Carmen Beatriz Fernández: ¿Trump, sí o no?
Los Rolling Stones pueden sentir simpatía por el diablo (Sympathy for the devil), pero no parecen sentirla por Donald Trump. Al menos no desde el pasado mes de mayo, cuando reclamaron formalmente al hoy flamante candidato republicano que dejara de usar sus canciones en la campaña.
Algo parecido ha ocurrido en la Convención Republicana. Trump presentó a su esposa Melania envuelta en luces y humo al ritmo de We are the champions. Inmediatamente después, la legendaria banda Queen protestó a través de un tuit desde su cuenta oficial: el uso de la famosa canción se había hecho sin su consentimiento.
Melania Trump también copió en la Convención al menos tres párrafos del discurso de Michelle Obama en la Convención Demócrata que proclamó candidato a su marido ocho años antes. Melania fue educada con valores por sus padres, como Michelle. Melania valora la palabra empeñada, como Michelle. Melania cree en la fuerza de los sueños, como Michelle. Melania quiere ser primera dama.
No les molestan a los Trump los escándalos: los buscan y disfrutan con placer. Tampoco tienen ningún prurito en copiar
No les molestan a los Trump los escándalos: los buscan y disfrutan con placer. Tampoco tienen ningún prurito en copiar lo que les gusta y funciona. A fin de cuentas, el plagio es un acto de admiración… Dos bandas superfamosas que se enzarzan en un pleito y a las que Trump puede gustosamente contestar; eso es precisamente de lo que más disfruta el candidato y lo que lo ha distinguido en ésta, la más singular campaña norteamericana: la polémica logra la atención de las audiencias.
Donald Trump copia estrategias políticas y fórmulas comunicacionales que han funcionado, las asimila y las perfecciona, si cabe. Trump es demagogo, xenófobo, populista, irresponsable e irritante, dicen sus enemigos. Lleva a la sociedad permanentemente al borde de la crispación nacional. Todo ello puede ser verdad, pero lo hace por una razón: funciona.
Trump es el alumno más aventajado del fallecido expresidente venezolano Hugo Chávez. Como él, ha logrado convertirse en el epicentro de la campaña. Los medios le ayudan. Trump es noticioso, es imposible ignorarle.
Trump puso mucho interés en aquella campaña venezolana que ganó contra pronóstico Hugo Chávez
Trump y Chávez recibieron los más virulentos ataques y los dos acabaron imponiendo su agenda en la contienda. Podría ser una mera casualidad, producto del uso de técnicas y habilidades comunicacionales de dos políticos exitosos. Pero podría también haber una deliberada imitación, a resultas del cuidadoso seguimiento y aprendizaje de los éxitos políticos de Chávez.
Una mañana, a inicios de 1998, dos empleados latinos de la Trump Tower en Nueva York se encontraron con Irene Sáez, en ese momento candidata a la Presidencia de Venezuela y favorita en los sondeos. Los dos hombres se arrodillaron ante ella gritando: «¡Sáez! ¡Sáez!». La anécdota la relató meses después a la revista People el propio Donald Trump. Sáez, ex Miss Universo, había ido a visitarlo. ¿Por qué lo hacía en plena campaña electoral? Opción 1: Trump era su mentor. Opción 2: Trump era quien la financiaba. Opción 3: habían sido novios. Opción 4: todas las anteriores.
Cualquiera que fuera la respuesta correcta, Donald Trump le puso mucho interés a la contienda electoral venezolana de 1998, en la que un populista, buscapleitos, algo patán y provocador comandante Chávez le quitó a la antigua reina de la belleza una corona que creía segura.
Desde hace quince años, crece el número de estadounidenses que están descontentos con la dirección política del país
La campaña venezolana de 1998 fue una elección crítica, en el sentido del término que empleó el politólogo V. O. Key para referirse a aquellas contiendas que determinan cambios importantes y sostenidos en las preferencias políticas de las sociedades. Esa elección, en la que triunfó Chávez, acabó con los dos partidos históricos venezolanos que durante cuarenta años habían sostenido una estable democracia bipartidista.
Desde hace quince años viene reduciéndose la proporción de estadounidenses que se muestran satisfechos con la dirección política del país. Desde un 62% de satisfacción popular en 2001 se pasó a mínimos históricos del 7% en 2009. Trump capitaliza ese malestar, como lo hizo Chávez en su momento. Es esa la razón fundamental de que un perfecto outsider, un provocador, se haya hecho con la nominación presidencial del Partido Republicano.
Su discurso de aceptación de la nominación estuvo bien construido. Trump estuvo mucho más sensato y moderado de lo que se mostró en las primarias, sin apenas rasgos de xenofobia, homofobia o racismo. En algunos momentos lució como un verdadero estadista. Trump dejó claras cuáles serán algunas de las líneas de la campaña: fortalecimiento de la identidad política clásica del elector republicano, coqueteo con los votantes de Bernie Sanders y -como elemento de contraste y claro ataque a Hillary Clinton- un énfasis importante en terrorismo y asuntos internacionales, éste último. Aterroriza pensar que lo que haga el Estado Islámico en los próximos meses podría influir de forma determinante en la contienda.
Un medio de comunicación ayuda a un candidato cuando le concede centímetros, y no cuando habla positivamente de él
Su campaña le ha salido relativamente barata. El Supermartes, día electoral clave en el que se celebra el mayor número de elecciones primarias, cada voto le costó sólo 72 céntimos de dólar. Mucho más costosos fueron los votos logrados por sus adversarios: Marco Rubio invirtió 5,30 dólares en cada voto y Ted Cruz 3,95. Enfrente, Hillary Clinton y Bernie Sanders gastaron 2,16 y 2,69 dólares por voto, respectivamente. La explicación está en la generosa cobertura de los medios de comunicación. «Free media«, lo llaman los norteamericanos.
La Teoría de la Agenda explica muy bien el papel de los medios y su capacidad para formar la opinión. Los medios transmiten gran cantidad de información y el público busca orientación. Al incidir en unos temas y silenciar otros, los medios fijan los asuntos sobre los que hay que debatir. Así, un medio ayuda a un candidato cuando le concede centímetros, y no cuando habla positivamente de él en su línea editorial. Los medios de comunicación actúan como un haz de luz en un escenario. Al iluminar a ciertas personas permiten que la audiencia se concentre en ellas. Cuando Meryl Streep se viste como Trump y lo imita, burlándose, en un hilarante show, lo que logra a la postre es que se centre más la atención en él.
Trump ha sido el candidato más ridiculizado. Los ataques han contribuido a ponerlo en el centro de la contienda electoral, y eso le ha facilitado el control de la agenda pública. Para Trump -como en su día para Chávez- ha sido mucho más importante cuánto han dicho de él, que lo que han dicho de él. Cualquier jefe de campaña suele hacer grandes esfuerzos para intentar colocar a su candidato en el centro del escenario, algo que el polémico Donald logra con facilidad. La campaña republicana será más exitosa en la medida en que logre que la sociedad se plantee como dilema electoral una pregunta: ¿Trump, sí o no?
*** Carmen Beatriz Fernández es profesora de Political Systems en la Universidad de Navarra y preside la consultora DataStrategia.