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Banville seguirá luchando por el Nobel: «Todos los artistas robamos»

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Foto: Javier Luengo

Uno de cada tres irlandeses cree en los duendes; el resto lee a John Banville, según el mismo informe. «La razón por la que en Irlanda creemos en tantos disparates es que en realidad no creemos en absolutamente nada», asevera el escritor. «Nuestra devoción es mentirosa y cínica. Pero nos encanta contar y escuchar historias en iglesias y bares».

La entrevista tiene lugar en el salón de un céntrico hotel de Segovia, donde Banville comparece en calidad de estrella del XI Hay Festival entre los rumores sobre su nueva candidatura al Nobel de Literatura. «No volveré a hacer quinielas sobre ese asunto. No soy bueno haciendo pronósticos». Y zanja la cuestión con una carcajada disuasoria.

La guitarra azul (Alfaguara), la última novela de Banville (Wexford, 1943) editada en España, comienza con el robo inocente de un niño con ínfulas de pintor que terminará desencadenando una trama amorosa de traición adúltera. «Me siento muy identificado con aquello que decía Picasso sobre que el arte es un robo, una apropiación indebida. Todos los artistas robamos, canibalizamos y vampirizamos a las personas de nuestro alrededor. Pero es un robo constructivo, acaso una forma de inversión. Tal vez porque somos conscientes de que, tarde o temprano, alguien vendrá a robarnos también a nosotros…».

Recuerda Banville que, en los primeros años de su adolescencia, entró en una librería de Wexford y se guardó bajo el abrigo una carísima colección de poemas de Dylan Thomas. «Si todo lo que he robado en mi vida fuera eso podría dormir tranquilo por las noches», se sincera. «Pero en mi expediente delictivo figuran otros muchos atracos. Me he apropiado del amor de la gente, de su lealtad, de sus afectos…». Y recrea una escena: un trayecto en coche, hace años, en el que mantuvo una acalorada discusión con su mujer. «Me acuerdo que en pleno fuego cruzado de gritos y reproches paré el coche y le pregunté: ‘Perdona, pero ¿puedo utilizar esto en mi libro?‘. Ella me llamó monstruo. Y no la rebatí. Porque tenía razón».

Asegura el escritor irlandés, autor de obras magistrales como El mar, que nunca ha sido capaz de ubicar el origen exacto de ninguna de sus novelas. «Cada historia es como un embarazo. Sabes que algo nacerá al cabo de unos meses, pero no estás seguro del momento de la concepción».

Foto: Javier Luengo

Hay buenas razones para pensar que la doble existencia de Oliver, el protagonista de La guitarra azul, está inspirada en Banville, cuya biografía y escritura se bifurcan: en dos familias (dos mujeres simultáneas y cuatro hijos) y en un seudónimo (Benjamin Black) reservado a la novela negra. De alguna manera La guitarra azul funciona como el experimento cuántico de Schrödinger: nadie sabe hasta el final cuál de los dos gatos sobrevivirá. «Estaría de acuerdo con la analogía si no fuera porque todos albergamos, no dos, sino infinitos gatos dentro de nosotros. Me atrevería a decir que somos un gato diferente en cada instante. Dígale a su jefe que ha entrevistado a cinco Banvilles por el precio de uno…».

En lugar de matricularse en la universidad, Banville se alistó a los 18 años en la compañía Air Lingus. «Siempre tuve claro que viajar es una forma de escritura. Por aquella época el cuerpo me pedía mundo, no bibliotecas ni exámenes. No me arrepiento de la decisión que tomé». Desde entonces ha venido defendido una literatura que se nutre de los sueños o, como dice él, del lado más insondablemente oscuro de nuestros instintos. «Nunca me he sentado en un diván para hablar de mis problemas. Quizá porque nunca me he engañado sobre lo que soy. ¿Y qué soy? Todos los hombres somos niños. Nos pasamos la vida conteniendo un grito de desesperación en la garganta, una pregunta que no nos atrevemos a expresar por vergüenza». Y, aflautando la voz, resuelve: «¿Dónde estás, mamá? ¿Mamá, mamá…?».

El Brexit fue de los temas a debate durante las jornadas del Hay Festival, cuyos participantes reflexionaron sobre las consecuencias del referéndum para una Europa desdibujada e incierta. «Siempre soñé con que mis hijos pudieran llegar a vivir algún día en los Estados Unidos de Europa. Pero me temo que eso ya no será posible…». Sobre el escándalo de las ventajas fiscales de Apple en Irlanda, Banville se muestra menos tajante. «Acostumbro a escribir a mano mis novelas, pero debo reconocer que Benjamin Black teclea directamente las historias sobre el teclado de un precioso Mac. Es posible que eso me convierta en cómplice de algo, no lo niego, pero tampoco dejaré de hacerlo». De hecho, este otoño se publica en España El regreso, novela inédita de Banville, y en febrero llegará a las librerías Las sombras de Quirke, de Black.

Hace dos años, en su discurso de agradecimiento del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Banville defendió la ambigüedad como esencia de la literatura. A muchos les sorprendió que un escritor como él, tan obsesionado con la precisión del lenguaje y las reglas de la gramática, se adentrara de pronto en terreno tan pantanoso. Alguien sugirió entonces que se trataba de un homenaje velado a sus ancestros dublineses.

 

P: En cierta ocasión, James Joyce le dijo a Samuel Beckett que, estéticamente, tenía el mismo valor la caída de un ángel que la de una hoja. ¿Qué cree que quería decir?
Tal vez se refiriera a que no hay detalle que, por trivial, deba pasar inadvertido a la escritura. Recuerdo que cuando era niño me preguntaba dónde comenzaba exactamente el horizonte, que como sabe es una abstracción. Cualquiera puede pintar esa línea, pero sólo algunos logran adentrarse en ella y profundizar en su significado. Todo depende de la perspectiva, de nuestra forma de observar el mundo, en fin, de la mirada…
P: Leí hace poco que los primeros aborígenes australianos no estudiaban las constelaciones, sino las manchas negras que hay entre las estrellas. ¿Se refiere a eso?
Exacto. Los escritores no sentimos atracción por la luz, sino por la oscuridad de las formas. No había escuchado lo de los aborígenes. ¿Me permite que se lo robe?
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