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Beatriz Pineda Sansone: La filosofía invitada al banquete

Platón: la ley en la forja del carácter | Nueva Revista

Platón

La filosofía como decana del entendimiento y las costumbres debe constituir la principal enseñanza de niños y jóvenes, porque goza de la ventaja de mezclarse con todo. Cuenta M. de Montaigne que en un banquete rogaron a Isócrates, el orador, que hablara de su arte y todos aplaudieron la prudencia de su respuesta al contestar que “no era aquel lugar ni ocasión propicios para comentar lo que él sabía hacer, y que lo más adecuado en aquella circunstancia era hablar, precisamente de lo que él no se sentía capaz”. Hablar de una ciencia o pronunciar un discurso o suscitar discusiones retóricas ante una asamblea reunida para comer bien y reírse, hubiera sido un desatino. Pero en lo referente a la filosofía, en la parte que trata del hombre y sus deberes, todos los sabios han estado de acuerdo en que por su atractivo no debe distanciarse de los festines ni de las diversiones. En la Academia de Platón la conversación viva era lo más importante, por lo tanto, no es una casualidad que el diálogo llegara a ser la forma escrita de Platón, quien lo invitó a su banquete y nos informa sobre cómo entretuvo a los asistentes de manera cordial y oportuna al tiempo y al lugar, aunque se trataba de máximas elevadas y saludables.

Horacio expresa en las “Epístolas” (1, 25): “Lo mismo es útil a los pobres que a los ricos, jóvenes y viejos no se distanciarán de ella sin arrepentirse. Nuestra enseñanza administrada libremente, sin obligación de tiempo y lugar y, además, vinculada a todas nuestras acciones, actuará sin dejarse sentir. Los juegos y los ejercicios constituyen una buena parte del estudio: la carrera, la lucha, la música, la danza, la caza, el manejo del caballo y de las armas. Platón pretendió que la prestancia, el don de gentes y el aspecto total de la persona se modelen al mismo tiempo que el alma. No es un alma, tampoco un cuerpo lo que el maestro debe crear, sino un hombre. No hay que dirigir el uno sin el otro, sino conducirlos al unísono, como se conduce un tronco de caballos sujeto al timón. Siguiéndolo siempre, veremos que concede más espacio y atención mayor a los ejercicios físicos que a los del espíritu, por comprender que éste aprovecha sin perjudicarse los de aquel.

“El banquete” forma con el “Fedón” un grupo perfectamente definido, tanto por la similitud, en una y otra parte, de una elevación del alma hacia el Ideal, como por el contraste, incluso de las circunstancias: el primero muestra cuál es la actitud del filósofo en el seno de la vida; el segundo, cuál es su actitud ante la muerte.

La educación debe estar presidida por una dulzura severa y no como se practica de ordinario. Que se alejen la violencia y la fuerza, pues nada en su criterio bastardea y trastorna tanto una naturaleza bien dispuesta. Si se desea que el niño tenga miedo a la deshonra y al castigo, no le acostumbremos a ellos sino a la fatiga y al frío, al viento, al sol, a los accidentes que necesita menospreciar.

El discípulo no repetirá tanto la lección como la practicará en sus acciones. Se verá si se acogen a la prudencia sus empresas; si hay bondad y justicia en su conducta; si hay juicio y gracia en su conversación, resistencia en sus enfermedades, modestia en sus juegos, templanza o moderación en sus placeres, método en su economía e indiferencia en su paladar.

El verdadero espejo de nuestro espíritu es el curso de nuestra vida. Quien tenga en el espíritu una idea viva y clara la expresará siempre, aunque sea en bergamasco, o por gestos, en caso de ser mudo. Séneca expresó: “Cuando las ideas imprimen su huella en el espíritu, las palabras surgen copiosamente”. La razón, expresa Cicerón es que “las ideas arrastran las palabras”.

 

 

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