Austria: Greta vota verde, no rojo
Hace tres años escribimos que Austria era el primer país europeo que enterraba la socialdemocracia, representada por el SPÖ. Entonces, el FPÖ era la estrella ascendente, un partido nacionalista, euroescéptico y opuesto al bipartidismo que había gobernado el país desde hacía décadas.
El candidato del FPÖ a la presidencia de la República en las elecciones celebradas en 2016 pasó a la segunda vuelta, y obligó a todos los demás a apoyar al otro candidato, un veterano funcionario que con los años había transitado de la socialdemocracia al ecologismo. Después de un escándalo de manipulación del voto por correo que benefició al candidato del consenso, el Tribunal Constitucional ordenó la repetición de la segunda vuelta.
Al año siguiente se celebraron las elecciones parlamentarias. Los dirigentes del ÖVP, el equivalente del PP, ante la hecatombe que se les venía encima, optaron por una decisión radical: entregaron la candidatura y la campaña a un jovencísimo apparatchik, Sebastian Kurz, entonces de 31 años de edad. Éste cambió hasta el color del partido, del negro tradicional al cian. Con un programa casi calcado del que tenía el FPÖ, más el apoyo de parte de los medios de comunicación, el nuevo SPÖ se convirtió en el partido más votado, lo que no ocurría desde 2002.
Kurz formó una coalición de gobierno con el FPÖ, al que le faltaron 50.000 votos para superar al SPÖ. La izquierda sacó unas docenas de jubilados y millennials a las calles para protestar por la alianza y hasta la canciller alemana Angela Merkel se molestó con Kurz y le leyó la cartilla, porque empezaba un experimento que rompía el asentado turno de partidos entre socialdemócratas y populares. Por el contrario, las encuestas mostraron la satisfacción de los austriacos con el nuevo Gobierno, que aplicaba medidas tan sorprendentes como la bajada de impuestos, la reforma de la educación en el sentido contrario al establecido por los pedagogos y la persecución de la inmigración ilegal y del islamismo.
Este Gobierno cayó por el Ibizagate, surgido en mayo, poco antes de las elecciones al Parlamento Europeo. Un vídeo mostraba al vicecanciller y jefe del FPÖ, Heinz Strache, en una casa de veraneo en Ibiza pactando con una supuesta empresaria rusa negocios públicos a cambio de una cobertura mediática favorable. El Imperio Progre se lanzó sobre el FPÖ como los lobos sobre un corderito y se convocaron elecciones parlamentarias anticipadas.
Éstas se celebraron el 29 de septiembre. La Prensa de Kalidá española ha exultado por la pérdida de votos del FPÖ. Para El País fue más importante la bajada en un tercio del electorado del Partido de las Libertades que la victoria de Kurz. El mismo periódico en un editorial recomendó al canciller que pactase con cualquier otro partido, incluso con los Verdes.
El FPÖ, cierto, ha tenido los peores resultados desde 2002 y Strache ha abandonado su carrera política después de reanimar el partido en estos años y haberlo devuelto al Gobierno. Pero hay dos datos más interesantes.
Los peores resultados para los socialistas en un siglo
Estas elecciones confirman la extinción de la socialdemocracia europea. El SPÖ obtiene los peores resultados desde la proclamación de la República, en 1918: menos de un 22%. Y eso que presentaron a una mujer, Pamela Rendi-Wagner, casada, con dos hijos y una carrera profesional en medicina. No fue rival para Kurz, sin hijos y sin título universitario, que subió seis puntos respecto a las elecciones de 2017.
Los Verdes regresan al Parlamento federal austriaco. De menos de cuatro puntos en 2014 han pasado a casi catorce. Austria se une a la tendencia ya iniciada en Alemania y Suecia de que los ecologistas sustituyan a los agotados socialistas como el partido-eje de la izquierda, con la aprobación de los poderosos del mundo. La primera víctima de la emergencia climática está siendo la socialdemocracia. Greta Thunberg no vota rojo, sino verde.
Los partidos socialistas sólo superan el 30% en España y Portugal, quizás porque tienen poco en común con los de Suecia y Alemania y se hallan más próximos al peronismo.
El segundo dato para analizar es el triunfo de Kurz. Aunque queda todavía por debajo del mejor resultado de las últimas décadas del ÖVP (el 42% en 2002), ha frenado la decadencia del partido. Si casi 250.000 votantes del FPÖ han pasado al ÖVP, no lo han hecho debido a las viejas fórmulas partidistas del centrismo, el consenso y el buenismo, sino por un programa que los progresistas califican de «extremista de derechas». Y pensar que algunos de los puntos de éste los compartía la izquierda antes de la caída del Muro.
Kurz marca al resto de los PP europeos, como el español y el alemán, el remedio para recuperar ciudadanos: derecha sin remilgos que cumple el programa que gusta a sus votantes. De nuevo, en Austria, como en Argentina, asoma la conclusión de que lo más importe no (repito, no) es la economía.