Bolsonaro cosecha el fracaso de la política del PT
La izquierda no alcanza a entender que muchos electores votaron no tanto por el ganador como contra el perdedor
Tal como indicaban las encuestas, Jair Bolsonaro alcanzó el triunfo en las elecciones presidenciales de Brasil. Pocas semanas atrás, el expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, había llamado al pueblo brasileño a votar masivamente a su compañero Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), lanzado tardíamente al ruedo en un desesperado intento de retener el poder político para su partido.
«Haddad es Lula», escribió el popular líder a sus seguidores, instándolos a apoyar al nuevo as del PT en las urnas, en una misiva escrita desde la cárcel donde permanece encerrado a la espera de su juicio por acusaciones de corrupción.
Sin embargo, los resultados arrojados por las urnas este domingo, 28 de octubre, demostraron sin lugar a dudas que, o bien el mensaje de Lula no caló como esperaba en una masa electoral que hasta hace poco parecía inclinada a su favor, o bien el desencanto generado por los escándalos de corrupción que han minado el prestigio de la dirigencia política, el aumento de la violencia en los últimos años, el retroceso sufrido en los estándares sociales y en la economía, el espectro de la pobreza que se ha vuelto a extender sobre los sectores más humildes y la pérdida de fe en el liderazgo, han acabado pasándoles la cuenta a los políticos de izquierda. De hecho, los electores votaron por un cambio en el sentido más radical de la palabra.
Probablemente nunca se sepa en qué medida el hastío por un panorama socioeconómico y político difícil o simplemente el afán de castigar al PT hizo que más del 55% de electores votara a favor del extremo opuesto
Probablemente nunca se sepa a ciencia cierta en qué medida el hastío por un panorama socioeconómico y político difícil o simplemente el afán de castigar al PT -más que una verdadera simpatía por Bolsonaro- hizo que más del 55% de los millones de electores brasileños que acudieron a votar lo hicieron precisamente a favor del extremo opuesto -el Partido Social Liberal-, difuminando así definitivamente las pocas esperanzas que abrigaban los más tozudos alabarderos de la izquierda regional en cuanto a demostrar su arraigo popular en las urnas.
Un gélido editorial publicado en la versión digital del Granma en horas de la noche del propio domingo, bajo el injerencista título de Jair Bolsonaro ganó, ¿y Brasil?, reflejaba el disgusto e impotencia del Palacio de la Revolución por «un resultado que representa el regreso de Brasil a la extrema derecha después del fin de la dictadura en 1985».
Y la contrariedad de la castrocracia no es para menos. Ya desde su campaña electoral el ahora electo presidente brasileño, quien tomará posesión de su cargo el próximo 1 de enero para cumplimentar su mandato hasta enero de 2022, había anunciado su intención de enviar de vuelta a Cuba a los médicos que se encuentran cumpliendo misiones en Brasil y en virtud de cuyo trabajo semi-esclavo el Gobierno de la Isla percibe jugosas ganancias.
La supresión de otra fuente de ingresos en divisas puede suponer un duro golpe para el Gobierno cubano en medio de una situación económica que las propias autoridades han definido como «muy complicada», tras la disminución de los subsidios petroleros venezolanos sumado a la acumulación de la deuda externa, la lentitud e insuficiencia de la inversión extranjera y las presiones que impone el embargo estadounidense, entre otras cuestiones adversas.
Ahora para las izquierdas regionales ese amado pueblo -siempre rehén de las políticas extremas- súbitamente dejó de ser «la esperanza» que demostraría con el voto su lucidez y su confianza en el liderazgo del PT, para convertirse en una especie de masa amorfa y confundida, fácil de engañar por los cantos de sirena de «la ultraderecha», manipulada por la «campaña difamatoria» contra el PT y su líder histórico, todo un rebaño de imbéciles que no supieron defender como era debido los increíbles logros alcanzados por el PT al frente del Gobierno, entre 2003 y 2016.
La progresía más rancia no alcanza a entender que lo peor que pueden cosechar de esta jornada electoral es que muchos de los electores votaron, no tanto por Bolsonaro como contra el PT. Lo cual significa un escenario mucho más adverso a las izquierdas de los que éstas son capaces de reconocer.
La supresión de otra fuente de ingresos en divisas puede suponer un duro golpe para el Gobierno cubano en medio de una situación económica que las propias autoridades han definido como «muy complicada»
Seguramente, con su habitual talante de mala perdedora, esa izquierda pondrá en el banquillo de los acusados a las redes sociales, a los intereses de las oligarquías nacionales, a la prensa «ultraderechista y conservadora», al imperialismo yanqui con el villano por antonomasia de turno (Donald Trump) a la cabeza, a la debilidad de la formación política del pueblo y hasta al WhatsApp utilizado como medio de desinformación de las masas, lo que han dado en llamar métodos de «enajenación del pensamiento progresista».
Pese a todo, se trata de una derrota anunciada. Vale recordar que apenas horas después de conocerse los resultados de la primera vuelta electoral del 7 de octubre pasado en Brasil, que también resultó favorable a Bolsonaro, uno de los sesudos «analistas» de la prensa oficial cubana resumía los criterios de algunos intelectuales de la izquierda latinoamericana sobre el tema del retroceso de liderazgo sufrido por la ideología progresista en la región, y llegaba a la salomónica conclusión de que la izquierda ha subestimado el cambio que supone internet «como instrumento principal de la llamada nueva economía y de la comunicación y las relaciones entre los seres humanos».
Ése desliz inocente, y no su pésimo desempeño, parece ser su mayor pecado y el supuesto motivo de su quebranto político regional. Quizás esa visión esquemática, infantil y reduccionista del asunto explica por sí sola el resultado electoral de este 28 de octubre.