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Asalto al poder

El asalto a la justicia para lograr la impunidad de Cristina Kirchner se ha convertido en un sapo demasiado obeso para que la sociedad lo digiera sin nauseas

El avispero americano se sacude sobre sí mismo. Al norte, con las elecciones Trump versus Biden. Más arriba que abajo, con un López Obrador obsesionado con exigir «disculpas» a «los pueblos originarios», mientras intenta sentar en el banquillo, previo referéndum, a los que antes que él estuvieron en la Presidencia. En el mismito centro del continente, Bukele, el alumno aventajado de la demagogia moderna, arremete contra los jueces del Tribunal Supremo y los llama «corruptos» y «vendidos» por no fallar como él quiere. Un paso al sur, el sentido común de una jueza, libera del arresto domiciliario al expresidente Álvaro Uribe porque, vino a decir, si no está imputado es un atropello tenerle encerrado (lo estuvo más de dos meses).

Se mire por donde se mire, el patio está revuelto y pinta color de hormiga.

En Perú, a Vizcarra, la sombra de la corrupción se lo come por los pies y en Argentina la gente pierde el miedo al Covid y al Gobierno de los Fernández. El 12 de octubre sirvió para romper la cuarentena más extensa de este mundo y denunciar que, otra vez, el Estado de Derecho es una fantasía kirchnerista. El asalto a la justicia para lograr la impunidad de la vicepresidenta y ex presidenta, se ha convertido en un sapo demasiado obeso para que la sociedad lo digiera sin nauseas. El Gobierno liquidó a tres jueces «incómodos» y busca el juicio político de Carlos Rosenkrantz, el presidente de la Corte Suprema que no responde a sus órdenes. «Somos libres», «Dictadura disfrazada», «No a la agenda clandestina», repetían las pancartas de miles de manifestantes en el último «banderazo» en todo el país.

El escrache, ese invento argentino importado en España por Podemos, se hizo bumerang a las puertas del edificio de «ella», «Cristina», la mujer más corrupta y con más poder acumulado (antes y ahora) de la historia de Argentina. Mauricio Macri, objetivo favorito de las «patotas» (bandas) «K» lo censuró. El expresidente, hizo autocrítica pero señaló: «Sin un presidente que defienda la Constitución no hay futuro». No, no hablaba de España.

 

 

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