Bada: Cara y cruz de la vida
"Tiene mucha razón Tony Juniper, cuando dice que Internet es 'el arma más poderosa en el cajón de herramientas de la resistencia'. Internet es también un intercomunicador internacional de los mejores chistes..."
I : Cara
Tiene mucha razón Tony Juniper, del grupo ecologista británico Amigos de la Tierra, cuando dice que Internet es «el arma más poderosa en el cajón de herramientas de la resistencia».
A mí me llegan por esa vía numerosos comunicados o listas de solidaridad, por ejemplo en el inhumano caso de Safiya, una viuda nigeriana que fue condenada a la muerte por lapidación debido al hecho de que dio a luz un niño sin haberse vuelto a casar. Eso sí, los jueces fueron tan piadosos con ella que aplazaron la ejecución de la sentencia hasta que la condenada dejase de amamantar a su hijo: los dioses los bendigan por su misericordioso gesto.
Aunque a ustedes les recomiendo que busquen en un diccionario lo que significa muerte por lapidación y luego seguimos conversando. Pero, en fin, somos muchos los que nos movimos con éxito echando mano del arma más poderosa que hay en el cajón de herramientas de la resistencia, o sea: en Internet, y por todos los demás medios, para que Nigeria no volviera a cubrirse de oprobio como cuando condenó a la horca, y ejecutó, a Ken Saro–Wiwa, por el solo delito de haberse opuesto a la degradación ecológica de su tierra: dos capítulos, el de esa degradación y el de aquella ejecución, que son páginas sangrantes en la Historia Universal de la Infamia, y conste que no me refiero al libro de Jorge Luis Borges.
Sin embargo, pasemos a otro aspecto no tan lúgubre de la existencia. Internet es también un intercomunicador internacional de los mejores chistes del momento. Por ejemplo éste que ya les cuento: Un bebé fue encontrado en la puerta del Banco Mundial al amanecer, cuando llegaron los primeros empleados. Alimentaron a la criatura, y un informe del caso fue enviado al Presidente del Banco preguntando qué se debía hacer con ella. El Presidente redactó la siguiente orden interna: «Acuso recibo del informe del hallazgo de un recién nacido de origen desconocido en la puerta de nuestro Banco. Formen una comisión para investigar y determinar lo siguiente: 1.°, si ese niño es producto doméstico de nuestra organización; y 2.°, si algún funcionario se encuentra involucrado en el asunto».
Al término de sus investigaciones, la comisión envió al Presidente el siguiente dictamen interno: «Después de las más diligentes pesquisas, concluimos que el niño en cuestión no está conectado con esta organización. Los argumentos que fundamentan dicha conclusión son los siguientes:
1.°, en el Banco Mundial nunca se ha dado el caso de que dos personas colaboren de manera tan estrecha; 2.°, no encontramos ningún caso precedente de que en nuestra organización se haya hecho alguna vez alguna cosa que tuviese pies y cabeza; y 3.°, en esta organización jamás se proyectó nada que estuviese listo en nueve meses».
Hasta aquí el chiste, que espero que les haya gustado y que, en realidad, si lo consideran un poco más a fondo, no es tal chiste. Sencillamente es la expresión, por medios humorísticos, de sangrientas realidades. Los chistes, como ya analizó en su día Sigmund Freud, el inventor del sicoanálisis, arrojan una luz cruda sobre las nueve décimas partes del iceberg que constituye el cuerpo social. Por mucho que nos riamos con ellos, lo cierto es que en la mayoría de los casos deberíamos temblar.
II : Cruz
Todos los idiomas han aportado su granito de arena a la globalización del entendimiento humano. No hablemos del griego ni del latín ni del árabe, que son los grandes proveedores de palabras universales: ecuménico, ley, álgebra. Hablemos en cambio del castellano, que siempre tengo presente cuando los locutores de los informativos alemanes dicen, en alemán, que una «Junta» se hizo cargo del poder tras un golpe militar. Y hablemos del alemán, que nos ha dado la metáfora ideal de la guerra relámpago con su Blitzkrieg. O hablemos del francés, al que debemos la universalidad de la palabra restaurante. O del checo, de donde procede la palabra robot. O del italiano, padre del graffiti. O del neerlandés, gracias al cual poseemos las palabras babor y estribor para nombrar, respectivamente, los lados izquierdo y derecho de los barcos.
Y sin necesidad ninguna de mencionar el inglés, cuya preeminencia no es poquita cosa, hablemos del japonés, pues quieras que no hay varias palabras niponas que son universales: judo, harakiri, kamikaze, para no decir sino tres. La tercera de ellas es la que lamentablemente goza de mayor actualidad y más difundido conocimiento.
En la escalada de su confrontación con Israel, Palestina pasó de la intifada autóctona al kamikaze foráneo. Hubo unos años en que casi no transcurría una sola semana sin que la prensa, la radio y la TV nos informasen de un nuevo atentado kamikaze en Cisjordania o el propio territorio del Estado de Israel. Me gustaría precisar que el vocablo kamikaze significa literalmente «viento divino» y designa aquél viento mítico desencadenado por los dioses del olimpo nipón, en el año 1281, contra la flota chino–tártara que pretendía conquistar el Imperio del Sol Naciente. A partir del 17 de mayo de 1944, sin embargo, cuando el comandante Katushiga se estrelló deliberada y suicidamente con su avión contra un destructor de la Marina de los Estados Unidos, kamikaze designa al hombre que se inmola por una causa, destruyendo o tratando de destruir al enemigo de ella.
En el caso de los palestinos sucede que el kamikaze dizque tiene garantizado el Paraíso, de tal manera que acude a la cita de la muerte con toda deliberación, hasta contento. Pero habrán notado que dije «dizque», y no puedo por menos de añadir que lo hice por mi cuenta y razón, ya que el Corán condena de manera taxativa el suicidio. Ahora bien, es evidente que la hermenéutica, la ciencia de la interpretación de los textos sagrados, tanto en la religión musulmana como en cualquier otra, está siempre lista a la hora de sacar conejos del sombrero de copa. Por lo que se refiere a la religión de Jesús el Nazareno basta pensar en el cerebro retorcido que inventó la Inquisición.
Dicho de otro modo: ustedes pueden encontrar toda una legión de teólogos musulmanes que pese a la condena del suicidio por el Corán, dispondrán de todos los argumentos posibles para justificar los atentados kamikazes. Y es evidente que hallan un terreno abonado en la juventud de una Palestina desesperada; la recluta de suicidas voluntarios no es problema para los señores de la guerra. Pero ya dice el dicho decidero, como decía Unamuno, que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y es ello lo que me lleva a contarles una historia verídica ante cuyo desenlace uno no sabe bien si echarse a reír o si echarse a llorar.
Les cuento: Esta es la historia de un kamikaze palestino, Mahmud Sharif. Los explosivos que llevaba atados a su cuerpo no explotaron cuando los hizo detonar, sólo explotó el detonador y Mahmud Sharif perdió el conocimiento de resultas de ello. Cuando recuperó el sentido, se encontraba en un hospital, pero él creía firmemente que había muerto y que ya estaba en el Paraíso. Nada de lo que le decían, nada de lo que le preguntaban, ninguno de los objetos que le mostraban, nada, nada, lograba sacarlo de esa convicción. Hasta que uno de los oficiales que lo interrogaban se extrañó: «¿Así pues, también hay israelíes en tu Paraíso?»
Recién entonces, recién entonces, empezó a comprender Mahmud Sharif. Ojalá nadie le hable nunca del canto vigesimoctavo de La Comedia del Dante, donde se describen los suplicios que padecen los condenados al noveno foso del octavo círculo del Infierno, entre ellos su profeta Mahoma. Y es que todos los paraísos y los infiernos están hechos a la medida del ser humano, y hasta un grandioso poeta como el Dante tenía sus cuentas pendientes con amigos y enemigos: en el fondo, La Comedia (lo de divina se lo inventó Boccaccio) es un ajuste de cuentas.
III : Cara y cruz
En ambas anécdotas se da el mismo fenómeno que sucede con la mayoría de los políticos, y cuanto más alto se encuentran en la escala del poder, tanta más risa producen las superfluidades o evidentes mentiras que dicen y que al parecer ellos mismos se las creen. Aunque el resultado, luego, lo vemos en las estadísticas y se traducen en cacerolazos, algaradas callejeras, saqueos de supermercados, protestas, asaltos a un Capitolio…, y todas esas que no son sino las más inocentes derivaciones de aquellas superfluidades y aquellas mentiras.
Hay derivaciones menos inocentes: bombardeos, huérfanos, hambre, exilio, desesperanza. Pero los políticos, siempre tan de buen humor (¿o no se fijaron que se pasan la vida sonriendo?), para designar esas derivaciones menos inocentes disponen desde hace tiempo de un nuevo chiste: de humor negro. Las llaman «daños colaterales». Créanme si les digo que quienes no creemos en el Juicio Final, de veras, muy de a deveras, desearíamos equivocarnos.
(*Huelva/España, 1939), escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (conferencias, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Limeri de Bueno Saire (poesía nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) y El canto XXV (novela corta, Copenhague 2019). Su ópera breve La serenata de Altisidora (partitura de David Graham) se estrenó en el Festival de Camagüey del año 2000.