Bernie Sanders está de vuelta
Cuando Bernie Sanders se postuló por última vez a la presidencia, sonaba, como afirmara mi colega Margaret Talbot, «como un disco viejo». Trataba de persuadir a los estadounidenses de que una ideología derrotada y un septuagenario desaliñado podían representar su futuro. Mucho después de perder la candidatura, siguió recorriendo el país, tratando de demostrar que los demócratas podían hablar en las regiones ahora conocidas como «Trump Country» – el país de Trump – (seguí a Sanders en una gira por Virginia Occidental, en 2017). Esa larga campaña tuvo tanto éxito que Sanders -quien anunció su candidatura para 2020 el martes 19 por la mañana- se encuentra ahora en una posición más fuerte pero también más ambigua. Es una figura de renombre internacional cuyo mensaje y agenda -en contra de los millonarios y multimillonarios, a favor de un Medicare para Todos y la universidad gratuita- ha sido adoptado por gran parte del Partido Demócrata. Ese éxito ha hecho que Sanders, con setenta y siete años, parezca ser una figura de transición: no exactamente un ‘insider», pero ya no un «outsider». No obviamente del futuro, ni del pasado.
Kamala Harris (Senadora, California)
En una entrevista con el periodista de CBS John Dickerson, transmitida el martes por la mañana, Sanders se sentó en su sala de estar de Burlington, Vermont, suavemente iluminada, con traje y corbata. Dickerson le preguntó acerca de sus sentimientos actuales sobre el capitalismo; Sanders elogió a los emprendedores y criticó las acumulaciones excesivas de riqueza: «¿Alguien quiere llamarme radical? De acuerdo, esto es lo que pienso. Creo que la gente tiene derecho a la asistencia sanitaria. Creo que la gente tiene derecho a recibir la mejor educación posible. Las personas tienen derecho a vivir en un medio ambiente limpio. La gente tiene derecho a tener trabajos bien remunerados. Eso es lo que creo.» Era tentador estar de acuerdo con él. No sonaba tan radical o distinto del resto del campo demócrata.
Kirsten Gillibrand (Senadora, New York)
En 2016, Sanders fue el profeta del populismo de izquierda. Ahora parece haber entrado en una fase posprofética. Mientras tanto, Cory Booker y Kirsten Gillibrand, que comenzaron en la política construyendo legítimos currículos pro-establecimiento, han adoptado las amplias políticas de bienestar social de la izquierda. Kamala Harris, que se creía vulnerable a los ataques progresistas, ha tratado de corregir el rumbo ganando apoyos de dirigentes con alto perfil de la izquierda, como la congresista Barbara Lee o la dirigente sindical Dolores Huerta. Sanders ha hecho más por cambiar la imagen del Partido Demócrata después de la Guerra Fría que cualquier otro político aparte de Clinton y Obama, y ha ayudado a hacer una transición igualmente histórica en la forma en que muchos estadounidenses ven su propia relación con la riqueza. También es un hombre blanco heterosexual de casi ochenta años, con un largo historial de intimidación en el Senado, pero una lista mucho más corta de logros legislativos. Otros candidatos pueden encarnar los cambios demográficos del país en formas que él no puede; Elizabeth Warren, con su precisión y experiencia, podría ser la opción para presionar una agenda política reformista a través de la burocracia federal. ¿Y ahora qué?
Elizabeth Warren (Senadora, Massachusetts)
Un indicio de que Sanders es consciente de sus nuevas debilidades aparentes apareció a principios de este mes, en un informe en The Atlantic, por Edward-Isaac Dovere: «El equipo de Sanders ha estado observando a Beto O’Rourke con nerviosismo», escribió Dovere, «dada la fuerte presencia en las redes sociales del ex congresista de Texas y su atractivo con muchos de los mismos tipos de votantes que Sanders busca». Es interesante que los estrategas de Sanders vean a O’Rourke, y no a la más similar ideológicamente Warren, como su principal rival. Pero quizás entiendan lo que fue tan esencial para el éxito de Sanders en 2016: el sentimiento que pudo conjurar entre sus seguidores de que estaban participando en algo emocionante y nuevo. Esa sensación de revolución era más poderosa que la ideología sola. También es menos durable.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The New Yorker
Bernie Sanders Is Back
Benjamin Wallace-Wells
When Bernie Sanders last ran for President, he sounded, as my colleague Margaret Talbot put it, “like an old record.” He sought to persuade Americans that a defeated ideology and a disheveled septuagenarian could represent its future. Long after he lost the race, he kept touring the country, trying to prove that Democrats could speak to the regions now known as Trump Country (I followed Sanders on a tour of West Virginia, in 2017). That long campaign has been so successful that Sanders—who announced his 2020 candidacy on Tuesday morning—is now in a stronger but also more ambiguous position. He is a figure of international renown whose message and agenda—against the millionaires and billionaires, for Medicare for All and free college—has been adopted by much of the Democratic Party. That success has made Sanders, at seventy-seven, appear to be a transitional figure: not exactly an insider, but no longer an outsider. Not obviously of the future nor the past.
In an interview with the CBS journalist John Dickerson, broadcast Tuesday morning, Sanders sat in his Burlington, Vermont, living room, softly lit, in a suit and tie. Dickerson asked him about his present feelings on capitalism, and he both praised entrepreneurs and criticized excessive accumulations of wealth: “Someone wants to call me a radical? O.K., here it is. I believe that people are entitled to health care. I believe that people are entitled to get the best education they can. People are entitled to live in a clean environment. People are entitled to have decent paying jobs. That’s what I believe.” It was tempting to agree with him. It didn’t sound so radical—or distinct from the rest of the Democratic field.
In 2016, Sanders was the prophet of left-wing populism. Now he seems to have entered a post-prophetic phase. Meanwhile, Cory Booker and Kirsten Gillibrand, who spent their early careers building establishment bona fides, have embraced the expansive social-welfare policies of the left. Kamala Harris, who was thought to be vulnerable to progressive attacks, has tried to correct course by winning high-profile left-wing endorsements, from the congresswoman Barbara Lee and the labor leader Dolores Huerta. Sanders has done more to shift the Democratic Party’s post-Cold War image than any politician besides Clinton and Obama, and he has helped to make a similarly historic transition in how many Americans see their own relationship with wealth. He is also a straight white man of nearly eighty, with a long record of hectoring in the Senate but a much shorter list of legislative accomplishments. Other candidates can embody the country’s changing demographics in ways that he cannot; Elizabeth Warren, with her precision and expertise, might be the choice to press a reformist policy agenda through the federal bureaucracy. What now?
One hint that Sanders is aware of his newly apparent weaknesses came earlier this month, in a report in The Atlantic, by Edward-Isaac Dovere: ”Sanders’s team has been eyeing Beto O’Rourke nervously,” Dovere wrote, “given the former Texas congressman’s strong online presence and appeal with many of the same types of voters that Sanders taps into.” It’s interesting that Sanders’s strategists would see O’Rourke, rather than the more ideologically similar Warren, as his chief rival. But perhaps they understand what was so essential to Sanders’s success in 2016: the feeling he was able to conjure among his supporters that they were taking part in something exciting and new. That sensation of revolution was more powerful than ideology alone. It is also less durable.