestas nacionales, en funerales de Estado, en protocolos vinculados a vuestra posición y trabajo. Quiero verla también, señora, con la ropa chamuscada y el rostro sucio de sudor y tizne mientras ayuda –sois militar, a fin de cuentas– a sofocar en un monte las llamas de un incendio junto a quienes allí se juegan la vida. Quiero verla en un hospital, no de visita, sino expuesta al contagio si es necesario, entre médicos y enfermeros, socorriendo a quienes la epidemia, la enfermedad, el dolor, golpeen con dureza. Quiero veros allí donde los desfavorecidos languidecen, los infelices sufren, los desgraciados mueren. Quiero veros saltar el cordón de seguridad cuando las circunstancias lo exijan y vuestro valor lo aconseje. Quiero veros dar la cara, pelear en la calle junto a todos ellos y por todos ellos, corriendo los riesgos, valiente, entera, decidida, digna, admirable. Quiero que seáis la pesadilla de vuestro servicio de seguridad, el escándalo de los jefes de protocolo, la envidia de los mediocres, la némesis de los cobardes y los malvados. Quiero que os quieran, señora. Y para que os quieran en España no hay otro medio que ser, de verdad, a la hora de sufrir y pelear, una de ellos. Una de nosotros. En un país donde los ministros, los generales –y alguna vez los reyes–, suelen volverse titubeantes, acomodaticios y temerosos, quiero que nunca dejéis de ser la sólida y fiel infantería.

 

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Un retrato realizado especialmente para esta edición por Riki Blanco ilustra la portada.

 

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