Carmen Posadas: Confianza
En 1995, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, el mismo que esbozó la tan mentada y, sin embargo, fallida teoría de ‘el fin de la historia’, publicó otro libro al que llamó Confianza. Confianza no causó tanto revuelo como El fin de la historia y el último hombre, pero en él elaboraba una teoría bastante más atinada y certera que la anterior. Decía Fukuyama que las sociedades más prósperas y avanzadas son aquellas en las que los individuos confían los unos en los otros. En cambio, en sociedades donde impera la desconfianza reinan a su vez la injusticia, las diferencias sociales y la desvertebración.
Según Fukuyama, la confianza es una virtud social que consiste «en la expectativa de un comportamiento honesto predecible basado en leyes y normas de conducta compartidas por todos los miembros de la comunidad». Son, así, esas leyes y normas en las que todos creemos, y por tanto respetamos, las que permiten no solo la convivencia pacífica, sino que propician, además, el progreso, el bienestar y la justicia. Me ha interesado ver como esta apreciación de Fukuyama ha sido retomada por Yuval Noah Harari, autor del también celebérrimo Sapiens, de animales a dioses.
La actual ‘sospecha’ hacia las instituciones la inicia quizá Trump con la toma del Capitolio
Sí, ya sé que no son pocos los que sostienen que sus tesis son en exceso pesimistas y, en algunos casos, basadas en datos no del todo sólidos, pero a mí todo lo que él dice me hace reflexionar y me empuja a informarme más, y esa es, en último término, la función de todo intelectual. En su último libro, Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, Harari abunda en la idea de que toda nuestra civilización está construida sobre la confianza. Y recuerda también su teoría esbozada en su anterior libro Sapiens según la cual si el ser humano ha conseguido convertirse en el rey de la creación es por su capacidad de colaborar en gran número y de modo flexible. Y si lo ha conseguido ha sido a base de crear mitos o ideas compartidas como, por ejemplo, el concepto de nación, las diversas formas de creencias religiosas, así como el mito compartido más exitoso que ha pergeñando el ser humano, uno que a todos une y nadie pone en duda: el dinero.
¿Qué hace que dos personas que no se conocen de nada, mediante el intercambio de un trozo de papel (al fin y al cabo, eso es el dinero), sellen un acuerdo, compren o vendan un bien o se pongan de acuerdo en un fin común? La respuesta está en esa palabra que ordena y facilita nuestra convivencia: la confianza. ¿Pero qué ocurre cuando la confianza se resquebraja, cuando una sociedad empieza a poner en duda también otros constructos que los humanos hemos creado para ordenar la convivencia, como son las leyes, las instituciones, los organismos oficiales, etcétera? ¿Qué ocurre, además, cuando el desdén por estas estructuras viene auspiciado por quienes precisamente deberían velar por la buena salud de todas ellas, es decir, por los políticos?
Según señalan tanto Harari como otros muchos pensadores, en todas las sociedades avanzadas se están produciendo fenómenos de esta índole. Porque sembrar la desconfianza es tan útil (y pernicioso) como el «divide y vencerás». También es muy fácil de implementar. Se trata incluso de un fenómeno contagioso y eso favorece a políticos populistas e irresponsables tanto de derecha como de izquierda. Porque la fe en las instituciones tarda años en labrarse, pero es fácil que se quiebre; basta con que un poderoso muestre su desdén por ellas.
Tal vez el hito que marcó el comienzo de esta ‘sospecha’ hacia las instituciones en el mundo occidental fue el momento en que Trump incitase a sus partidarios a tomar el Capitolio tras las elecciones de 2020. A día de hoy, un tercio de los norteamericanos están convencidos de que se las robaron y que él fue el verdadero ganador. El hecho de que semejante asalto a uno de los templos más señeros de la democracia mundial quedara impune, unido a la eventualidad de que Trump pueda renovar mandato, no hace más que abonar las tesis del republicano y alimentar todas las teorías de la conspiración que a él tanto le gustan.
¿Cómo se consigue vender mercancía tan averiada? Comenta Harari que es paradigmático que, mientras los partidarios de Trump están dispuestos a creer que el Sol se pone por el este, los partidarios de Joe Biden o de Kamala Harris, en cambio, ponen en solfa todo lo que ellos dicen. Esta actitud puede extrapolarse también a España. Los devotos de Sánchez comulgan con las cada vez más asombrosas ruedas de molino con las que los alimenta, mientras que la derecha (perdida en su laberinto) no consigue vender su particular relato. Y en estas estamos. Desconfianza generalizada por un lado y por otro, confianza ciega (y sorda y muda) en líderes cuyos postulados son un atropello a la razón. Según Harari, se trata de una fase más en el largo devenir de la historia y como tantas otras pasará. Pero, mientras pasa (y a saber cuánto dura), agárrense que vienen curvas.