Carlos Alberto Montaner: Por qué Cuba y Venezuela deben importarnos
Hasta ahora, Washington se ha limitado a imponer sanciones y a enseñar los colmillos, pero los países latinoamericanos no tienen política exterior, salvo Cuba y Venezuela, y no creo que vayan a cambiar.
Néstor T. Carbonell, ex VP de la Pepsicola durante muchos años, ha publicado un libro extraordinario sobre la Isla: Why Cuba Matters. En la obra repasa las tormentosas relaciones entre Fidel Castro y los doce inquilinos que han pasado por la Casa Blanca. Desde el primero, Ike Eisenhower a Donald Trump, pasando por Barack Obama, quien le hizo todas las concesiones a La Habana, sin ningún gesto de reciprocidad democrática, violando la única estrategia común de republicanos y demócratas a lo largo de más de 60 años.
En ese largo periodo de coincidencias y desavenencias, habían pasado por el poder americano genuinos “halcones”, como Ronald Reagan, hasta blandas “palomas”, como Jimmy Carter, pero todos estuvieron convencidos de que cualquier transacción con los Castro debía incluir una verificable retirada de Cuba de su papel internacional como foco procomunista y “antiyanqui” en América Latina y África, aunque no faltaron notables incursiones en el Medio Oriente, como sucedió con una brigada de 22 tanques operada por cubanos durante la guerra de Yom Kipur, reñida entre 1973 y 1974.
El problema, realmente, era que los Castro veían a Cuba sólo como una base de operaciones para actuar en el terreno internacional contra Washington y contra el odiado “capitalismo”. Ese era su leitmotif. Los Castro, y sobre todo Fidel, no se percibían como los cabecillas de una revolución comunista efectuada en una pobre isla azucarera del Caribe, sino como jefes de un imperio político en construcción. No en balde, Fidel, a los 18 años se quitó su segundo nombre, Hipólito, y se puso “Alejandro”. Tenía en mente al griego que había conquistado un imperio desde la insignificante Macedonia.
Así las cosas, su primer triunfo en América Latina fue Chile, y no ocurrió de acuerdo con el guión castrista, sino como una consecuencia de la peculiaridad electoral chilena. Salvador Allende fue electo en 1970 con algo más de un tercio de los votos, y el parlamento chileno, pudiendo elegir a uno de los otros dos partidos, seleccionó a este médico marxista, obligándole antes a firmar un documento por el que se comprometía a salvaguardar las libertades, algo que sólo hizo parcialmente.
La tesis que subyace en la obra de Carbonell es que la democracia y las libertades tienen un lado magnífico (el tipo de sociedades que propician), pero poseen otro rasgo inquietante: la tendencia a menospreciar a los adversarios económica y técnicamente débiles que se le oponen. Lo hicieron con Cuba y hoy lo hacen con Venezuela, su protegida, sin advertir el peligro que esto significa.
Cubazuela como les llaman a los dos países en la jerga política del vecindario, han derivado al delito para sostener su precario poder. Cuba les proporciona a los venezolanos inteligencia, control militar y redes de apoyo construidas a lo largo de los años, mientras Venezuela les paga a los cubanos con gasolina propia o iraní, y con el poco dinero que puede rebañar producto del narcotráfico o la venta de oro ilegalmente conseguido. En tanto, Maduro, nacido en Colombia, no es venezolano ni colombiano. Es un cubano que le debe su cargo a los Castro. Ha descubierto la ciudadanía ideológica.
Cuba ya era un peligro, pero no haber liquidado ese foco infeccioso permitió que hiciera metástasis hacia otras naciones, como Venezuela, y el riesgo es que continúe expandiéndose a Colombia, Ecuador y Bolivia, países todos del arco andino. Para evitar ese inmenso perjuicio, la opositora María Corina Machado propone una “operación de paz multifácetica”. El profesor venezolano Carlos Blanco, en un excelente artículo, agrega que pudiera ser “una operación liderada por la OEA, con base en el TIAR”.
Todo eso es correcto. Pero, para que suceda, los Estados Unidos deben encabezar el esfuerzo y es muy difícil que eso ocurra. Hasta ahora, Washington se ha limitado a imponer sanciones y a enseñar los colmillos, pero los países latinoamericanos no tienen política exterior, salvo Cuba y Venezuela, y no creo que vayan a cambiar. Yo comenzaría por recomendarles a los americanos que lean el libro de Carbonell. Es muy bueno.